El tiempo se detuvo en San Fins

SOCIEDAD

ANA GARCIA

La luz se cuela entre las hojas y las ramas de la Carballeira de San Fins como un juego de hadas. Centenares de robles y castaños crean una atmósfera de otro tiempo. Un lugar para el ensueño e historias de viejo.

26 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La Carballeira da Ribeira de San Fins se yergue como una melena de múltiples tonos verdes sobre el valle de Montemaior (A Laracha). Es un espacio natural que parece anclado en tiempos pretéritos, como si nadie osase nunca romper la paz de un lugar en el que los árboles imponen su ley absoluta. Son dos hectáreas de floresta vizosa. Adentrarse en este territorio es como sumergirse en un mar de verdor formado por unos 1.300 ejemplares que dominan una especie de cerro.

Los árboles majestuosos se adueñaron del territorio, pero otras especies de menos envergadura le dan al conjunto variedad de vida, que se completa con un sotobosque alfombrado y que alterna partes diáfanas con otras que acumulan mayor masa vegetal, como si quisieran esconder secretos de hadas y seres misteriosos. Uno puede mirar a todas partes y sentirse tan perdido como en un océano. Dominan el escenario los robles, con 540 unidades. Unos más derechos y otros más combados le dan a la finca un poso de solidez y robustez. Siempre con su porte amable. Algunos están tomados por las hiedras, pero no se inmutan. Muchos de ellos superan los cien años. Incluso se ha catalogado uno que ya vivió 214 primaveras, sin duda el de mayor edad de todos. Los castaños, más esbeltos y vestidos de un verde más suave, suman 356. En este caso, el más viejo ya llegó a los 114 años. Están salpicados entre sus colegas quercus y conviven fraternalmente en la quietud del conjunto, solo alterada por los cantos de algunas palomas y tórtolas escondidas.

El exconcejal Jesús Souto, muy implicado con los espacios naturales y el patrimonio histórico, aconseja andar solo por los senderos marcados por los raposos y otras especies que habitan el lugar. Ninguno comparece, no obstante.

Pero no todo son robles y castaños. Los 314 laureles imponen su verde oscuro en capas más bajas. El más viejo anda por los 22 años. Los acebos crecen libres en este lugar. Llegan a ser 44 y el más veterano cumplió los 35.

Dos eucaliptos hacen de vigías. Sobresalen sobre la masa. Uno de ellos engordó hasta los 190 centímetros de diámetro. Su presencia es una muestra de que en este lugar no hay discriminaciones. El único pino del conjunto pasa casi desapercibido.

A los avellanos ya se les adivina el fruto. Hay siete ejemplares, muy vivos, que aprovechan los pequeños cañones de luz que se cuelan entre algunas hojas y ramas. No son muchos, sin embargo. Solo alcanzaron cierto tamaño siete. Menos son los abedules, que se reducen a cuatro, el doble que los dos sauces que se atrevieron a hacerse un hueco entre la espesura.

En fin, es un lugar para tomarse baños de paz y relax. Nada más adentrarse en el laberinto arbóreo, la existencia cambia de ritmo. Todo se vuelve más pausado. De vez en cuando, un mochuelo invisible revela que está presente en algún lugar próximo. Es un escenario propicio para pensar en druidas, duendes y cuentos ancestrales. Un espacio para confundir lo real con lo imaginario. La luz cambia a cada paso y el sol no te agrede. Entra suave, como pidiendo autorización para regalar su luz.

Este pequeño oasis ha sido adquirido por el Concello de A Laracha para preservarlo, divulgar sus bondades ecológicas y generar recursos para la educación, la cultura y la investigación. La idea es intervenir en él mínimamente haciendo posible visitas sin impacto con espacios restringidos y un estacionamiento en una parcela contigua. No lejos de este bosque está la ruta de As Pegadas do río Bradoso, un lecho cantarín que baja entre más de una decena de molinos.