
Mayo no es solo el mes de la primavera, a mí aún se me atraganta como el mes de los exámenes de la universidad. Ojeras, fotocopias, subrayadores, Coca Cola, café, Red Bull, taquicardia, biblioteca, no me presento, me presento, me da tiempo, ya no llego, estudié solo temas impares, tengo un PDF de 400 folios para repasar esta noche, ¿cae el tema de las cefalosporinas? Aún me persigue este mes como un bumerán fantasmal.
Los sueños, impregnados de la tinta de los bolis que se rompen en los bolsillos, son siempre agónicos: que llegas tarde y no te dejan entrar, que tienes que repetir selectividad, que falta un papel en la USC y no pueden darte el título. El mes en el que mejor sabe la cerveza es el mes albino de instalarte en el búnker. Es lo que hay, yin y yang. El niño tiene tiempo pero no dinero; el anciano tiene dinero pero no tiempo y el estudiante tiene que desayunar ecuaciones y pensar que en San Xoán podrá quemar sus apuntes de fisiología y borrar definitivamente de la mano el rastro negro de las chuletas.
El último folio se entrega y, en unas horas, el mar del Touro lavará tus heridas. Eres más importante que un examen, de hecho, eres más importante que todos los exámenes. La vida no es una serie de preguntas tipo test, la vida va por otro lado y, a veces, tiene más que ver con la empanadilla de atún que te tomas al salir de un examen imposible mientras el sol te inunda. Mira el sol, es amarillo, es importante. Es más importante que sacar un cinco. No olvides que, tras esta última curva antes del verano, está el sol. Siempre lo está.