Netflix estrena la entrevista de Jordi Évole a Josu Ternera

Oskar Belategui SAN SEBASTIÁN / COLPISA

SOCIEDAD

Exhibe su cinismo en la entrevista de Jordi Évole, en la que condena los atentados islamistas pero justifica sangrientos crímenes de ETA

15 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La cárcel, la clandestinidad y los muertos a sus espaldas no le han sentado bien a José Antonio Urrutikoetxea, que, pese a ponerse una chaqueta para hablar con Jordi Évole, aparenta cada uno de los 71 años que tiene, 50 de ellos en ETA. Entró a los 17 y su primera misión ya anticipaba su macabra trayectoria: realizar unas pintadas en la tapia del cementerio de Llodio (lo cuenta Florencio Domínguez en un libro). Su último trabajo, ya como estrella invitada y sin capucha, fue leer el comunicado de despedida de la organización terrorista en el 2018. Sí, Josu Ternera es un tipo malencarado, que ante algunas preguntas de Évole se revuelve incómodo y apunta con el dedo. Aunque, claro, ya no es el Ternera de 1989, que en una comisión judicial que lo interrogaba escuchó a la fiscal Carmen Tagle murmurar «valiente hijo de puta»; cuatro meses después, fue asesinada por ETA.

Al hombre que mejor encarna la historia de la banda le brillan los ojos cuando recuerda la primera arma que empuñó a los 18 años, una pistola hecha en Bayona que compró a un contrabandista y que le costó 500 francos que pagó de su bolsillo. Dice que solo la utilizó para defenderse. En  No me llame Ternera ayer se confirma que, efectivamente, Jordi Évole no blanquea al exjefe etarra, al que ha entrevistado en San Juan de Luz mientras sigue pendiente su extradición a España. Ternera no es un villano carismático, un psicópata que desprenda fascinación, sino un tipo gris no muy dotado intelectualmente y con limitada capacidad dialéctica, que sigue repitiendo las mismas cantinelas con las que la izquierda abertzale ha tratado de justificar ancestralmente lo injustificable.

En su boca, los atentados son «acciones» y las matanzas son consecuencia de la lucha de liberación de Euskal Herria, objeto de represión desde el franquismo: el eterno «conflicto vasco». Estaría bien saber cuántos espectadores de Netflix van a aguantar hasta el final de la hora y 45 minutos de larga, larguísima entrevista.

Y también si merece la pena ofender a las víctimas con un documento que no rehabilita a quien no se quiere rehabilitar. «Conmigo se ha hecho un tópico, solo hay un relato y me han deshumanizado y pintado con cuernos y rabo, cuando soy una persona como otra cualquiera», se queja el protagonista. A Ternera le espanta el terrorismo yihadista. «El 11M no tiene razón de ser, es una burrada. No entiendo que todos los ciudadanos sean un objetivo». Entonces, Évole pregunta oportuno: «¿Qué diferencia hay entre matar por un dios o por la patria?». Y contesta: «Nadie me habrá oído decir que matar está bien». Hasta Josu Ternera utiliza lenguaje inclusivo, «vascos y vascas», aunque luego, al hablar del atentado de la casa cuartel en Zaragoza (11 muertos, 6 de ellos niños) «·el pero que le pongo es que las víctimas fueran mujeres y críos».

No se puede blanquear a un terrorista que sigue culpando a los guardias civiles de que les volaran las casas con sus familias dentro, porque ya estaban avisados de que eso podía pasar. ¿La matanza de Hipercor, con 21 personas muertas, cuatro de ellas menores? «Un error de la organización, aunque el Estado no protegió a sus ciudadanos, porque hubo dos llamadas previas advirtiendo de la colocación de la bomba». ¿Miguel Ángel Blanco? «Bueno, parte del pueblo vasco estuvo en desacuerdo». Jordi Évole repasa la historia de ETA, que es la del entrevistado. Hace preguntas en clave moral y lógica que no obtienen respuesta: ¿Matar a quien no paga no es algo propio de la mafia? ¿Cómo no va a ocurrir una matanza si se coloca una bomba en el hipermercado de un barrio popular de Barcelona? Ternera se debe ver a sí mismo como un hombre de Estado. Recalca que estaba «en el aparato internacional» de la banda terrorista y se jacta de haber contribuido a traer la paz tras participar en las conversaciones con Jesús Eguiguren, expresidente del partido socialista vasco. «El conflicto nos ha hecho olvidarnos del aspecto ético», filosofa. «Esa espiral de violencia nos ha llevado a ser insensibles al sufrimiento de los demás». Asegura que nunca se ha alegrado de ningún atentado, solo celebró la muerte de Franco.

Testimonio de una víctima

No me llame Ternera se preocupa de situar la entrevista a un etarra en su contexto. Una serie de rótulos ilustran sobre la historia de la banda -sus 852 asesinatos, el 90 % de ellos en democracia, los 166 presos que siguen en la cárcel.- y aparecen (pocas) imágenes de archivo de los atentados. La emoción se reserva para el prólogo y el epílogo, con el testimonio de Francisco Ruiz, el policía municipal de Galdakao que recibió una docena de disparos cuando trataba de proteger al alcalde Víctor Legorburu, asesinado por ETA en 1976. Frente a la fanfarronería sanguinaria de Ternera, que se ufana de haber participado en aquel atentado, por el que ya no le pueden juzgar al ser amnistiado en 1977, el recuerdo de la ignominia y la miseria moral de un pueblo y una época. Nadie fue a socorrer a Francisco Ruiz mientras se desangraba. Pasó cinco meses en el hospital y a su vuelta se encontró con que los conocidos cambiaban de acera al verle. Su mujer escuchaba en la carnicería 'que se joda el municipal, por acompañar al alcalde fascista'. Ante el descubrimiento de que Josu Ternera participó en el crimen que cambió su vida para siempre, Ruiz recuerda que quedan 330 asesinatos de ETA sin resolver. Y que no sabe si llegaría a darle la mano a alguien que no se arrepiente de sus crímenes. «Creo que nunca va a llegar ese día». Así, un jubilado en un pueblo de Ciudad Real con el cuerpo cosido de cicatrices nos brinda la humanidad que el protagonista de este documental desconoce. «Lo siento de veras, matar tampoco es un placer para el que comete la acción», argumenta el gran cínico, que dice llevar una pesada mochila de culpa. Habrá a quien le impresione que Josu Ternera ya andaba metido en el atentado que acabó con la vida de Carrero Blanco y que estuvo con Yoyes en México antes de que los suyos la mataran por querer dejar la violencia: «La organización pensó que era necesario cortar esa especie de cáncer», justifica. El personaje de otra época, el error histórico que afirma «lo siento de veras», quizá haya aceptado la entrevista de Évole para responder a la última pregunta: si su vida ha tenido sentido. «Durante cincuenta años he participado en las luchas del pueblo vasco. Sería monstruoso decir que no ha tenido sentido».