El espíritu verbenero pelea por hacerse un hueco en televisión. Hemos visto tanto ya dentro y fuera de la pantalla que un show a pelo, de esos con humor, música y presentador dicharachero, resulta excéntrico. El mundo convulsionó el pasado verano cuando TVE hizo un intento de resucitar el género de las variedades con un festival prehistórico de José Luis Moreno. Con más alborozo se recibió la semana pasada en Antena 3 Los viernes al show, una versión 3.0 de aquel, una distracción remozada que busca su sitio en el siglo XXI. El primer programa reunió un cuórum tan generoso que hizo a algunos pensar en un cambio de ciclo para los viernes por la noche. Su propuesta ecléctica, que mezcla imitaciones con sketches protagonizados por famosos, entrevistas anecdóticas, karaokes y momentos de Sorpresa, sorpresa, tiene como argamasa a dos presentadores resultones, dos hombres para todo, Valls y Fuentes.
Falsa alarma, en principio. A la segunda semana la burbuja se deshinchó y sobre la curiosidad inicial se impuso la sensación de rutina. Ni Hugo Silva bailando a lo Bee Gees, ni Chicote en una barbacoa con unos sosias de Alaska y Mario, ni una petición de matrimonio en directo consiguieron levantar un programa que aún tiene mucho que pelear para no acabar como su predecesor Me resbala, durmiendo el sueño de los justos.