El último gran clásico del Flaco

Antón Bruquetas REDACCIÓN / LA VOZ

TORRE DE MARATHÓN

Valerón podría vivir mañana su despedida de los Deportivo-Celta

14 mar 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Entre los caracteres de las letras de algunas canciones emergen, como en ningún otro escrito, auténticos glosarios de la vida. «Some things should be simple; even an end has a start (Algunas cosas deberían ser sencillas; incluso un final tiene su comienzo)». Suena la banda británica Editors. Y entonces Juan Carlos Valerón (Arguineguín, Gran Canaria, 1975) salta al campo. Y las cosas se vuelven complicadas. Para las leyendas el principio del fin jamás llega en buen momento. Todo el mundo se resiste a quedarse sin su magia. Empujado por su compromiso a la camiseta blanquiazul, el canario aguantó tras el regreso a Primera, pero, y así lo ha manifestado públicamente, cada día es más consciente de que, más temprano que tarde, tendrá que marcharse. Abandonará el césped para continuar ejecutando desde el banquillo lo que siempre hizo con el balón en los pies: entrenar. Porque sus pases nunca fueron pases, son instrucciones.

El tiempo se consume para el último genio al que admiró Riazor. Con toda probabilidad, mañana se despedirá del derbi gallego. Si no ocurre nada extraño, figurará entre los 22 de inicio. Desde la llegada de Fernando Vázquez, Valerón ha recuperado un hueco en el once titular. El nuevo entrenador del Deportivo le deja navegar donde se ha sentido más a gusto a lo largo de su carrera. Sin la presión de desgastarse detrás del balón, flota entre la línea medular y la delantera. Se escora a una banda y a la contraria en apoyos constantes a los extremos. Apuntalado en tierra de nadie, diseña tiralíneas que cortan la respiración a la retaguardia del rival. No necesita sudar, porque su fútbol reposa sobre el cerebro no en el músculo.

Así ha llegado hasta aquí. A sus 37 años, todavía se codea con la élite del planeta y eso es gracias a que su mayor talento no es su portentoso toque. Su virtud más sobresaliente es que lee más rápido que nadie. Interpreta el rectángulo de juego como un libro del que conoce el siguiente capítulo antes que el resto.

Un referente en el vestuario

Además, para el Deportivo Valerón se ha convertido el espejo donde se mira el vestuario. De conducta intachable tanto sobre la hierba como lejos de las cámaras, el canario se ha ganado el respeto de todos sus compañeros. Ejerce como tutor de los jóvenes y posee autoridad frente a las futbolistas contrastados. Ante la afición es un símbolo. Dispuso de oportunidades para vestir otros colores y, tal vez, de aspirar a cotas mayores, pero decidió que no se movería de A Coruña. Esa devoción emociona a la grada.

Quizás la trascendencia de su figura merecería que el Dépor atravesase terrenos más excelsos. El fondo de la clasificación no parece un buen lugar para que un mito se despida. No sería justo que el último vuelo del flaco terminase con el drama del descenso. En trece temporadas lo ha vivido todo en el club. Saboreó el éxito con la Copa del Rey del Centenariazo, maravilló a Europa en la Liga de Campeones y acabó, como ya le había ocurrido en el Atlético de Madrid, bajando a Segunda División. Ahora, de nuevo en Primera, padece las consecuencias de la grave crisis institucional que atraviesa el Dépor. Pero, tal vez, si la entidad no estuviese en esta situación, ya habría dicho adiós. Eso es lo que significa Valerón.