El congreso de Apia (Asociación de Periodistas de Información Ambiental) que tuvo lugar recientemente en Madrid ha mostrado que Galicia se halla en una esquina. No solo geográfica, asunto que por sabido no deja de ser irresoluble, sino en la interacción con el resto del Estado en lo que a cuestiones ecológicas se refiere. Y eso, desde Santiago y excluyendo los aspectos dependientes de la Xunta, importa bien poco.
Cierto es que aquí, Altri y la mina de Touro aparte, no se respiran grandes problemas en ese aspecto, lo cual no quiere decir que los pequeños no sean más o menos importantes e incluso graves. Pero en Madrid ahora se habló, por ejemplo, de la PAC comunitaria, y Galicia no tuvo voz, y no vale decir que en la comarca compostelana carece de relevancia porque tal afirmación es falsa. Desde Mesía o Trazo —ciudadanos que tienen los mismos derechos que todos y pagan los mismos impuestos que todos— podrían explicar por qué.
De nuevo queda en evidencia el papel que juega quizás muy a su pesar la catedral, un auténtico imán que deja en un oscuro segundo plano otros aspectos y algunos problemas del resto de la comarca. El turismo y los caminos de Santiago, enormes fuentes de riqueza local, son en realidad muy vulnerables y no hace falta otra pandemia —¡no, por favor!— para que ante la siguiente crisis económica vayan a llevar un sopapo. Pero incluso entonces comer patatas y vender la leche será imprescindible.
El congreso de Apia, celebrado bajo el lema de «Ante los bulos… vamos a contar verdades», fue de alto nivel, y al mismo tiempo otra oportunidad perdida por Galicia de tener voz ante un centenar de periodistas especializados en informar sobre el medio ambiente.