La línea roja entre la Catedral y Raxoi

Susana Luaña Louzao
Susana Luaña CRÓNICA

SANTIAGO CIUDAD

14 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Vaya por delante que España es un Estado aconfesional, y lo es desde 1978, cuando se aprobó la Constitución Española. Pero si pasaron casi cuatro décadas y el debate sigue abierto, es porque hay aristas que no borra ni Míster Proper, porque las cosas no son ni negras ni blancas, y menos aún en este conglomerado de pueblos llamado España en el que su principal encanto es, precisamente, su complejidad y también sus contradicciones.

Martiño Noriega está, pues, en todo su derecho de no ir a misa, ni como ciudadano ni como alcalde. Todavía lo recordó este fin de semana en una entrevista. El quid de la cuestión, como los nuevos partidos recordaron en más de una ocasión, está en la convivencia, confusión y hasta mezcolanza de actos institucionales y religiosos. Es posible que separarlos sea fácil en Narón, pongamos por caso, pero en Santiago la historia pesa, y la historia, la cultura y la propia esencia de la ciudad está íntimamente ligada a la religión. Es un hecho objetivo, sin más, como lo es que la línea roja que se pinte en medio de la plaza del Obradoiro para separar Raxoi de la Catedral nunca va a aumentar las distancias entre un edificio y el otro.

A esa «línea vermella» se refirió ayer el Partido Popular de Santiago en relación a la falta de programación cultural para la Semana Santa. Por supuesto, el adjetivo cultural no es baladí. A Compostela Aberta no se le puede exigir colaboración para los actos religiosos, sino para los culturales y lúdicos, habida cuenta de que la Semana Santa tiene tirón turístico. Pero ese mismo rasero se le puede aplicar a las cofradías que echan mano del tirón turístico en demanda de ayudas para un ritual que no deja de ser religioso y que incluso algunos -o no tan pocos- creyentes lamentan que poco a poco se esté convirtiendo en espectáculo lo que se supone que debe ser cuestión de fe y sobre todo de recogimiento, ya que de la pasión y muerte de Jesucristo estamos hablando.

Vamos, que el campo está plagado de minas y no va a ser fácil desactivarlas, pero quizás el civismo y la buena educación puedan echar una mano y limar asperezas. Y así, de la misma manera que es respetable el laicismo del alcalde, también lo son las creencias de los ciudadanos que han crecido en una ciudad en la que sus esencias están estrechamente ligadas a la religión; una ciudad que no se explica sin la tumba de un apóstol y sin una universidad impulsada por la Iglesia.

Eso sí, no marquemos líneas rojas en las centenarias piedras compostelanas para luego ponernos el yihab en una visita oficial a cualquier país de religión musulmana en aras a un supuesto respeto a sus tradiciones y costumbres que luego le negamos a nuestros parroquianos. Las contradicciones enriquecen España, pero el sentidiño es ley en Galicia.