Aquella camiseta de usar y tirar...

TORRE DE MARATHÓN

CESAR QUIAN

Se cumplen 15 años de la maldición de la camiseta naranja del Deportivo de La Coruña

05 nov 2018 . Actualizado a las 19:57 h.

Solo fueron 90 minutos de aquel 5 de noviembre del año 2003, pero en aquella hora y media los acontecimientos cayeron en cascada. Uno detrás de otro, impregnándose a las bravas en el acervo blanquiazul, tanto que década y media más tarde las imágenes siguen surgiendo pese a que haya quien ponga esfuerzo en olvidar. Dicen que cada vez que recordamos el cerebro genera nuevas proteínas para revivir esa vivencia desde cero, que al parecer nunca llegan a consolidarse para siempre. Es un proceso complejo que de vez en cuando hace que un científico lleve a otro la contraria. El caso es que para el aficionado deportivista las referencias y las imágenes, como en un mal sueño, son siempre las mismas.

Es Molina siendo titular y primer cambio a causa de un virus intestinal, es un delantero croata con coleta que floreció sobre aquel campo pero que sería flor de un día, es un Scaloni tirando de orgullo y Tristán haciendo el más inútil de los goles antológicos. Era el prólogo de la final que toda una ciudad aún no sabía que deseaba. Y que nunca llegó. Pero por encima de todo será recordado por el partido de la camiseta naranja. Un ejercicio de equilibrio cromático imposible. Naranja, blanco y azul: Una combinación sin tradición en el añejo armario herculino. Recibida malamente por los aficionados, el Luis II se encargaría de enterrarla para siempre. 

CESAR QUIAN

Dos minutos. Fue lo que tardó el Deportivo en recibir el primer gol de la noche ante un sorprendente Mónaco. Rothen, medio centro francés que por entonces comenzaba su carrera en la élite, batía de vaselina a Molina tras un error grosero de Manuel Pablo que cabeceó al aire dejando vendido al portero. El segundo llegó en el minuto 10, Molina se quedó a media salida evidenciando síntomas de que algo raro le pasaba y le dio todo el tiempo necesario a Giuly para pensar por donde batir la portería coruñesa. El tercero, obra de Prso en el minuto 25 a la salida de un córner, confirmó el traslado de sus problemas estomacales a su rendimiento bajo palos. Cuatro goles metería el croata que aquel día estaba de cumpleaños. La mayor gloria futbolística de un delantero que, de no ser por el balón, apuntaba a mecánico de coches. 

Fueron cayendo uno tras otro. 5-2 al descanso. 8-3 tras el pitido final. El deportivismo no reconocía a su equipo en su proceso de amnesia futbolística pese los destellos de lucidez de Diego Tristán. La clase la puso el bando perdedor. Aquel tanto del de La Algaba sería designado por la organización como el mejor de la temporada en Copa de Europa.

A Irureta no le quedó más remedio que desempolvar, a esas alturas del grupo C, su libreta de tópicos. «No eran más que tres puntos», tan cierto como que aquella goleada se convirtió en la más abultada de la historia de la competición. Tuvieron que venir, tras años como gran reclamo en el museo del rubor, equipos como el Malmö o Besiktas a ofrecer un hombro sobre el que compartir el insoportable peso de la historia. Y pese a que no eran «más que tres puntos», nunca más se supo de aquella camiseta sobre el verde. De vez en cuando se deja ver alguna por la ciudad de A Coruña, pero los que la visten son conscientes de todo lo que representa. Irureta, tan acólito a eso de que «haberlas haylas», prefirió correr un tupido velo y seguir tirando. A nadie le pareció mal su desaparición para siempre.

CESAR QUIAN

No le fue tan mal al equipo, que alcanzaría las semifinales. Esperaba el Mónaco en Gelsenkirchen. No pudo ser. Una roja, un amigo, un entrenador que sorprendía a todo el mundo pidiendo que se bajasen los humos y un penalti. Con permiso del otro penalti, el del 94, la gran frustración histórica. Al igual que esa camiseta, el «ganábamos seguro» aún se escucha de cuando en cuando por las calles de la ciudad.