Lo leo en El infinito en un junco. Un documentado estudio de Irene Vallejo sobre la invención de los libros en el mundo antiguo. Y lo que ahora voy a contarles sucede cuando las hojas de papiro ya habían sustituido a las tablillas de arcilla o de madera recubiertas de cera o de resina. El avance había sido muy importante pero el papiro seguía teniendo inconvenientes graves. Al ser materia vegetal no solo era un manjar apetecible para la glotonería de los insectos, sino que ardía con facilidad. Además las ocho variedades de la planta del papiro solo se daban bien en las riberas del Nilo. Y los faraones egipcios controlaban el monopolio decidiendo los precios en un mercado muy limitado. Pero en Pérgamo pronto supieron reaccionar contra esa situación. Perfeccionaron las técnicas de escribir sobre el cuero. Algo hasta entonces de carácter solo local y secundario. Y fue así como apareció el «pergamino». Un arte de escribir sobre pieles de becerro, oveja, carnero o cabra. Y ahora ya llegamos a lo que aquí más nos interesa. A aquellos que escriben o dibujan sobre su propia piel. Al extraño mundo del tatuaje. El tema desborda el espacio de un zaguán, pero no resisto la tentación de contarles una historia. La historia la cuenta Heródoto. Irene Vallejo la recoge en su libro y me voy a permitir una transcripción casi literal. Un general llamado Histieo era yerno de Aristágoras, tirano de Mileto. El general quería que su yerno se sumase a una conspiración contra el imperio persa. Pero no sabía como podía comunicarle la noticia sobre la rebelión. Todos los caminos estaban vigilados y cualquier mensajero de Histieo sería registrado antes de llegar a Mileto. ¿Donde podrían llevar escondida una carta que si fuese descubierta supondría la tortura y la muerte del portador? El general tuvo una idea genial. Al más fiel de sus esclavos le afeitó al rape la cabeza. Y en el cuero cabelludo le tatuó el mensaje. Seis palabras que decían: «Histieo a Aristágoras. Subleva a Jonia». Después esperó a que volviese a crecer el pelo. El esclavo ignoraba el contenido del mensaje. Nadie puede leer en su propia coronilla. Solo sabía que al llegar a casa de Aristágoras debía decirle que le cortase el pelo al rape y le examinase el cuero cabelludo. El mensajero viajó y se mantuvo tranquilo cuando fue cacheado. La conspiración triunfó pero el esclavo nunca supo la importancia de lo que había transportado en su cabeza.
El infinito en un junco. Un libro sobre lo que son los libros. La palabra escrita como habitáculo para las ideas y como fármaco contra el olvido. La lectura como un modo de viajar. Volveremos sobre el asunto. Mientras tanto ahí les va lo que Antonio Basanta escribe en el prólogo: “Leer es siempre un traslado, un viaje. Un irse para encontrarse. Leer aun siendo un acto comúnmente sedentario nos vuelve a nuestra condición de nómadas”. Y ya solo me queda agradecer al lector su breve compañía durante la lectura-viaje de este zaguán.
el zaguán del sábado
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En el año 1979, el fuego se llevó por delante casi dos tercios del territorio que abarca el Parque Natural do Invernadeiro, de 6.000 hectáreas. Ricardo Prieto, de 58 años, era por entonces un chaval. Ahora, es uno de los dos agentes medioambientales del recinto. «Cando pasou, eu xa collía os prismáticos. Pero aínda me estaba formando», cuenta. Recuerda que las llamas no se originaron allí, sino que venían de Laza. «Chegou dos montes de Camba, e non había os medios de hoxe», explica.
Ahora, el Invernadeiro es un vergel que, para muchos, aún guarda zonas desconocidas o difíciles de alcanzar. Ricardo llegó en el año 2001 y reconoce que, para conocerlo bien, «hai que patealo moito». Hay montes escarpados y también cañadas grandes. La orografía de la zona y su condición de zona protegida han facilitado su aislamiento. Durante la cuarentena por el covid-19 no hubo visitas. «Pero aquí non nos afectou, e cada un pode ir a onde lle pete», indica.
Ricardo habla en concreto de los animales. Semanas atrás, cámaras instaladas en las pistas de tierra del parque captaron imágenes de un oso pardo joven, el primero en la zona desde hace más de un siglo. Creen que el animal lleva casi un año allí, explorando sus límites en la juventud. «Eles teñen que desprazarse e antigamente estaban asentados aquí. Isto xa era deles. Non sabemos se haberá algún máis, porque son tipos escorregadizos e aquí hai moito monte», describe.
El oso dejó sus marcas en algunos troncos de los árboles. Antes, los empleados del parque ya habían encontrado alguna huella, pero toparse con él era francamente complicado. Ellos no buscan el contacto humano. «E case é mellor, porque tiña unha altura considerable», bromea Ricardo. Si se moverá o no, ya no lo saben. Ellos buscan un entorno seguro y con espacio a sus anchas. «E estes son tranquilos, de meterse soamente algún postre de cando en vez nunha colmea», dice.
Algunas de las que se zampó pertenecían a su compañero Tomás Pérez. «Yo tenía algunas y allá se fueron», explica. Tras un análisis reciente, Pérez calcula que el oso llegó al lugar el 10 de mayo del año pasado, por un rastro próximo a un embalse. «Y por aquí estuvo, de cachondeo. Estaba tan a gusto que el animal se movía unos 500 metros, se paraba a comer y, luego, a descansar otra vez», ilustra el agente medioambiental.
Tomás es turolense, y con 16 años se vino a Galicia porque la modalidad de estudios a la que él aspiraba no admitía alumnos hasta los 18 en el caso de Aragón. Así que se formó en Santiago, accedió poco después a su trabajo por medio de unas oposiciones y echó raíces, casi como el oso. «Uno no es de donde nace, sino de donde pace», razona. Se casó en Laza y ya lleva 31 años trabajando en el parque. Cuando comenzó, apenas había cuatro osos en toda la Cordillera Cantábrica. «Y esto es todo un acontecimiento, porque el Macizo está ya muy encajado dentro de Galicia», contempla. El ejemplar que encontraron llegó a ganar 40 kilos de peso durante el pasado otoño. A base de arándanos, bayas, bellotas y, cómo no, miel, se merendó el parque a diario. «Y lo hizo porque nadie le molestaba. Ellos saben que aquí tienen tranquilidad», dice Tomás.
Zona de paso, y de caza
El caso del oso que se adentró en el Invernadeiro dibuja la realidad del parque, que es una zona de paso para animales que llegan de otras latitudes y también un recinto de estancia y caza para, por ejemplo, algún grupo de lobos. Ricardo Prieto estima que puede haber dos, pero dar cifras concluyentes es complicado, porque primero hay que detectarlos y rastrear sus movimientos.
El año que viene, Ricardo cumplirá 20 años de servicio en la instalación. Por su cabeza pasan fogonazos de imágenes que podrían ser los fotogramas de un documental. «Algunhas cousas pasan soamente unha vez, como unha aguia que intentaba levarse unha cabra», recuerda. Tanto Tomás como él valoran la oportunidad de estar en libertad, como los animales. «Eu crieime nunha aldea e non son de estar en centros comerciais», dice Ricardo. Y su compañero celebra que la aparición del oso puede ser un puente hacia su recuperación definitiva también en Portugal.
Ladillo Xunta
El