El arzobispo de Valladolid es un hombre con fama de conciliador que consiguió arrancar a Zapatero el 0,7 % tributario para la Iglesia
13 mar 2014 . Actualizado a las 18:04 h.Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid, pilotará durante los próximos tres años la Conferencia Episcopal. Él dirigirá la transición de la Iglesia española hacia una nueva etapa que habrá de estar en sintonía con el magisterio del papa Francisco. Blázquez, que representa una sensibilidad moderada dentro de la jerarquía católica, no encarna una ruptura con respecto a su antecesor. Rouco lo reclutó como obispo auxiliar de Santiago, y con él ha sido vicepresidente durante seis años.
De convicciones conservadoras, Blázquez viene precedido por una fama de hombre dialogante. Los obispos no le reeligieron en el 2008 para un segundo trienio y volvieron a colocar a Rouco, que ha muñido muchos nombramientos episcopales, de manera que hay numerosos prelados que todavía le guardan obediencia. Pero ya no está Juan Antonio Martínez Camino, su mano derecha y portavoz durante una década de la Conferencia Episcopal, por lo que Blázquez gozará de más autonomía.
Sabe lidiar con el Gobierno de turno. Al Ejecutivo de Rodríguez Zapatero consiguió arrancarle un nuevo sistema de financiación muy ventajoso para la Iglesia, de modo que la asignación tributaria pasó del un 0,52 % a un 0,7 %. Por añadidura, negoció el estatus jurídico de los profesores de religión, que fueron equiparados a los funcionarios docentes interinos y siguieron siendo nombrados por el obispo, sin interferencias de la Administración educativa
Ricardo Blázquez carece de programa. Así lo expresó al ser elegido. «Entre todos los obispos lo diseñaremos para todos recorrerlo», dijo, abogando así por una mayor colegialidad en la toma de decisiones frente al presidencialismo de Rouco.
El nuevo hombre fuerte de la Iglesia española nació en Villanueva del Campillo (Ávila), donde ayudaba a sus padres, junto a sus siete hermanos, en la labranza y el pastoreo de ovejas merinas. Como hombre pausado que es, no tiene móvil ni correo electrónico. Habla seis idiomas.
Prudente, humilde y conciliador, se ha hecho amigo de los que le tenían por enemigo. Recibido con hostilidad por algunos nacionalistas vascos -Xabier Arzalluz se refirió a él como un «tal Blázquez»- cuando fue enviado por el Vaticano para ocupar el obispado de Bilbao, la animadversión inicial se tornó con el tiempo en respeto cuando aprendió el euskera y demostró una paciencia a prueba de bomba.