
El Rayo Majadahonda construía hace solo unos meses el ascenso contra el Fabril. Una entidad modesta, un equipo de retales y un entrenador intenso. Ese grupo, que pelea por la permanencia con honradez y esfuerzo, sonrojó al Deportivo de la hora de la verdad, al del llamamiento a la afición (que no se dio por aludida ante la petición del club, que pide mucho para lo poco que da), al que estaba obligado a despertar para que el mensaje del ascenso directo tenga un mínimo de credibilidad.
Y ese es el problema de este Deportivo. Ha perdido la credibilidad. Siendo triste su posición en la clasificación después de sumar solo cuatro de los últimos 18 puntos posibles en Riazor, lo peor es que ya no se cree en él. Desde que se construyó la plantilla en verano y se dibujó un notable rendimiento en otoño, todo ha ido a peor. Decisiones equivocadas en enero, mala elección de los nuevos compañeros de viaje, baja forma de una plantilla que está muy por debajo de lo que cabe exigirle... Y un consejo al que le tiembla la mano al marcar el rumbo.
Por eso Riazor, paciente hasta el límite, se hartó ahora de la mediocridad. No le cuesta al club despegar en Primera, es que tampoco encuentra su sitio en una Segunda en la que luce millonario, histórico, excampeón de Liga. Un grande zarandeado por un encomiable humilde. Una lección.