
Las plataformas, que pelean por conocernos a fondo, sostienen que su mayor rival es el sueño del espectador, esa batalla perdida en el desgaste de la vida diaria que obliga a muchos a ver los capítulos una y otra vez. Quizás por eso, por fidelizar clientes, la duración de las series dramáticas se ha ido ajustando a la baja en torno a los 45 minutos por episodio, muy lejos de la hora y pico a la que obligan las cadenas generalistas en España para cuadrar la programación.
En esta tendencia a abreviar las historias hay excepciones, algunas tan destacadas como la superproducción fantástica de Netflix que, después de tres largos años de silencio, se despedirá con el 2025: la icónica Stranger Things. Cuando los hermanos Duffer, sus creadores, desvelaron que habían aprovechado el largo parón para grabar cientos de horas de metraje, sus seguidores se prepararon para capítulos tan largos como películas. Lo esperan con razón. La última temporada emitida, cuando los niños del pueblo de Hawkins todavía eran niños, acabó con un episodio que superaba las dos horas largas. Otros habían llegado a cien minutos. Ahora sus creadores confiesan haber echado un poco el freno, al menos en las cuatro primeras entregas, que se estrenan el 27 de noviembre. Se quedarán por debajo de los 90 minutos. Los cuatro últimos serán una prueba para su capacidad de síntesis.