«Estoy vivo gracias a los sanitarios»
De aquellos días recuerda una angustia horrorosa, no pegar ojo, pensar que no iba a poder aguantar: «Me encontraba fatal, me dolía todo, me sangraba la nariz, el oxígeno era tan alto que me congelaba los ojos por dentro, tenía que tapármelos y cuando empecé a comer, me ahogaba, y eso que solo me daban gelatinas y yogures». También, y sobre todo, se acuerda de la paciencia y el aliento de todos los profesionales que lo cuidaron. «Era como si de repente hubiese entrado en Marte -relata, todavía impresionado-, con todas las enfermeras con buzos protectores. Me enseñaron a utilizar un teléfono móvil que me trajo mi familia para poder hacer videollamadas y no me quitaban ojo: cada vez que me bajaba el oxígeno me hablaban por un altavoz para que colgase o para que comiese más despacio».
Los médicos fueron siempre «muy claros», dice: ni edulcoraron la situación ni se mordieron la lengua. Desde el primer momento le advirtieron que estaba mal y le pidieron que hiciera los mínimos esfuerzos posibles, que estuviera en silencio y comiera con calma. Llegó a escuchar incluso una conversación en la que sopesaban su traslado a críticos. «Me entró el miedo de mi vida -reconoce De Lis-. Pensé que no volvería a ver a mi familia, que nunca más vería a mi nieto [entonces tenía cinco meses]; repasé mi vida de arriba a abajo porque creí que saldría con los pies por delante». Poco a poco, su cuerpo agotado sacó fuerzas de flaqueza. Y muy lentamente empezó a remontar. Lo tiene claro: «Estoy vivo gracias a los sanitarios».