SE ha echado al monte con la metralleta del verso debajo del brazo. Se nos ha hecho maqui de la poesía cuando le falta uno para los ochenta. El último libro de Caballero, hijo de cubano y andaluza descendiente del vizconde de Bonald, reza contra los «consorcios de falsarios, púlpitos execrables, compraventas de armas, eufemismos que sólo encubren crímenes». Es un paquete bomba cargado de palabras. Manual de infractores se llama y apunta contra el Imperio Bush, entre otros. Por rebelde dicen que le han dado el premio. Pero podrían haber dicho que por escribir bien. El jerezano es música, copla y danza. Utiliza todos los idiomas de la literatura (la poesía, la novela, las memorias). Tiene la manía de la reescritura como Juan Ramón Jiménez. Más de una vez ha confesado que daría la vida por el adjetivo que completa el puzzle de un poema. Una enfermedad en el pulmón le hizo conocer el campo. Es también hombre de cubierta de barcos. Ha ganado tres premios de la Crítica. Fue detenido, multado y censurado en el franquismo. Su castellano es un placer, un diamante con millones de caras, palabras. Confiesa que ha bebido y vivido. De la infancia dice que siempre parece que sucedió en verano. Es orfebre de frases hermosas, como este título: Toda la noche oyeron pasar pájaros.