Solo la existencia de un trasfondo inconfesable o un traspiés estratégico monumental que descalifica a cualquier representante ciudadano por incompetente pueden ser motivo de que el grupo de los expulsados del PSOE en el Concello de Santiago no haya dado aún una explicación coherente de su amago de moción de censura contra Goretti Sanmartín. No es la moción en sí lo importante, como instrumento político perfectamente normalizado cuando se hace un uso razonable de él, sino las voluntades y los hechos que precipita como si de una reacción química se tratase. Los no adscritos habían mantenido hasta ahora una trayectoria propia de un digno grupo político, aun no siendo legalmente un grupo sino la suma de cuatro ediles. Le habían ganado el relato en Raxoi a sus dos excompañeros y al padrinito local Aitor Bouza, y se afianzaban como candidatura para el 2027, bajo siglas independientes y con Mercedes Rosón probable cabeza de lista desempolvando su ambición de alcaldesa. Adiós. Se autoimponen un obstáculo mayúsculo con tan inconfesable torpeza, interesada o no. ¿Quién gana con este bochornoso episodio? Son dos: claramente, Borja Verea, fortalecido porque nadie le puede acusar de incoherente al expresar públicamente su disposición a recoger el guante lanzado, nítidamente y negro sobre blanco, por los no adscritos; y Goretti Sanmartín, a quien difícilmente se le enfrentará una censura con posibilidades de éxito en lo que queda de mandato. Eso sí, van a ser diecinueve meses mucho peor que tormentosos en la gestión de un Concello semiparalizado y con un bipartito que se aferra como clavo ardiendo a su proclama de trabajo, trabajo y trabajo, que no se le quiere pone en duda pero que no es garantía de nada, como se viene demostrando hasta ahora. ¿Y quién pierde? Rotundamente, la ciudad, pero no porque no haya censura, que difícilmente sería el Aladino de la lámpara maravillosa: después de ser vapuleada por unos y otros desde hace al menos tres lustros —¿recuerdan?, Conde Roa puso alto ese listón—, por gobiernos incapaces de insuflarle el vigor que tuvo antaño, se ve obligada a soportar un nuevo episodio de hazmerreír ante todos los gallegos y a unos munícipes descolocados que la ponen en solfa. Lamentable punto y seguido.