Natalia Gómez vive en O Milladoiro con sus dos hijos y tres hermanos que acogió hace meses
10 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Natalia Gómez tiene 50 años y una familia de la que presume a raudales porque, explica, ellos son su motor y su causa. Lo cuenta mientras está rodeada de todo su clan, un equipo que forman sus padres, Concha y Félix, y su hermana Conchita, con la que lo comparte casi todo, incluido el negocio del centro Arume, en O Milladoiro (Ames). Con ellos están los dos hijos de Natalia con los que forma una «familia monomarental» y que son su apoyo para que en su piso de O Milladoiro, que no llega a ochenta metros cuadrados, vivan con tres menores de acogida (dos niños y una niña), sin olvidar a la revoltosa Kira, una perra que pone la guinda al clan y que, como destaca su dueña, «tiene un efecto terapéutico en todos».
Antes de que estos tres niños entrasen en su casa y en su vida, Natalia Gómez ya había sido madre acogedora con un menor que tenía una edad similar a la de uno de sus hijos, por lo que su día a día no se vio tan alterado como ahora. «Yo pensaba en el acogimiento como algo temporal para ayudar a un niño. En ese caso, el pequeño estuvo dos años con nosotros y después volvió con su familia», relata. Hace cuatro años se planteó una segunda acogida, y antes de decir que sí lo consultó con sus hijos, «y lo decidimos entre los tres». Este niño mantuvo en todo este tiempo contacto con sus dos hermanos pequeños hasta que durante la pasada Semana Santa también se fueron a vivir a casa de Natalia. «Fue casi de un día para otro», recuerda esta madre acogedora, que tuvo que reorganizar su vida laboral y también la intendencia y el reparto de espacios en su piso. Y ahí estaba Conchita, que se define a sí misma como una «ayuda en la sombra», y que tuvo que adaptar su jornada laboral y estar siempre ahí para que su hermana pudiese con todo. Un momento que no se le olvida a Natalia fue el pasado septiembre con el inicio del curso escolar, cuando definió horarios y actividades adaptados a las edades de su nueva familia. «Tuve que volver al parque con la niña, que tiene seis años», resalta sin perder una sonrisa que casi se convierte en carcajada tras pedirle que explique cómo es su día a día: «Tengo un sofá cama en el salón y duermo en él. A mí me resulta cómodo y así no despierto a nadie. Me levanto a las 6.30 y es cuando aprovecho para ordenar, porque al llegar a casa por la noche no recojo, ya que ese es el tiempo que tengo para mí o para, por ejemplo, ver alguna serie con mi hijo mayor, que es algo que le gusta». «Lo más difícil de tener una familia como la mía es darle a cada uno el espacio o la atención que necesita en cada momento», resume.
La tranquilidad de sus mañanas se esfuma cuando su tropa se levanta y los tres más pequeños tienen que ir a clase, en O Milladoiro. Desde ese instante, va a mil por la vida. «Por mucho que me organice, a mi día siempre le faltan tres horas. Por eso voy corriendo a todas partes y muchas veces llego tarde», afirma sin darle excesiva importancia, porque si algo sabe esta incombustible mujer es lo que realmente importa. Y es en este momento cuando insiste en que quede patente el apoyo de su familia, «y a la que muchas veces no les digo cuanto los quiero», sin olvidar a su hermano, que vive en Londres.
También se acuerda de su otro pilar, las asociaciones a las que pertenece: Acougo (Asociación galega de familias de acollida), Fagamos (Asociación de Familias Monomarentais de Galicia), Arelas (Asociación de familias de menores Trans) y las Anpa del IES de Ames y del colegio de Ventín. «Sin el apoyo de mi familia, y sin estas asociaciones, yo no podría tener a tres niños de acogida», reconoce.
«Lo peor del acogimiento y del proceso no es asumir el cuidado, es la burocracia»
A la hora de hacer balance sobre su modo de vida, Natalia Gómez solo tiene un pero, que nada tiene que ver con la responsabilidad que asumen las familias acogedoras, sino con lo difícil que se lo ponen las administraciones. «Lo peor del acogimiento y del proceso no es asumir el cuidado, es la burocracia», afirma tajante. «Cuando vino el niño mayor que ahora lleva cuatro años en casa tuvo que estar una semana conmigo todo el tiempo porque faltaba un papel de no sé qué y por culpa de eso no podía empadronarlo, por lo que estuvo diez días sin poder ir al colegio», explica a modo de ejemplo.
Dada su dilatada actividad como miembro de distintas asociaciones, esta madre cree que, en este caso la Xunta, no hace todo lo que puede para atender las demandas de las familias catalogadas como de especial consideración. Y esto, se lamenta, perjudica sobre todo a los niños que están en el sistema de acogida «porque somos familias que tenemos ganas de hacer muchas cosas, y hay más de mil menores tutelados que necesitan criarse en una familia».
Natalia Gómez cree que buena parte de las inversiones que se hacen en los centros deberían emplearse en buenas campañas de captación para acogidas y apoyo para las personas que deciden dar este paso, pero insiste en que estos centros de menores deben de seguir con su trabajo porque, añade, «las familias acogedoras tenemos a niños que por diferentes razones no pueden estar con sus familias y nosotras no somos terapeutas». Ante esta realidad, destaca el apoyo y la escucha que se da en las asociaciones «que hacen que te sientas acompañada» y ofrecen servicios de apoyo y escucha.