El hartazgo es evidente. Y lógico. Cansa, estomaga, revuelve el estómago volver a desayunar —una vez más— mensajes hablando de tramas corruptas, declaraciones políticas con poco o nulo ánimo constructivo, tertulias de bajo perfil argumentativo, grandes sumas de dinero cambiando de mano bajo el mantel de hilo blanquísimo del restaurante más elitista de la capital. Y a este bufé poco nutritivo hay que sumar ahora una carta de innovaciones servidas en platos de streamer.
Ahí aparece de pronto la falacia de con mis impuestos, una frase que pocas veces trae algo bueno detrás. Con mis impuestos no quiero que paguen drogas y prostitutas, empieza a decir a cámara con su característica berrea que inflama las mentes e inhibe el razonamiento no solo del que la performa, sino de quien la escucha. Las corruptelas que se van destapando a un ritmo digno de estreno en plataformas de vídeo bajo demanda sirven entonces para hacer una enmienda a la totalidad de un sistema que no sirve para pagar prostitutas y drogas. Da un poco de apuro volver a la explicación machacona. Con mis impuestos, con los de los streamers y con los de todos, se financian la sanidad, la educación, las infraestructuras, las pensiones. La situación es grave. No la empeoremos cayendo en simplificaciones absurdas. Nos jugamos un estado del bienestar.