Rajoy probó sus aguas en una memorable sobremesa, 133 años después de que el duque de Edimburgo estuviese a punto de ahogarse aquí al lado. Este espacio natural haría las delicias de Tom Sawyer.
03 jun 2023 . Actualizado a las 21:13 h.Sábado, 25 de julio del 2015. Un coche oficial y un guardaespaldas soportan con estoica profesionalidad un sol de justicia que en esta tarde torrefacta ahuyenta a las moscas. El vehículo permanece estacionado en un pequeño descampado, a escasos cien metros de un remanso perfecto que el Umia dibuja al cruzar la parroquia de Paradela, en Meis. La sombra del bosque de ribeira y el frescor del agua, que una breve catarata contribuye a difundir, se alían para combatir la canícula. Mariano Rajoy, que en materia de O Salnés dispone de asesores minuciosos y resolutivos, chapotea sonriente, rodeado por un grupo de amigos con los que acaba de menear el bigote en Ribadumia. Solventado el trámite, el entonces presidente del Gobierno se calza un polo y accede a posar con varios de los bañistas que no perdonan un día de verano en este rincón encantador, el espacio natural de As Seixas, sobre la lengua de arena que conduce al río. Risueño y satisfecho, nuestro hombre pronuncia una de esas sentencias que son marca de la casa y traen al madrileñismo de cabeza: «Vengo siempre que puedo; o sea, casi nunca».
Lo que Rajoy y sus compañeros de baño probablemente desconociesen es que no era aquel el primer chapuzón de resonancia y abolengo que el Umia acogía a su paso por el corazón de O Salnés, próximo ya a su desembocadura. Ni siquiera el de mayor alcance protocolario, ya que aquí al lado, en Baión, el mismísimo duque de Edimburgo probó sus aguas, en junio de 1882, y casi no lo cuenta. Comprender qué demonios hacía nadando en este lugar su alteza real Alfredo de Sajonia-Coburgo-Gotha, cuarto vástago de la reina Victoria de Inglaterra y esposo de María Alexandrovna, hija a su vez de Alejandro II, el zar de todas las Rusias, requiere recordar que, entre 1874 y 1936, la escuadra británica del Mediterráneo reposó en la ría de Arousa con una frecuencia nada despreciable, de dos y tres visitas anuales.
En uno de sus buques navegaba el ilustre personaje, a la sazón almirante de la Royal Navy, que en la víspera de San Xoán de aquel año victoriano se hizo acompañar de un grupo de marinos ingleses para acudir al río, con intención de pescar. El caso es que el regio turista resbaló y cayó de espaldas a un pozo de seis metros de profundidad. El agua, que bajaba traidora, le jugó una mala pasada. Hasta en tres ocasiones se fue milord al fondo. El coronel Harbord, uno de sus colegas, trató de auxiliarlo, solo para acabar él mismo atrapado en el remolino. De no ser por míster Batthy, un empleado de la compañía que gestionaba el primer ferrocarril de Galicia, inaugurado nueve años antes entre Cornes y Carril, «el suceso hubiera llenado de disgusto a una familia, a una nación amiga, al mundo entero seguramente», tal y como escribió, consternado, el corresponsal de la Gaceta de Galicia que acertó a recoger aquel episodio peliagudo.
Ajeno a las consecuencias que pudo haber acarreado semejante tropiezo, As Seixas sigue donde estaba y merece una visita y un baño. No es el Misisipi, pero sobre una rama que se mece a un palmo del agua resulta fácil imaginar a Tom Sawyer y a su compinche Huck mientras idean alguna maldad, a un pestañeo de la madre de todas las siestas.
Cómo llegar
Desvío en el kilómetro 16 de la vía PO-531 que une Vilagarcía y Pontevedra.
Playa fluvial
Una lengua de arena permite entrar y salir del río con facilidad.