En unos días, un puñado de mujeres sembrarán lino en una finca de Zas. Comenzará así un proceso recuperado hace 25 años por Carmen Riveiro y otras. Su labor se puede ver en el castillo de Vimianzo
24 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.El trabajo del lino tiene su propio lenguaje, un diccionario que Carmen Riveiro utiliza a diario, porque de martes a domingo muestra en el castillo de Vimianzo un arte que estuvo perdido casi medio siglo y que se recuperó a principios de los noventa. Empezaron por el principio, por sembrar el lino, y cerraron el proceso con la tradicional Comida das Fías, de las que este año se celebra el 25 aniversario.
Esta fiesta era el pago que «daban ás mulleres por fiar todo o ano», explica Carmen Riveiro. No era gran cosa. «Era un caldo de vixilia con chícharos, sen graxa, moi barato, e un cachiño de pan. Nas casas ricas poñían un anaco de bacallau e nas pobres, arroz con leite, porque todo o mundo tiña vacas», añade. Muy poco han cambiado las cosas, aunque en la fiesta del 1 de mayo el menú sea completo y la celebración no acabe en una foliada con panderetas y alguna gaita.
Como en el ciclo interminable de la rueca, tras la celebración comenzaba de nuevo el proceso con la siembra de las simientes de lino que se habían guardado de la cosecha anterior. También es así ahora. Una vez que pasan tres meses, la planta está lista para ser recolectada. Como ocurre con el resto de procesos en este también hay mayoría de mujeres y se hace en grupo. Arrancada la hierba se mete en el río durante nueve días más o menos. Es lo que se conoce como curtido. Los haces de hierba se ponen a secar, se mallan y se tascan, con un palo, para que se suelte la simiente, que se aprovechará el año siguiente. Después, proceden a espadelar para separar la fibra de la paja, que aquí se desecha, pero que en Estados Unidos se utiliza para fabricar billetes, según explica Carmen Riveiro.
Todas estas labores permitían, y permiten, una gran interacción entre las mujeres que solía acabar en amistad. Una vez seca la fibra se afina o aseda, con un peine de púas toscas y se pasa a la rueca para hilarlo y formar las madejas. Ahora las cuecen y lavan en agua con detergente, pero antes utilizaban ceniza de tojo para blanquear. Aquello hervía todo el día y se enfriaba durante la noche y, al día siguiente, se aclaraban las madejas en el río. Ahora todas se ocupan de devanar el hilo, pero antes era un trabajo para los niños. Formados los ovillos, queda la labor más agradecida, el ganchillado, palillado, tejido o bordado de ese hilo que se sigue obteniendo igual que hace cien años.
Para Carmen Riveiro, esta labor es compromiso y tiene futuro. «Se non de que ía eu a pagar autónomos aos 70 anos?», dice. El oficio no desaparecerá con ella o sus coetáneas. «Temos unha rapaza de 25 anos, de Baíñas (Vimianzo), que sabe tecer, cose e estudou deseño», explica.
Para el lino hay futuro, está convencida de ello, y no hay más que ver los escaparates o las revistas de moda para saber que el tejido estará muy presente en las calles, de nuevo, este verano. Sin embargo, poco se parece esa pieza de tela industrial a la que lleva años y años de tradición entre la urdimbre. A la que conserva las risas y cotilleos de las fiandeiras que terminaban la temporada con una sopa de chícharos y ganas de bailar.