
Melide celebró el tradicional Campionato de Tirapedras da Galiza Central
20 ago 2013 . Actualizado a las 07:00 h.Que nadie lo infravalore: el tirachinas es un arma cargada de futuro. En las manos adecuadas, un proyectil lanzado desde un tirapedras de los que ayer se pudieron ver en Melide puede ser tan letal como la honda con la que David dobló a Goliat. Y con tres francotiradores como Leoncio Loureiro, Manolo Mato y Paco Montanos en la Legión, hace tiempo que en Gibraltar comerían a las dos de la tarde.
Lo de ayer en Melide era una competición, pero sobre todo, una exhibición y una manera de reivindicar los juegos de toda la vida. De eso se ocupan personas como Manolo Rodríguez Charrancas que, desde la Asociación Galega do Xogo Popular, lo dan todo para que la tradición no se pierda.
Al final fueron 48 los tiradores que se anotaron a la séptima edición del Campionato de Tirapedras da Galiza Central. El escenario de la convocatoria fue la Praza das Coles, junto a la placa que recuerda a Alberto de la Fuente y a Jesús Fondevila, fundadores, en 1973, del San Caralampio. Para participar no se requería ningún requisito especial. Si acaso, puntería, pero tampoco era imprescindible. Melide, una de las poblaciones de Galicia que más mano de obra exportó al País Vasco, es en estos días de agosto un batiburrillo de acentos, de nombres y de maneras de hablar de las dos comunidades. El resultado es, para el visitante, una ensalada curiosa que genera llamativas frases de fusión: «Si tirarías máis arriba facías diana seguro», decía uno. «¡Apa, carallo!», animaba otro. ¡Dálle, aita!». La organización dividió a los tiradores en dos categorías, de ocho a catorce años y de catorce hasta los 78 del más veterano, Guillermo Lareu, ganador de la primera edición. «Eu era moito de ir aos paxaros co tirapedras, facían bo arroz; é unha cuestión de puntería e de meterlle horas», explicaba el veterano. Lareu dice que este tipo de juego, aunque no está exento de riesgo, le parece mucho más sano que el sillonbol o la consola, «Nintendo, nin sen ter», bromea. Y entonces recuerda cómo, a mediados de los cuarenta, cuando todavía era Guillermiño, hacía trueque con un carnicero de Melide: «Eu leváballe paxaros e el cambiábamos por costilletas». Hoy se muestra incapaz de matar una mosca, pero en aquellos tiempos en los que las barrigas sonaban a hueco, la conservación del medio ambiente y la sostenibilidad eran secundarios.
Tanto en el País Vasco como en Asturias hay mucha afición al tirachinas. Y por eso el nivel que había ayer en la Praza das Coles era, prácticamente, olímpico. Los chavales tenían que apuntar a las dianas a cinco metros y los adultos, a diez. Y nada de armas rectificadas, sino tirapedras como Dios manda, con su galleto de madera, sus buenas ligas -lisas, no redondas- de caucho o látex -las gomas de los análisis van fenomenal- y badana de cuero. Cualquier otra adulteración no está permitida por las normas. Y como munición, canicas de vidrio.