12 mar 2014 . Actualizado a las 10:40 h.

Igual que en el firmamento brillan estrellas ya extinguidas, los programas grabados corren el riesgo de volverse extemporáneos en el momento en que ven la luz. Lo sabe bien La Voz Kids, que está padeciendo como pocos los efectos colaterales de la televisión enlatada. David Bisbal ya ha dejado vacante su silla de juez, pero sigue sentando cátedra desde un limbo que no existe. El día en que la muerte de Paco de Lucía creó un agujero negro en la música española, su sobrina Malú salía al ring del concurso con una alegría poco oportuna. Y ahora, la pobre Iraila, cuya sonrisa encierra un mar de lágrimas.

El hachazo de la enfermedad le ha servido la audiencia en bandeja al programa que emitirá mañana Telecinco, que espera la decisión de la familia para saber si suprime o no su actuación póstuma. ¡Qué menos! La fatalidad pone de nuevo el punto de mira sobre el uso de los niños como protagonistas y como espectadores de televisión. En un caso como el de Iraila, cualquier padre habría hecho lo imposible por cumplir el sueño de su hija, que tocó el cielo en vida cuando Rosario, Malú y Bisbal corrieron aliviar su llanto tratándola de igual a igual, como una amiga y una artista más.

A los pequeños espectadores que viven con pasión las gestas de la pantalla, esos niños que se hacen fuertes ante el miedo a la muerte confiando ciegamente en su inmunidad, les queda ahora el trago amargo de enfrentarse de golpe a la realidad.