Esperar que Chicote venga a reformarte el restaurante y salir indemne del proceso es una ecuación difícil de cuadrar. Un programa llamado Pesadilla en la cocina no vive de ser amable con el prójimo ni de buscar el perfil bueno de quienes demandan ayuda, porque sin chorretones de grasa no hay audiencia. Aún así, locales en apuros recurren a él para pedir auxilio sabiendo que abonarán la reforma al contado con la exposición pública de sus defectos.
Con todas las temporadas que lleva Alberto Chicote pasando el Pronto y el paño por los comedores de España, nunca hasta ahora había visitado un restaurante en Galicia. Esta semana afrontó su «misión en El Ferrol» visitando el mesón Irlanda, donde, rompiendo la tendencia, admitió que se cumplía el tópico de que la comida era buena y las raciones, abundantes. El problema que reflejó era otro. El cocinero de la bata pop no solo modernizó la carta, sino que fue psicólogo, asesor matrimonial, experto en organización, técnico en recursos humanos y hombro en el que llorar.
Tan dura fue, al parecer, la tarea que presentador y propietario se confesaron defraudados. El hostelero ferrolano, arrepentido al verse en el espejo de la pantalla, aseguró que el chapapote del extractor era de atrezo y que la trama respondía a un guion. El espectáculo debe continuar.