La segunda temporada acaba con un episodio vibrante que trae algo de luz al infierno de Gilead
13 jul 2018 . Actualizado a las 16:12 h.Una destello de luz. Pero ni siquiera al final del túnel, porque este túnel parece infinito. Así es el desenlace de la segunda temporada de El cuento de la criada. Otras series aprietan, pero no ahogan. El universo de Gilead apenas deja oxígeno al espectador, sobre todo en esta nueva entrega, que muestra las terribles variantes del castigo de la república teocrática implantada en Estados Unidos. Ahora la audiencia ya sabe a dónde van las pecadoras sin salvación: un territorio apocalíptico y contaminado, como un campo de concentración en Chernóbil en el que las reclusas realizan trabajos forzados, duermen en un barracón y beben agua tóxica. Emily muestra ese escenario nuevo, que paradójicamente aumenta la dosis de claustrofobia. Dentro de las fronteras del país no hay esperanza ni escapatoria.
La segunda temporada de esta producción de Hulu demuestra esa máxima de que todo lo malo es susceptible de empeorar. Recuperar el papel de animal de cría puede resultar un alivio si se compara con otros tormentos. La rutina de la violación programada palidece ante el abuso improvisado en la etapa final de un embarazo. Las ejecuciones son aterradoras, pero en una piscina olímpica con público en las gradas todavía parecen más inhumanas. ¿Es demasiado? Algunos críticos han abandonado la serie porque para ellos esta distopía ha degenerado en «pornoviolencia». Explican que ya no la ven como un alegato feminista, que no la consideran un aviso sobre ciertas derivas, añoranzas y concesiones, porque apenas muestra esperanza para los personajes femeninos, mutilados física y psicológicamente, anulados hasta la extenuación. Cargan contra un horror que les resulta insoportable e incluso «inverosímil». Como si la humanidad no hubiera fabricado engendros similares, sistemas que han reducido a millones de personas a la nada más absoluta. Como si nunca se dieran pasos atrás. Como si no hubiesen existido la esclavitud, el nazismo o el Estado Islámico. La ventaja de los que han desertado es que en esta edad dorada de la televisión tienen a su disposición otras grandes series que no dejan moratones.
Ocurre que sobrevivir en la oscuridad absoluta no siempre es épico. Más bien resulta una tarea penosa y miserable. Y no está garantizado que triunfe el bien. En El cuento de la criada viven atrapados en todos los escalones de un régimen brutal. Abajo, las voluntades se quiebran, se reconstruyen (o no) y vuelven a derrumbarse sin tregua. Arriba, el poder embriaga más allá de los supuestos principios. Continúa el martirio de June, que navega entre la rebelión y la sumisión, rozando la locura, siempre con una fuga pendiente. Pero la novedad es el retrato y la evolución de personajes supuestamente afines a los valores del régimen, «buenos ciudadanos» que quizás se sientan protegidos, pero que ven el abismo. El comandante Joseph Lawrence es presentado en esta temporada como el arquitecto de la economía del Estado, pero es un tipo cínico y bohemio, amante del arte y, junto a su mujer, carcomido por el hecho de que ha sido una pieza fundamental en Gilead, como si un experimento se le hubiera ido de las manos. Serena, la esposa que comprueba (literalmente en sus propia carne) hasta dónde puede llegar la represión, aunque ella misma ayudara a montar el relato del nuevo orden y disfrute de privilegios. Ella se rinde a la evidencia de que, al ser una mujer, ni su presente ni su futuro está en sus manos. Y tampoco el de su hija. Serena Joy se va humanizando a golpes (del sistema y de su marido). Mientras, la joven y piadosa Eden Spencer intenta cumplir todos los preceptos cuando llega a la casa de Waterford, pero la trituradora de Gilead no tiene compasión. Ella, que se presentaba como un personaje insignificante y hasta molesto debido a su ingenuidad, se convierte en un resorte clave, un espejo que devuelve a Serena lo peor del mundo en el que vive y que da a todos una última lección de dignidad. Si la república aplasta a Eden, una adolescente devota, todo es posible. Es necesario un cambio. Y eso desencadena una reacción que será el estallido final del último capítulo, La palabra. Los que hayan abandonado no habrán asistido a esta golpe en el tablero. La casa en llamas. La pequeña gran revolución. Las renuncias heroicas (atención, spoiler importante). Serena permite que June se lleve al bebé porque asume que no se puede criar en ese infierno que ha contribuido a crear, en el que las mujeres no pueden ni leer la Biblia. Y June, ayudada por una red de martas, envía a su pequeña a Canadá, pero decide quedarse para luchar por su otra hija. Cuando entrega a su niña para que Emily la saque del país, le dice: «Llámala Nicole». El nombre que había elegido Serena. Y tras esos fogonazos, la incertidumbre. June sola en la carretera. En la oscuridad de Gilead.