
Barry Sharpless —desde ayer, histórico ganador de dos Premios Nobel de Química, en el 2001 y el de este 2022— fue el quinto visitante de la edición del año 2008 del Programa ConCiencia. He tenido el honor de tratar a más de 40 Premios Nobel y debo decir que en el trato personal cercano todos son buena gente. Pero hay algunos que dejan una huella particular, y uno de esos fue Barry. Cuando oí hablar de él por primera vez me dijeron que era «un genio, el análogo a Feynman (Nobel de Física 1965) en la química».
Su energía creativa le sale por los poros, es una persona alegre, extrovertida, simpática, feliz. Te habla con soltura del accidente que tuvo siendo veinteañero haciendo un experimento de química y que le dañó gravemente un ojo —«estropeé uno, pero por fortuna me quedó bien el otro»—. Conoció a su mujer, Jan, en una fiesta en la playa en su época en Stanford. Sintonizan muy bien —«antes de tener nuestros tres hijos (en intervalos de dos años), para practicar, tuvimos perros»—.
Fuimos de paseo a la Costa da Morte: ponte de Brandomil, Baio, castro de Borneiro, Dolmen de Dombate, Fisterra… Una de sus pasiones era la pesca, el mar, así que en Fisterra le encantó el museo da pesca, las explicaciones de Agapito en el faro y en el cabo se quedó extasiado. Jan, Luís Castedo (el padrino de aquella visita) y yo nos asustamos al verlo saltar temerariamente por las piedras del borde del acantilado. Lo dejamos allí un rato, sentado, mirando al horizonte: el momento de mayor reposo de aquella estancia. Encajé con él; hasta me propuso escribir un libro juntos.
La click chemistry, por la que ahora repite premio, es una idea fruto de su personalidad. Un día, cenando, le solté: «¿Ves posible lo del segundo Nobel?». Al principio, «quita, quita, en los tiempos actuales eso es casi imposible, y hay mucha gente que no lo tiene y debe tenerlo», pero era consciente del alcance de su nuevo logro y, en el fondo, no lo descartaba del todo. Y mira tú. Ayer nos alegró el día a muchos.