El rastro que se pierde

AMES

02 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Los socios del Aeroclub, a pesar de los líos de familia, le dieron el visto bueno a la gestión del presidente Celso Barrios. La ciudad recreativa, emigrante compostelana al vecino municipio de Ames, tiene su sede social en Santiago. Y en ella se celebró la reunión social. Está bien eso de compartir territorios. Es una institución compostelana-amiense. Pero no es el único rastro del Aeroclub en la capital gallega (eso sí, nada más que un rastro), ya que en Lavacolla la gente puede contemplar lo que fueron las instalaciones deportivas de la institución metiéndose en el túnel del olvido. El rastro podría borrarse algún día en el mayor de los desamparos. Y no es porque nadie quiera aspirar a los nueve hoyos que conserva el campo de golf o a dar raquetazos en sus pistas. Es que Aena guarda estas piezas para sí, y no como oro en paño, porque su fulgor se está apagando por falta de uso. A los vecinos se les alargan los dientes cada vez que ojean las instalaciones, a las que le gustaría ponerles el cartel de «nuestras». Ni alegría ni alboroto, ahí no entra ni el perro piloto. Solo una entidad podría, a cambio de un suculento alquiler, hacerse con el conjunto de las pistas antes de que se conviertan en Angkor Wat. Aena dice que ahí no hay jungla, aunque el campo de fútbol está ilocalizable, y que una brigada de operarios le dará un repaso estival a la vegetación. Muy bien, pero si esa zona no la divisan ni los controladores y los bisnietos de Aena no la verán operativa, ¿por qué no se cambia el disfrute de los roedores por el disfrute humano? Las ratas ya tiene campo abundante.