José Porto Buceta: «Me impliqué en Sar porque la Iglesia tiene también un compromiso social»

Olimpio Pelayo Arca Camba
o. p. arca SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

PACO RODRÍGUEZ

La labor del párroco trasciende el apartado religioso en un barrio que le rindió un caluroso homenaje por 50 años de oficio

01 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

José Porto Buceta (Portas, 1940) llegó a Santa María de Sar en septiembre de 1973, ocho años después de ser ordenado sacerdote por el cardenal Quiroga Palacios. Buceta abrió la colegiata a la sociedad y transformó la parroquia, que agradeció esa labor erigiendo un busto en su honor al cumplir 25 años allí; un cariño que le testimoniaron ayer de nuevo, al cumplir el medio siglo.

—Cuando usted llegó, Franco estaba en El Pardo y la única televisión era en blanco y negro. ¿Cómo cambió la parroquia?

—Fue una evolución proporcionada a la de la sociedad. Entonces estaba muy diferenciada, con un sector de ciudad (Pexigos, Patio de Madres, Eduardo Pondal, Curros Enríquez); otro más específico del barrio (Sar, Castrón Douro, Ponte de Sar); y la parte rural, que eran Angrois y más tarde Viso. Frente a lo que sucedía entonces, hoy esas zonas están más unificadas. Y hubo una evolución en la realidad social: con carreteras entonces sin asfaltar desde Ponte de Sar hacia Angrois, Aríns, y sin alumbrado público; había zonas sin traída de aguas ni saneamiento. Son aspectos en que se cambió mucho.

—Y usted tuvo mucho que ver, con una labor que trascendió los muros de la iglesia.

—Yo tengo un concepto de compromiso de Iglesia como comunidad que me llevó a trabajar en la parroquia con los problemas sociales que se presentaban. Me reuní con los feligreses, los estudiamos y los sacamos adelante, porque la Iglesia tiene un compromiso también social y comunitario, no puede reducirse a la misa dominical: esa misa tiene que hacerla realidad en el vivir diario. Como sacerdote no puedes estar tranquilo si los feligreses no tienen las mayores comodidades posibles. No se puede hablar de Dios sin dar pan. Una autoridad, sea eclesiástica o civil, tiene que estar al servicio de los demás. Vine aquí para estar al servicio de todos, con independencia de su ideología. La Iglesia está abierta a todos, o debe estarlo. La selección la hará Dios, pero no yo. Llevo Sar muy dentro de mí, me ha recibido siempre con gran cariño, y me impliqué con ellos en ese desarrollo social.

PACO RODRÍGUEZ

—Llegó a tener 400 chavales en la catequesis. ¿Y hoy?

—Cuando yo llegué, uní a los padres a la catequesis, con la misa en conjunto. Eran 40 niños y llegamos a esos 400. El curso pasado fueron 263, con 54 catequistas. La misa de catequesis es mi debilidad, estás con los niños y aprendes mucho. Hablamos muy mal de los jóvenes, pero ¿y los mayores? ¿Qué tipo de testimonio les hemos dado, qué mundo les dejamos?

—Usted impulsó desde una coral a un grupo folclórico y una asociación juvenil. No paraba.

—La parroquia no es solo el cura. Yo la entiendo como comunidad, a mí la iglesia administrativa no me interesa: un certificado de bautismo lo puede entregar un seglar. Me interesa que la persona sea acogida, escuchada, servida, haciendo esa parroquia-comunidad donde se sienta a gusto y partícipe. En toda esa labor, fue importante la colaboración. Como en la coral, que tuvo auge durante doce años; o con la ayuda de Antolín Seoane y Juan Rivas para formar el grupo de gaitas, que fuimos a comprárselas a Seivane a Ribeira de Piquín, aunque apenas teníamos dinero, pero apareció. Empezaba la droga y así sacamos a los chavales de la calle, y el grupo acabó actuando por Europa, Estados Unidos, Argentina y Taiwan, y salieron de él varios matrimonios. Hacia 1980 la colegiata se convirtió en un antiguo edificio pero con vitalidad juvenil: una tarde te podías encontrar hasta 60 jóvenes, jugando hasta las 11 de la noche. Compré un televisor en color, y se reunían aquí. La plaza era el punto de encuentro para ir al centro, en años sin móviles ni tabletas.

—Impulsó además Cáritas, cuya labor sigue siendo necesaria.

—Ahora damos solo alimentos, porque había gente que pedía ropa de marca. Si a mediados de los años 90 podíamos atender a seis familias, estamos en 40. Se nota la crisis, en doble dirección: los nativos de aquí y quienes vienen de fuera. Sentimos que a veces no damos abasto con las peticiones.

XOAN A. SOLER

«Tengo una herida, la falta de limpieza del río de Ponte do Sar: está olvidado, es una cloaca»

José Porto Buceta, a sus 83 años, no deja atrás su carácter reivindicativo. Y surge cuando se le pregunta si Sar merecería una mejor señalización para facilitar la llegada de turistas, porque afirma:

—Sar es como si tuviese una maldición. Estuvo olvidada de todo. Y yo tengo todavía una herida, que es falta la limpieza del río de Ponte do Sar, cantado por Rosalía, conocido en todo el mundo, y que está olvidado, es una cloaca, cuando hace años había patos allí. Apenas ves ya el cauce, y esperemos que no venga tormenta como por Levante, porque entonces vamos a tener un problema muy serio; luego echaremos manos a la cabeza, como de costumbre. Me duele, porque Sar merece otro trato.

—¿Está la colegiata infravalorada turísticamente?

—Gracias a Internet se fue difundiendo. Vienen los turistas y la conocen perfectamente. La conocen más ellos que los santiagueses y los propios feligreses. Se marchan encantados, y alguno dice que en monumentalidad no es comparable a la Catedral, pero que en cuanto a silencio y a su espíritu, no tiene nada que envidiarle.

—¿Cómo recuerda las frecuentes inundaciones de antaño?

—Fueron muchos años de lucha, y me hicieron llorar muchas veces en el templo. Una vez en Navidad [se emociona al contarlo] la inundación llegó a superar los bancos de la iglesia, hasta la plataforma del nacimiento. Era el 22 de diciembre, me atendió Xerardo Estévez, y con los Bomberos limpiamos todo hasta las 3 de la madrugada. Con el conselleiro Hernández se hizo un desagüe más profundo hasta el fondo del río, y desde entonces desaparecieron.

—¿Y la tragedia de Angrois?

—Fue muy duro, por lo imprevisto, por la cantidad de fallecidos y por el dolor que causó. A mí me dicen que tengo debilidad por Angrois; y la tengo, porque yo nací en una aldea, y cuando yo llegué casi todo Angrois vivía del campo. En el accidente se puso en valor la calidad humana de estos feligreses. Acudieron a tope, dejándoles todo para atender a los accidentados: fue la parte más emotiva para mí, valorar la humanidad de los feligreses, y fue lo que me sostuvo en ese dolor. Si hubiera sido en días anteriores, en la fiesta, habría sobre 400 personas en el campo. Fue el momento más duro que viví en todos mis años en Sar y me marcó mucho. Luego hicimos la marcha de Angrois a la Catedral, significando aquel momento tan duro y doloroso.

«Si hubiese salido la propuesta de un hotel con encanto en la colegiata, yo me hubiera ido»

—¿Cómo se llegó a abrir un colegio en la colegiata de Sar?

—Cuando llegué en Castrón Douro había una escuela, La Milagrosa, con solo dos maestras. Me preocupaba que el barrio no tuviese colegio, y Dios me lo puso en la mano, porque un Viernes Santo vino el delegado de Educación, Pedro Caselles Beltrán, y le planteé la idea. Recogimos 2.000 firmas, sumamos alumnos de aquí y Aríns, y el centro llegó a alcanzar más de 400 alumnos, hasta que por decisiones políticas concentraron Sar y O Castiñeiriño en el Ramón Cabanillas.

—¿Cómo fue la negociación con el arzobispado?

—Yo me reuní con don Ángel Suquía y le comenté que, con el Partido Comunista a punto de ser legalizado, nos iban a echar en cara y con razón tener cerrado un edificio del siglo XII que se estaba cayendo. Había una propuesta para hacer allí un hotel con encanto, con una veintena de habitaciones. Le dije que si eso salía adelante yo dejaría la parroquia, porque parecería que la Iglesia especulaba con dinero, y eso era contrario a lo que predico y quiero vivir. Los dos coincidimos, y el colegio empezó a funcionar.

—¿Qué supuso aquel proyecto para el edificio?

—A través del colegio se transformó todo. Conservamos la vivienda y algunos locales para las actividades parroquiales, y el espacio restante se destinó al centro educativo. Pero supuso rehacer todo el edificio, cuya parte sur y oeste se venía abajo sin ventanas, donde crecían las hiedras y el claustro estaba deshecho. Fue el resurgir y el rehacerse de la colegiata, que hoy está en perfectas condiciones. Si no hubiese cuajado el colegio, yo planteaba instalar un Seminario de Estudios Románicos, en un monumento tan importante como es este, donde trabajaron los discípulos del maestro Mateo, pero que estaban tan olvidado ... Nació luego la idea del museo, que dirigió al principio José Carro Otero. Había documentos en peligro de corromperse por la humedad, cálices, cruces ... Y tuvimos un taller de confección de ropa gallega, en el que colaboraron especialmente Peregrina Ferrín, Teresa Becerra y Maruja González.