Resulta imperdonable no pisar esa cumbre al menos una vez en la vida
30 nov 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Hay que olvidarse de esa herramienta ciertamente muy útil que es Google Maps. Ahí es difícil distinguir a simple vista lo que los compostelanos dominaban diariamente desde hacía dos milenios y ya no dominan porque la Cidade da Cultura lo tapona en buena medida: el Pico Sacro. Imponente desde lejos, imponente también cuando se circula por la carretera hacia Ourense y una menudencia en la pantalla del ordenador.
Es de esos sitios que o se va a ver en persona, dispuesto a pasar allí un rato explorándolo, o lo mejor es olvidarse de él. Pero olvidarse de él es olvidarse de la historia de Santiago, porque se trata del Monte Ilicino, ese donde había toros bravos que se amansaron cuando se plantaron ante ellos los discípulos del Apóstol por antonomasia, buscando como estaban un lugar donde enterrar a su decapitado maestro. Resumen: resulta imperdonable no pisar esa cumbre al menos una vez en la vida.
Cierto es también que, cuando pasó lo de los toros bravos, esas laderas no se hallaban saturadas de eucaliptos, sino que con seguridad habría un precioso bosque, que es el que siglos después vigilaban los hombres armados que controlaban un enorme y fantástico paisaje desde la fortaleza (pequeña, sin duda) que en la cumbre mandó construir la polémica y siempre brava reina Urraca.
Así que a tres kilómetros de la hoy carretera general, que se abandona justo al pasar Lestedo (se llega arriba sin ningún problema, todos los cruces gozan de buena señalización), el visitante se encuentra en el amplio aparcamiento al pie de esa cumbre. Conste: poco antes del final arranca a la izquierda una pista de pendientes suaves que permite arribar al mismo sitio dando un agradable paseo. No es este tan solo un monte pelado con bloques graníticos a la vista, porque, para empezar, se levantó ahí mismo una iglesia que, sin duda, no fue fácil de construir. Está puesta bajo la advocación de San Sebastián, y, aunque sea prosaico decirlo, cerrada. Destaca su atrio, pequeño pero realmente bonito.
Y por su parte de atrás parte un sendero no recomendable para los muy pequeños (y, desde luego, en ningún caso para menores solos), circular y que se convierte en mirador de lo que se extiende a los pies. Bien cogiéndolo, bien no, al final se impone subir o bajar de vuelta por infinitos, cómodos, necesarios y cansinos escalones. Así se accede a la Rúa da Raíña Lupa, una asombrosa hendidura cuyo nombre sigue siendo un misterio, fuera del hecho de que fue la perversa Raíña Lupa la que mandó a los discípulos del Apóstol al Monte Ilicino, pensando y deseando que los animales salvajes dieran cuenta de ellos. Nadie se resiste a recorrer esos metros, justo lo contrario de lo que sucede cuando se planta ante la entrada a las profundidades del Pico Sacro, hazaña solo al alcance de los expertos espeleólogos. El resto de los mortales, que se alegre porque por allí no pululan ahora toros bravos.
El dragón
El Códice Calixtino (siglo XII) recoge que en el Pico Sacro había un dragón, símbolo del mal, que se enfrentó a los discípulos del Apóstol. Estos, con la ayuda divina, lo hicieron desaparecer para siempre.