La popular carrera de carrilanas fue este año sólo de exhibición, como en las cinco primeras ediciones Cuarenta y ocho vehículos participaron en el concurso, que perdió velocidad pero ganó seguridad
17 jul 2005 . Actualizado a las 07:00 h.Dicen los más jóvenes que las carrilanas de Esteiro han perdido su esencia. Los más prudentes, entre ellos los organizadores de la carrera, afirman que se ha ganado en seguridad. Para los espectadores, sobre todo los novatos, el espectáculo de Esteiro sigue siendo impresionante, pese a que ayer, recién cumplida su mayoría de edad, la loca carrera de Esteiro regresó a sus orígenes y sólo fue una exhibición. Como ocurriera en las cinco primeras ediciones -«¡onde van»!, dicen sus creadores-, la organización, la Sociedad Cultural y Recreativa Esteirana, decidió este año anular las espectaculares pruebas de velocidad y recuperar la tradición de ver y dejarse ver. Con esta medida -impopular para los arriesgados-, los organizadores pretenden evitar los accidentes graves como los ocurridos a principios de la década.? «Pasarela Cibeles» Por eso, el circuito de O Maio, antes una especie de Indianápolis en miniatura, se convirtió en una Pasarela Cibeles de la automoción «feita na casa». Cuarenta y ocho artilugios de todo tipo, con las únicas características comunes de estar fabricados en madera y ser pilotados por amantes de la diversión, participaron en el show que se vivió en Esteiro. Una fiesta declarada -«onde vai»- de interés turístico, que cada año atrae a más de 20.000 personas. Y ayer no era cuestión de contarlos, pero no se llegó a esa cifra ni de lejos, por mucho que una anciana lugareña dijese «parece que viñeron todos». Curas, militares y choqueiros -el disfraz también puntuaba- participaron en la bajada que, más que a Fórmula Uno, recordaba a Los autos locos , aquella serie de dibujos animados con una disparatada competición que siempre comenzaba con la frase «¡Allá van de nuevo!» En la serie, la única regla era llegar a la meta antes que los demás, sin importar qué sucios métodos usasen el malvado Pierre Nodoyuna, su fiel can Patán o la cursi Penélope Glamour. En Esteiro, en cambio, sí que hubo normas, recordadas con insistencia por Ricardo Molinos, presidente de la comisión. Los trastos -con permiso de sus creadores, porque algunos eran verdaderas obras de arte- salieron de uno en uno, separados por 20 metros de seguridad, y estuvieron prohibidísimos los adelantamientos y el uso de aceite, que en otras ediciones evitaba que se calentasen los ejes. Carrilanas en estado puro que, pese a todo, volvieron a alcanzar velocidades de vértigo (hasta 80 kilómetros por hora). Las nuevas normas desanimaron a quienes cada año acudían a Esteiro para batir récords de velocidad, pero animaron a los que simplemente tenían ganas de juerga. Ésta fue una de las principales diferencias con Indianápolis.