Probablemente, su hoja de servicios merecería una recompensa bastante mayor que la de haber estirado otros doce meses su relación con el Deportivo por el simple hecho de ajustar las cuentas del pasado. Manuel Pablo, el hombre del presidente en el vestuario, quiso seguir una temporada más al pie del cañón, prologar un adiós que, quizá, no le convenía a nadie. Ni a él mismo, que como mejor recuerdo de su última temporada en activo le quedará la convocatoria del desplazamiento a Las Palmas para reencontrarse con su afición de origen y con su amigo Valerón, ni al propio equipo, que lo ha utilizado en siete partidos ligueros en las dos últimas campañas. Un par de temporadas que, en su caso, probablemente, pueden tener el mismo final: en el dique seco tras sendas lesiones.
Dieciocho años en el mismo club, después de tragarse una millonaria oferta del Real Madrid y superar una grave lesión en un derbi, una dura recuperación para intentar volver a ser el mismo, varias participaciones en la Champions, una Liga, una Copa y dos Supercopas... también un par de descensos y otros tantos ascensos.
Lejos aún de los 700 partidos de O Neno, el emblema deportivista, Manuel Pablo no debió de cometer el error de estirar su carrera ni, mucho menos, permitir que el Deportivo se la prolongara. Su trayectoria no necesitaba la justificación de una ampliación artificial ni de la complacencia general. Un epílogo injusto para 18 temporadas en el mismo club, un récord imposible en el fútbol del Siglo XXI.