«Me encanta la comparación con Follett»

Enrique Clemente Navarro
Enrique Clemente LA VOZ | MADRID

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Este abogado barcelonés de 47 años es el gran protagonista de la temporada literaria, pues ha vendido ya 300.000 ejemplares de su ópera prima, «La catedral del mar», una novela histórica «pura y dura» que se desarrolla en el siglo XIV en la Ciudad Condal

01 jun 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

Ya ha vendido 300.000 ejemplares de su ópera prima, La catedral del mar (Grijalbo), una novela histórica de 700 páginas que se desarrolla en el siglo XIV en Barcelona. Ildefonso Falcones de Sierra, abogado barcelonés de 47 años, está a punto de pasar la prueba de fuego de la Feria del Libro de Madrid tras haber sido el gran triunfador del díade Sant Jordi. «Ahora no tengo tiempo para mi bufete, ni para mi familia ni para escribir. Me paso el día de promoción», asegura. -No hay una fórmula, pero deben concurrir varios elementos: que sea ágil, interesante, que enganche, que trate de las personas, de los problemas de la gente. Todo eso colocado en un entorno, ya sea histórico o actual, bien definido que logre transportar al lector adonde quieres. Esa es la condición necesaria, la suficiente no sé cuál es. -¿Escribió el libro con la pretensión de que fuera un superventas? -Cuando la escribí me conformaba con que alguien me dijese que era buena. Luego, con que se publicase y ya se han superado todas las barreras de forma sorprendente. -Se ha dicho que «La catedral del mar» es un producto de laboratorio. -Es una tontería, tardé cinco años en escribirla. El proceso fue el lógico en un autor que era ajeno al mundo literario. Cuando terminé la novela necesitaba que algún profesional me dijera si lo que había hecho tenía el más mínimo interés o calidad, si era publicable o no valía nada. Por eso se la llevé a un profesor de escritura del Ateneu de Barcelona, al que le gustó y me dio sus consejos, me ofreció recursos estilísticos para mejorar la novela. Después, la envié a siete editoriales, que la rechazaron. A través de una agente literaria llegó a Ana Lieras, de Grijalbo, que decidió publicarla y me dio otras recomendaciones, a veces contrarias a las anteriores. Corregí y cambié lo que consideré oportuno. -En todo caso demostró tener humildad. -No es humildad, sino inteligencia. No hay nadie que no dé su novela a leer y no acepte consejos. Otros problema es que después lo reconozcan. Sería de necios que un profesional con experiencia y reconocido en el mercado te dijera por aquí no vamos bien y no le hicieras caso. -¿Por qué hay un avalancha de novela histórica? -Hay una avalancha de novela esotérica más que histórica. La mía no tiene nada de esotérica, es una novela histórica pura y dura. -Hablando de esoterismo, ¿qué piensa de Dan Brown y «El código Da Vinci»? -La he leído, es una novela agradable, entretenida, pero plantea una historia que es irresoluble. Parece que hayamos descubierto ahora el Santo Grial y a los cátaros, cuando hay una biblioteca entera sobre estos temas, eso sí, sin la ramificación da Vinci. Pero 40 millones de personas no pueden estar equivocadas y les ha gustado. No se puede tomar al lector por tonto o llamarle inculto porque les guste El código Da Vinci o mi novela. -Usted se ha declarado admirador de Follett y la publicidad de la editorial relaciona su novela con «Los pilares de la Tierra». -Ojalá esta novela llegue algún día a ser como Los pilares de la Tierra. Estoy encantado con la comparación. Follett es un gran escritor. Pero hay dos diferencias fundamentales: la catedral de Follett es ficticia y la de mi novela es real; y el eje de su libro es la construcción y todo lo demás es accesorio, en la mía es el telón de fondo, lo central es la trama. -¿Fue la Edad Media tan terrible como en su novela? -Creo que debió ser aún más terrible, por la pobreza, las epidemias, las durísimas condiciones de vida. La mujer que sale en el libro que es emparedada hasta que se muera por adulterio no es un invento, yo tengo una sentencia que prueba que es cierto. O que a un cambista le cortaran la cabeza si no podía devolver el dinero. Imagínese qué pasaría ahora con los de los sellos.