Los lucenses, solidarios en el confinamiento, tuvieron que cambiar rutinas a la vez que vieron cómo cerraban sus espacios de ocio

suso varela
Primera promoción de Xornalismo en la USC. Trabajo desde febrero del 2000 en La Voz de Galicia, en la delegación de Lugo. Escribo sobre infraestructuras (autovías, carreteras, ferrocarril, obras públicas), política, demografía y temas relacionados con patrimonio histórico y cultural. También soy crítico de cine. Tengo un espacio en RadioVoz Lugo: Lugocinema

¿Qué Lugo nos encontraremos cuando termine el estado de alarma y el coronavirus haya sido vencido, o al menos controlado? Es una pregunta que encierra dudas y nuevos interrogantes. Lo que sí sabemos es qué ha sido de Lugo durante los 44 días que sus vecinos llevan encerrados o con movimientos muy limitados. Parecen ya lejanas las primeras imágenes del 13 y 14 de marzo cuando las estanterías de los supermercados se vaciaron y el estrés se percibía entre los pocos comerciantes que tenían permiso para abrir al ofrecer servicios básicos. «Son días de nerviosismo, porque ves a compañeros con la persiana cerrada y a la vez tienes miedo contagiarte», explicaba el martes 17 de marzo Juan Carlos, dueño del estanco de San Pedro.

Todos tuvieron que adaptarse a una nueva forma de vida. De repente, sin período de reflexión, las rutinas, costumbres y formas de entender la vida social en la calle quedaron paralizadas, como si comenzase un paréntesis pero con las incertidumbres sobre cuándo se cerrará o si seguirá en puntos suspensivos.

De un día para otro, espacios de ocio de la ciudad tan apegados a los lucenses dejaban de existir en sus horarios. Físicamente siguen en el mismo sitio, pero cerrados. Lugares que durante su historia apenas habían tenido algún momento de parón. «O periodo máis longo sen cine na cidade foi en xullo de 1936 cando faltou oito días», recuerda el historiador Fernando Arribas. Precisamente la única sala en 1936 estaba en el Círculo de las Artes, otro espacio emblemático de la capital que lleva ahora seis semanas cerrado, algo insólito en su trayectoria de casi 165 años. Con la puerta cerrada, como el Club Fluvial, como la Biblioteca Nodal, como el Museo Provincial o como tantos comercios, bares y restaurantes, espacios públicos que forman parte de la educación sentimental y donde miles de lucenses han quedado para reír, llorar y compartir. Muchos añoran ahora la Rúanova y la Praza do Campo, como símbolos de encuentros que nos parecen lejanos.

«Descubrimos aos nosos veciños, aos que moitas veces nin vemos, e tamén saíu a nosa vea máis solidaria, apoiando ás persoas maiores», explica Jesús Vázquez, presidente de la federación vecinal. Los lucenses -además de salir a la ventana a las ocho de la tarde a aplaudir a los sanitarios y trabajadores que están en la primera línea- han utilizado la imaginación para sobrellevar mejor el confinamiento y animar a sus vecinos. Benito Buide y su violín en la Rúa Azalea o Lourdes Santos y su voz de soprano en la Rúa Paxariños son dos ejemplos de cómo emplear las nuevas plazas públicas en que se han convertido las ventanas de los edificios en puntos de encuentro musical y comunitario.

Los que más sufren el confinamiento, como explica una de las personas más conocidas y queridas de la ciudad, el exconcejal Quique Rozas, son los mayores, habituados a sus rutinas. «Los jóvenes son los que mejor se han adaptado porque tienen numerosa oferta de ocio y los adultos tenemos trabajo o podemos leer un libro y el periódico, o escuchar música... pero hay muchos mayores que su vida habitual se ha interrumpido y su único pasatiempo ahora son horas y horas delante de la televisión». Por no hablar los ancianos que viven solos y que basaban su vida en las salidas diarias a la plaza, a la cafetería y al centro social para estar con sus amigos.

Casi trescientas sanciones

Quienes sí se han saltado el confinamiento fueron algunos lucenses, en ocasiones de forma reiterada, que recibieron las sanciones de la Policía Local. Desde el 14 de marzo y hasta el 20 de abril se identificaron a 2.525 personas, se detuvieron a cinco, se propusieron 266 sanciones y se interceptaron 4.623 vehículos. Las zonas de la ciudad donde se intervino de manera más asidua fueron en las grandes vías y salidas y entradas: avenida da Coruña (21 sanciones), Ronda da Muralla (17), Montero Ríos-Conde Fontao (17) o Fonte dos Ranchos-avenida das Américas (10). Hasta en el adarve, nuestro paseo peatonal milenario, se impusieron dos multas. Aun así, son porcentajes mínimos y las autoridades destacan la gran responsabilidad de los lucenses.

Fueron pasando los días y los lucenses se tuvieron que acostumbrar a un escenario en el que los días del calendario iban pasando y fechas señaladas en la memoria colectiva quedaban suspendidas: el Día del Padre el 19 de marzo, la Semana Santa y las procesiones, el Día del Libro el 23 de abril, o las que aún están por llegar, como el Día de la Madre (3 de mayo) o las Letras Galegas (17 de mayo).

Pero también están las citas más personales. Bodas y comuniones se fueron cancelando, al igual que viajes de fin de curso de los institutos y hasta los cumpleaños. Hubo excepciones, como la de Andrea, una niña de 9 años que difícilmente olvidará el aniversario del 2020, tanto por el encierro por el coronavirus como porque dos patrullas de la Policía Nacional acudieron a su edificio de Fontiñas para cantarle, junto con los vecinos del barrio, el cumpleaños feliz.

Una imagen de ilusión y esperanza en un Lugo que sigue viviendo el impacto psicológico que supone no solo el confinamiento si no también el daño que causa el virus. Es imposible que algún lucense no conozca de cerca una persona afectada o bien por la enfermedad (26 muertos y cerca de 800 casos de contagio hasta el pasado jueves) o bien por el daño económico que está provocando (más de 4.100 ERTE y cerca de 15.000 trabajadores afectados en la provincia).

Sobre los primeros, quienes han perdido a un familiar sea por coronavirus o por otra dolencia han vivido con mayor pesar el duelo. No se han podido despedir del ser querido o han acudido a un entierro, sin velatorio previo, con solo tres familiares. «Coa de enterros aos que foi miña nai, se agora soubera que ninguén puido vir a despedila», explicaba llorando una lucense que perdía a su madre durante este estado de alarma.

Y sobre los efectos económicos ya se han visto las escenas que muchos se temían: colas en el Banco de Alimentos, despachando en un día lo que antes entregaba en un mes; un incremento del 15 % de las personas atendidas por Cáritas; o lleno en el albergue provisional que instalaron el Concello y la Cruz Roja en el Pabellón Municipal (otra imagen que quedará para la historia) para acoger a los sintecho. El Concello aprobó un primer paquete de medidas (seis millones de ayudas directas y 2,5 de subvenciones) para paliar las dramáticas cuentas de comerciantes, hosteleros y autónomos. Tanto desde el ámbito municipal como empresarial se han puesto en marcha iniciativas para promocionar el comercio y la hostelería, algunas pensando en el día que puedan abrir los negocios.

Mientras eso no ocurre, y entre los sonidos de los pájaros, felices sin coches, la ciudad está detenida en el tiempo, a la espera de que los lucenses recuperen su tiempo perdido. Nos espera.