
Resulta curioso pensar en una ciudad blindada a la que todos los caminos que conducen a ella han traído una inesperada reunión de los grandes del mundo, y sus conflictos
26 abr 2025 . Actualizado a las 19:05 h.Lo anunciaba una alerta que apareció al mismo tiempo en todos los móviles de la ciudad. Desde este viernes a las cinco de la tarde Roma está cerrada. Lo estaba ya en gran parte, convertida en un laberinto de vallas, barreras anti-atropello y arcos detectores de metales. Miles de policías de uniforme y de paisano revisan mochilas y carritos de bebé mientras sobre el cielo de San Pedro, como en una escena de Fellini, los helicópteros de los carabineros, lo más parecido al ojo de Dios, vigilan las riadas de visitantes, el caleidoscopio de boy scouts franceses, seminaristas latinoamericanos, turistas que se hacen selfies o influencers que hablan sonrientes a un trípode con un móvil.
Roma está blindada, en efecto. En la boca del Tíber ha echado ancla el Caio Duilio, un destructor de la Marina italiana equipado con sistemas antimisiles y cuyos radares barren constantemente San Pedro del Vaticano. Un escuadrón de cazas de combate permanece en alerta en la base aérea de Grosseto. En el perímetro de la Santa Sede se han instalado cinco sistemas antidrones. Once mil hombres y mujeres, entre soldados y policías, peinan la superficie y el alcantarillado de esta ciudad de catacumbas. Es una característica de nuestros tiempos, esta de que la liturgia de la seguridad resulte al final más espectacular que la de un funeral de estado, incluso si se trata del de un papa.
Pero, en realidad, casi nada de esto tiene que ver con el funeral en sí, sino con los asistentes, los grandes del mundo que vienen a presentarle sus respetos al finado Francisco. Muchos han llegado ya, y los romanos, siempre inclinados a la ironía, juegan a identificarlos en las caravanas de coches oficiales que atraviesan el centro a toda velocidad con un estrépito de bocinas. «¡Ahí va Macron!» «¡Ese es Trump!» En realidad, no es posible saberlo. Son más de cien delegaciones las que se han presentado de repente en la ciudad y los coches oficiales se han vuelto tan ubicuos como los taxis.
Esa inesperada reunión de figuras políticas en el funeral de Francisco es una tentación que pocos resistirán. La primera ministra italiana Giorgia Meloni ha dicho que convertir las exequias en una cumbre multilateral sería una falta de respeto, pero se sabe que varios mandatarios ya han solicitado entrevistas con Donald Trump. Ursula von de Leyen, a la que el presidente ha ignorado durante meses, no quiere desaprovechar la ocasión. El orden alfabético de países en francés —la lengua de la diplomacia— con el que se han dispuesto los asientos en la ceremonia iba a colocar a Emmanuel Macron junto al presidente norteamericano, pero el presidente de Finlandia se ha puesto en medio. Quizá en algún momento discreto entre la misa y la conducción del féretro en procesión hasta el sepulcro se musiten las palabras «Ucrania» o «aranceles». Pero el papa Francisco, que también fue un jefe de Estado, está por fin más allá de estas intrigas. Su destino es el lugar que ha elegido para su último reposo: la basílica de Santa María la Mayor, donde se encuentra una imagen de la Virgen por la que sentía una especial devoción.
Cae la tarde en esta Roma blindada y resultaba curioso pensar en la noche romana que se avecina, la de una ciudad a la que todos los caminos que conducen a ella han venido a traer los conflictos del mundo. Donald Trump y su primera dama dormirán en Villa Taverna, el palacio del siglo XV en el que vivió Felipe Neri, el santo que invitaba a abandonar toda vanidad. Los otros poderosos del mundo, en sus embajadas y hoteles. El pueblo romano, en sus casas, conmovido o incómodo. Las calles casi vacías, patrulladas por policías y los sempiternos gatos de la Ciudad Eterna.
Y, mientras tanto, en el Vaticano, siguiendo la tradición, el camarlengo ha cubierto el rostro de Francisco con un paño blanco y colocado junto a su cuerpo unas monedas acuñadas en su papado para luego sellar el ataúd de madera y zinc. Sí, una noche extraña, esta de una Roma sin papa.