Ir al cine ya no es lo que era tras la llegada del cine en casa. Antes de la apertura de los multicines, el Capitol era la más cómoda de las salas de la ciudad. Ahora que se celebra su nacimiento en 1935 echo la vista atrás y buceo en mis recuerdos juveniles. Allí vi Grease, la película musical de Olivia y Travolta por la que nadie daba un duro y fue un éxito de taquilla que aún pervive. Acompañé a la proyección vespertina a un grupo de adolescentes, mis fieles oyentes del club de musicales que habíamos creado en la onda media de Radio Galicia. El tierno filme de Steven Spielberg, E.T., el extraterrestre, lo vi en una sesión abarrotada de público. Pero la cinta que me impactó en aquella época fue Yentl, llena de canciones eternas interpretadas por Barbra Streisand, que además dirigió y protagonizó la historia de una muchacha judía a la que estaba vedado acceder a los estudios superiores. La chica se corta la melena y se viste de chico para lograr su objetivo. ¡Qué ganas de volver a verla!
Corrían los inquietos y revueltos años 80, los universitarios colmaban la urbe, mientras cada convocatoria electoral era una fiesta; como aquella en la que los socialistas reventaron las urnas por encima de los doscientos diputados. Se abría un nuevo tiempo de fe. La cafetería de la Facultade de Historia era un hervidero a todas horas; el bar Venezuela de Arturo y Marisa se llenaba para comer y cenar el menú del estudiante, casi todos fumaban; la ensaladilla del Royal no tenía competencia; el Zum Zum era el centro del universo; atrás quedaban los guateques y La Parrilla del Hostal; nacían La Bolera y el Número K, entre otros muchos pubs, así como los cafés y chocolaterías en las piedras de la zona vieja.
Otra sesión memorable en el Capitol fue el estreno de Divinas palabras, la adaptación de la obra de Valle-Inclán que dirigió José Luis García Sánchez con un reparto de lujo encabezado por Ana Belén. Había tal bullicio y expectación en el vestíbulo, con la presencia de los propios artistas y figurantes locales, que los nervios flotaban entre los invitados que asistimos a la premier. Recuerdo entre los extras a Xosé Luís Bernal y a mi profesor de Historia en la carrera,
Laureano Otero Varela, con quien tanto conversé en las noches dominicales del Araguaney, otra instalación imprescindible de este Santiago nuestro.
Convertida en sala de espectáculos, la Capitol ya forma parte de la identidad compostelana. Los jóvenes descubren un santuario musical, mientras los mayores nos reencontramos con un espacio lleno de memoria y evocaciones personales. ¡Feliz aniversario y a por otros noventa!