Entre acero y estaño como su abuelo

SOCIEDAD

MONICA IRAGO

Un farolillo o una lechera de chapa son hoy una pieza de museo, pero hasta hace sesenta años era lo más habitual en cualquier casa. Fernando Reboredo está orgulloso de mantener viva la tradición

07 sep 2022 . Actualizado a las 09:07 h.

Descubrir el taller de Fernando Reboredo para un millennial es como viajar varios siglos atrás en el tiempo, aunque no hace tanto que esos recipientes que cuelgan de sus paredes formaban parte de la cotidianeidad de sus abuelos. A falta del plástico, hasta los años sesenta no había otra forma de guardar y transportar el agua, la leche o el aceite más que con recipientes de hojalata, un metal elaborado con una mezcla de acero y estaño. Después vendría la chapa galvanizada y con estas materias primas Fernando ha levantado su particular museo con más de doscientas piezas. Catorce de ellas se exponen desde el 5 de agosto en el Museo de Pontevedra dentro de una exposición sobre la cultura tradicional y popular de Galicia.

En España son contadas las personas que todavía trabajan con hojalata y gracias a ellos todavía es posible comprar una pequeña pieza por diez euros en las ferias de artesanía. Reboredo tiene varias en su agenda, pero su mundo está en Mosteiro, en un microuniverso que él mismo ha creado, donde sus criaturas de lata conviven con una colección de un millar de botellas procedentes de todo el mundo, con una galería de recortes de prensa y diplomas y con su despensa y su bodeguilla. Porque este meisino tan pronto fabrica una bañera para el nieto que está por llegar, como elabora su propio albariño, como planta judías y tomates en su huerto. «Eu non me aburro», explica, de modo que ni el confinamiento ni sus 74 años ni la artritis son un problema para que siga cultivando sus múltiples aficiones.

La de hojalatero la heredó de su padre Antolín, que a su vez la heredó de su abuelo Antonio, que hicieron de ello su oficio. Fernando pudo estudiar y se formó como maestro industrial electricista. Con el paso de los años abrió su propio negocio de electricidad, fontanería y calefacción y en 2007, próximo a jubilarse, decidió volver a dar vida a la vieja «bordeadora», una herramienta con unos 160 años de antigüedad, según cuenta. En su taller todo se hace a mano con la ayuda de un tornillo de banco, un martillo, un palo de moldear, un cilindro de hierro y poco más. Medio minuto le basta para hacer un cilindro de chapa perfecto, aunque no siempre todo es tan sencillo.

¿La joya de la corona?, preguntamos. Y mira por dónde señala una corona colgada en la pared hecha por encargo para un cliente de Castroverde. Si hay que elegir, apunta también a un farol con funciones de semáforo de los que usaba la Renfe y no deja atrás una lechera en miniatura con la que ganó un premio. El reconocimiento a un trabajo bien hecho es la principal satisfacción de ser latoeiro —como a él le gusta que le llamen— porque dinero no es que gane demasiado, más en estos tiempos de escasez de materia prima.

Algún caprichoso llega a pagar 80 euros por una réplica, otro le insiste para que le haga una miñoquera a medida y algún panadero sigue recurriendo a él para que le fabrique los moldes para los postres. Lo triste, dice, es que no hay relevo generacional. Quizás estemos ante el último latoeiro de Galicia.

200 piezas

Las que guarda en su taller. Catorce se podrán ver en el museo de Pontevedra

Un millar de botellas

Junto a los recipientes se exponen botellas de todo el mundo. Es su otra afición