M.A.FERNÁNDEZ CINE
11 ago 2000 . Actualizado a las 07:00 h.Jerry Bruckheimer es un productor de los que imponen su estilo al asalariado de turno, lo cual no implica necesariamente que ese estilo invite al entusiasmo. Fallecido su colega Don Simpson, insiste en sacar al año una megaproducción con la cual hacer caja ante la indiferencia de la crítica, que agarra unos mosqueos que no veas. Marca de la casa son títulos como La Roca o Armaggedon, entre muchas otras. Y en camino está también Pearl Harbour. Es este personaje un especialista en productos resultones pero tramposos, de usar y tirar porque no resisten un segundo visionado ni en la tele. La fórmula es elemental: una estrella de rostro archiconocido tirando del cartel, acción y espectáculo a tope, fotografía efectista con tendencia a los naranjas y metalizados, pero sobre todo diseño a montones, mucho diseño. La música si es disco, mejor todavía. El guión mejor que sea de seis líneas, que doce son un rollo... Calor Con Sesenta segundos el productor sublima su arte hasta níveles de un sorprendente próximo al shock. A priori había reunido materiales suficientes para consolidar un filme eficaz, pero a posteriori uno no sabe a que carta quedarse. Con eso de que estamos en verano y las salas son ahora más cómodas, una buena manera de combatir el calor es llevarse una cola a la boca y dejar que el aire acondicionado nos proporcione la paz corporal que buscamos. O sea que Bruckheimer se preocupa al final por nuestro bienestar. ¿La película? Nada, que le den morcilla. El hombre sostiene que uno va al cine para huir del molesto sudor y de los rayos uva, y que lo que necesitamos es un subidón de adrenalina. Así que nos hace una de coches carísimos y ladrones eficientes, filma persecuciones-vistas-una-y-mil-veces, y eleva el sonido hasta que el olor a gasolina y a neumático quemado se sienta en la sala con ayuda del estéreo. ¿Y el humo? Mucho y en cantidades generosas, pero humo intelectual, que es el más fétido que existe. Pero no podemos finalizar sin referirnos al guión de esta perla cinematográfica: Nicolas Cage y su banda tienen tan sólo unas horas para robar cincuenta coches de lujo, si quieren evitar que su hermano pase a ser un fiambre. Quede claro ahora que la cara de Bruckheimer está tallada en compacto cuproníquel.