El secreto de dos galeones hundidos hace 300 años

Doménico Chiappe MADRID / COLPISA

SOCIEDAD

H.U.

El Guadalupe y el Tolosa, dos navíos españoles del XVIII, naufragaron el mismo día en las costas caribeñas y aún hoy se reconstruye el relato de su travesía

21 oct 2024 . Actualizado a las 09:36 h.

Enfrentados a corsarios y huracanes, las flotas de navíos españoles comerciaban en nombre del Rey con mercancías manufacturadas e incluso esclavos de ida; y azúcar, melaza, oro y cuero de vuelta. Desde el siglo XVI trazaban con su estela la ruta atlántica que acercaba los puertos de Sevilla y Santo Domingo, primero, y de Cádiz a La Habana, después. Se calcula que hubo al menos unos 800 barcos en esta faena, entre ellos el Nuestra Señora de Guadalupe y el San José, mejor conocido como Tolosa, dos emblemas de la flota del siglo XVIII. Ambos barcos naufragaron el mismo día de 1724, cuando se acercaban a Veracruz costeando, una maniobra de navegación que sigue los márgenes del mar con tierra.

Su carga consistía en mercurio de las minas de Almadén con destino a México. «8.000 quintales», unas 800 toneladas, explica Frank Moya, presidente de la Academia Dominicana de Historia, en las jornadas «Arqueología bajo el mar. Galeones, huracanes y naufragios», celebradas en la Fundación Ramón Areces. «El flujo era continuo, en un circuito que controló España por más de 200 años, y que se inició con un comercio triangular que proveía de esclavos africanos a las haciendas azucareras de las Antillas».

El Guadalupe y el Tolosa fueron sorprendidos por un temporal en aguas bajas. El capitán ordenó arrojar el ancla para no encallar pero la marejada les empujó con fuerza y en la madrugada chocaban con tierra. En el Guadalupe, los marineros que quisieron ganar la orilla a nado murieron, unos 80, según refiere Moya. Los que permanecieron a bordo, cerca de tres centenares, tardaron varios días en llegar a la playa cercana en una balsa que iba y venía, comprueban los historiadores gracias al minucioso trabajo de archivo que reconstruye su travesía. El Tolosa se hundió más lejos. Hubo menos supervivientes.

«Se cumplen 300 años del naufragio en la Bahía de Samaná en plena época de huracanes. Los dos barcos iban juntos y se hundieron el mismo día, la noche del 24 al 25 agosto», resume Carlos León, arqueólogo y codirector del proyecto Galeones de Azogue. «Como uno de los mejores barcos, el Guadalupe se construyó con maderas muy duras, y no se hizo para llevar azogue (mercurio), sino para ser parte de la flota de Barlovento, que protegía la zona del Caribe, pero se unió a la flota comercial. Era magnífico».

Mientras este navío encallaba, el Tolosa se hundía. Ahora reposa a una profundidad de entre 16 y 22 metros. Con ambos desastres marítimos se perdieron unas 600 vidas. Su lugar de descanso influye en sus destinos actuales. «En el Guadalupe, al estar tan cerca de la costa, se hicieron operaciones de rescate y se recuperó el mercurio. Sin embargo, del Tolosa no se pudo recuperar casi nada, y ahora está muy completo. El barco, las maderas y su carga. El mercurio se ha ido saliendo del cuero donde estaba y se encuentra embolsado debajo del barco», explica León.

Una carga ilegal de cristales de Bohemia

Como en el «Relato de un náufrago» de García Márquez, que transcurría en un barco militar que llevaba electrodomésticos de contrabando, estos navíos también llevaban una carga no declarada. El secreto de sus bodegas, tal vez un negocio particular de sus oficiales, eran vasos de vidrio. Cientos de cristales de Bohemia. Descubiertos en las exploraciones de los años setenta, estos objetos no estaban registrados, como sí todos los demás productos que transportaba la flota.

«Cuando repasamos el registro de carga del barco, no había ninguna mención a ninguna carga de vidrio, a pesar de que era una colección muy importante», relata León. «Por ejemplo, los barriles de vino de 64 litros tenían el nombre de quien lo embarcó, del que se haría cargo o de los impuestos pagados. Al investigar, vimos que la forma de los vasos se parece mucho a los de la Granja de San Ildefonso, pero no podía ser porque empezó más tarde, en 1727. Había otras dos opciones. Que fuera vidrio de una fábrica anterior, como la de Nuevo Baztán, o que fuera vidrio de Bohemia. Excavamos en Nuevo Batán y encontramos muestras de aquella época. Les hicimos un análisis químico y las bases son distintas. Solo quedaba la opción de que fueran bohemios. Felipe V había prohibido su comercio porque había dado la concesión a Nuevo Baztán y no quería que llegara la competencia. Por eso se contrabandeaba».

 Como estos dos galeones, hay otras seis decenas de barcos enterrados bajo la cota cero. Historias que descansan aplastadas por la presión. «En el mar, el paisaje se puede leer solo si se tienen los códigos», afirma Carlota Pérez-Reverte, arqueóloga subacuática especializada en la mediación con el público, en su intervención «Difusión, divulgación e impacto del patrimonio cultural subacuático».

«Si los llevo donde naufragó el Titanic, verían solo agua, una invisibilidad que da problemas a la hora de gestionar los restos arqueológicos». Como ejemplo de la ausencia de los «códigos culturales» que requiere la comprensión del relato que transcurre en los mares, Pérez-Reverte cita a «El lobo de mar» de Jack London. «Nadie reaccionó a la crítica y ese desconocimiento nos lleva a la romantización e idealización. Como el imaginario distorsionado que compartimos de un pirata. Hay que pelear contra eso», advierte. La herramienta, dice, es la investigación, que deja entrever a «las personas que había a bordo de un barco, su religión, gastronomía, todos los aspectos de esa sociedad. Es extraordinario». Motivos por los que los secretos de los viejos galeones hundidos siguen saliendo a la luz.