El crimen de Los Galindos: 50 años de incógnitas de un asesinato quíntuple que ya ha prescrito

Paulino Vilasoa Boo
P. VILASOA LA VOZ

SOCIEDAD

Víctor Clavijo como el protagonista de «El Marqués»
Víctor Clavijo como el protagonista de «El Marqués» MEDIASET

La serie de Telecinco «El marqués», que se estrena este miércoles a las 22:50 horas, adapta el asesinato de la localidad sevillana de Paradas en el año 1975. Toma como base la teoría defendida por uno de los hijos de los entonces propietarios de la finca

22 may 2024 . Actualizado a las 23:28 h.

Era un martes a la hora de la sobremesa. Un soleado 22 de julio de 1975 en la localidad sevillana de Paradas, con los termómetros cercanos a los 50 grados. Sobre la finca de Los Galindos, una columna de humo alertó a los jornaleros de la zona, que se acercaron rápidamente a ayudar en la extinción del incendio. Lo que se encontraron una vez superados los portales del cortijo era mucho más escabroso: un crimen múltiple que casi 50 años sigue sin resolverse, que ya ha prescrito y que ahora vuelve a estar de actualidad por la serie El marqués, de Telecinco, que adapta en seis capítulos una de las principales teorías —aunque con los nombres ficcionados— y Los Galindos, la docuserie que se estrenará en Amazon Prime.

Los hombres que acudieron a la finca ese día, en los estertores del franquismo, se encontraron, nada más llegar, el cadáver carbonizado de una mujer. Era Juana Martín, esposa del capataz de la finca. A solo unos metros de allí, otro cuerpo sin vida quemado: el del tractorista José González; y un poco más allá, otros dos más: el de Asunción Peralta, esposa del anterior, también carbonizado, y el de Ramón Parrilla, otro tractorista. 

Cuatro cadáveres bajo un sol de justicia, en lo que se interpretó, en un primer momento, como un crimen pasional. Las sospechas comenzaron a recaer en el gran ausente de esa crepuscular escena: el propio capataz, Manuel Zapata.

Pasaron días de teorías malsanas por los pueblos de los alrededores de la finca, propiedad de los marqueses de Grañina. Hablaban de historias de celos, de sexo y de venganza por parte de Zapata, al que durante días pintaron como un sádico asesino y contra el que se ejecutó una orden de busca y captura. Pero solo tres días después del hallazgo de la escena de muerte, un nuevo descubrimiento dio al traste con cualquier teoría relacionada con el capataz como autor del crimen: su cuerpo apareció también en la finca, a pesar del incesante y exhaustivo rastreo por parte de la Guardia Civil en los días previos. Pero el informe forense no dejaba lugar a dudas: en contra de lo que muchos habían creído, Manuel Zapata había sido el primero en morir. Él no podía ser el asesino.

El —ahora sí— quíntuple asesinato adquiría un cariz cada vez más misterioso. Los investigadores tenían que analizar las causas y las horas de la muerte para intentar determinar cuál había sido la cronología de los hechos y alguna posible explicación.

Imagen de archivo del Cortijo Los Galindos
Imagen de archivo del Cortijo Los Galindos

Las autopsias

La autopsia de los cadáveres, que ya había determinado que Manuel Zapata, de 59 años, fue el primero en morir, también dejó claras las causas de la muerte. Él y su mujer, Juana Martín, de 53 años, fueron asesinados a base de golpes con la pieza metálica de una empacadora. También fallecieron a base de violentos golpes, antes de ser quemados, el tractorista José González, de 27, y su mujer, Asunción Peralta. Por su parte, el tractorista Ramón Parrilla, de 43 años, presentaba una herida mortal producida por un disparo de escopeta. Su cuerpo —al igual que el del capataz— no apareció carbonizado, pero la paja que cubría al cadáver hizo pensar a los investigadores que también habían intentado prenderle fuego.

La teoría pasional: una hipótesis de orgías y drogas que acabó llegando al cine

El caso no tardó en despertar todo tipo de hipótesis ante un crimen que parecía irresoluble, y que tenía reminiscencias del macabro crimen perpetrado por Charles Manson y su grupo en Beverly Hills solo unos años antes que tanto había traumatizado a todo el planeta.

Una de las primeras habladurías, solo unos días después del descubrimiento de la escena, teorizaba sobre orgías y drogas. Una historia que le acabaría sirviendo de base al escritor Alfonso Grosso para escribir su novela Los invitados, publicada solo 3 años después, finalista del Planeta y que acabó siendo adaptada, con mucha polémica, en una película homónima protagonizada por Amparo Muñoz, Lola Flores y Pablo Carbonell

En esta teoría que corrió como la pólvora, los autores del crimen habrían sido dos hombres, conocidos en el pueblo, que solían acudir a la finca de Los Galindos a consumir drogas y participar en orgías con el capataz. Según la historia, Manuel Zapata, que había hecho la milicia en África, tenía en su finca una plantación de marihuana, y acostumbraba a compartir con los jóvenes droga y sexo. Habría sido su negativa a seguir con las orgías lo que acabaría propiciando la matanza. En el caso del tractorista Ramón Parrilla, su muerte había sido cuestión de mala suerte: el hombre ya había acabado su turno, pero se había olvidado algo en el cortijo y, al regresar, se encontró con el asesino múltiple, que le pegó un tiro mortal.

La Guardia Civil, sin embargo, no tardó en descartar esta teoría, que no parecía coincidir en absoluto con los hechos probados.

El teoría del ajuste de cuentas: inquina laboral y amorosa

Años después, las investigaciones policiales seguían otros derroteros mucho menos morbosos, ya sin drogas ni sexo, aunque aún con cierto cariz pasional, que intentaba dar sentido a la cronología de los hechos. Apuntaban, esta vez, al tractorista José González Jiménez y a la supuesta inquina que le tenía al capataz. Una primera línea apuntaba a los celos del chico, de 27 años, con respecto a su mujer, una de las víctimas, y que implicaban a Manuel Zapata. Pero años después, el jefe de la Brigada Judicial de Sevilla, señalando también a González, compartió con los medios su propia teoría personal sobre el caso. Según él, el joven había pretendido en el pasado a una de las hijas de Zapata, aunque su padre, contrario a la relación, la mandó a Barcelona, donde se casó con un guardia civil. Solo unos días antes del crimen, la chica había visitado supuestamente la casa de sus padres, ya en avanzado estado de gestación, y este hecho habría sido el germen de esa escalada de tensiones que acabó en un crimen múltiple.

En esta versión, dada a conocer unos tres años después del crimen, el joven tractorista estaba ese día intentando reparar el diente roto de una cosechadora y, en ese momento, el capataz le recriminó la avería. Toda la rabia acumulada tras la visita de su antiguo amor se manifestó en ese mismo instante. Enfurecido, golpeó a Zapata con el diente averiado y lo mató. Escondió el cadáver bajo el montón de paja donde se le encontraría después. La mujer del capataz, histérica por la desaparición del marido, fue la siguiente víctima del tractorista. También la golpeó hasta matarla y dejó su cadáver en la habitación.

En ese momento, González había visto al otro tractorista entrar al cobertizo donde estaba el cadáver del capataz. Con temor a que hubiera un testigo del crimen, fue a su encuentro y le disparó varias veces hasta matarlo y arrojó después su cadáver en una zanja cercana.

A continuación, habría ido a buscar a su propia mujer, Asunción Peralta, para que lo ayudase a esconder el cadáver de Juana Martín. Pero la petición no acabó como se esperaba. Su esposa, horrorizada ante los hechos, le habría recriminado el acto criminal, y como consecuencia de una fuerte discusión, González la mató a ella también.

Para intentar tapar los crímenes, decidió entonces recoger algunos de los cuerpos para llevarlos al cobertizo de máquinas, los cubrió de paja y les prendió fuego. Al ver que no ardían, intentó avivar aún más las llamas con gasolina, con tan mala fortuna que también él acabó calcinado, falleciendo por las fuertes quemaduras.

Esta versión fue desmentida casi de inmediato por la propia Jefatura Superior de la Policía de Sevilla y también por el juez instructor, que se apresuraron a decir que el sumario seguía abierto y calificaron de «incomprensible» que el jefe de la policía diese una versión personal e infundada a los medios de comunicación.

La teoría no convencía a nadie. Tampoco en el pueblo. Quienes conocían a José González lo calificaban de débil y consideraban que no tenía ni siquiera la fuerza necesaria para mover los cadáveres.

La teoría de móvil económico: desfalcos y titularidades

La tercera hipótesis tiene que ver con temas económicos e implica directamente a uno de los propietarios de la finca. Los Galindos era, en esos momentos, de los marqueses de Grañina, aunque por matrimonio. El cortijo había sido adquirido en 1950 por Francisco Delgado y Durán, pero, tras morir este en un accidente de tráfico, la titularidad acabó pasando a su hermana Mercedes Delgado y Durán, casada con el entonces marqués de Grañina, Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete —interpretado en la serie por Víctor Clavijo, aunque con el nombre ficcionado de Rafael Pertierra y Medina—.

Según investigaciones recientes por parte del agente judicial José Zapico, podría haber sido precisamente él, el propio marqués, el causante de la atroz masacre. Una teoría en la que coincide uno de sus propios hijos, Juan Mateo Fernández de Córdova, que publicó en el 2019 un libro contando su teoría, El crimen de los Galindos: toda la verdad, y que es la que se toma en consideración para la serie que emite Telecinco, El marqués.

Según esta hipótesis, el capataz de la finca descubrió que el noble estaba implicado en un desfalco en la cooperativa Coduva, de Utrera, y, por lealtad a los propietarios originales de la finca, la familia de la mujer del marqués, tomó la determinación de ir a advertirle a su suegro sobre esta estafa millonaria. El marqués, que llevaba tiempo intentando comprar el silencio de Zapata, acudió a Los Galindos junto al administrador de la finca y a un desconocido para persuadir al capataz. Pero no aceptó el chantaje —el dinero apareció en la casa durante la investigación— y el desconocido a sueldo pasó entonces a la siguiente fase de «negociación»: le pegó una paliza que lo mató en el acto.

La masacre, en realidad, habría sido fortuita y fruto de la incompetencia del sicario, más cercana al Fargo de los hermanos Coen que a la atroz red de asesinatos de Charles Manson y compañía. Tras matar a Zapata y a su mujer, testigo accidental del asesinato, tanto el marqués como el administrador se marcharon, y el criminal se quedó agachado en un cobertizo esperando a que llegase el tractorista Ramón Parrilla, al que mató de dos disparos de escopeta. Con tan mala suerte que, cuando iba a deshacerse de los cadáveres, aparecieron el otro tractorista y su mujer, a los que no le quedó más remedio que matar también para deshacerse de todos los testigos

La ficción novelada por parte del hijo del marqués, sin embargo, difiere de la teoría del oficial Zapico, que cree que la titularidad de la productiva finca de Los Galindos tenía mucho que ver.

Según él, Mercedes Delgado, verdadera dueña de las propiedades, iba a separarse del marqués de Grañina, de modo que Gonzalo Fernández de Córdoba se quedaría muy pronto fuera de la administración de la inmensa fortuna. 

Y así fue. Se divorciaron solo un año después y el marqués murió en el 2015 en Jerez arruinado, aunque tenía, sorprendentemente, once millones de pesetas en la Caja Rural que nunca tocó.

Precisamente, el día de la muerte del que había sido su marido, Mercedes Delgado le confesó a su hijo, el autor del libro, un dato hasta entonces desconocido y que implicaba la presencia inequívoca del marqués en el lugar del crimen. En Los Galindos había una estancia prohibida. Una habitación-mausoleo donde la marquesa guardaba todos los enseres y recuerdos de su hermano fallecido, primer propietario de la casa. Solo ella y su marido tenían la llave.

Después del crimen, fue uno de los primeros sitios que ella decidió visitar. Allí se encontró un charco de sangre fresca. Una de las víctimas —posiblemente el cuerpo de Zapata, cuyo cadáver no apareció, misteriosamente, hasta días después— había estado allí. Y eso significaba, necesariamente, la implicación de su marido en los hechos, ya que nadie más tenía acceso a aquel cuarto olvidado.