Los dos viajes de Manuel Mosquera

Xurxo Fernández Fernández
xurxo fernández A CORUÑA / LA VOZ

TORRE DE MARATHÓN

CESAR QUIAN

El técnico ya marcó época como delantero en Almendralejo, donde dirige al Extremadura, próximo rival del Dépor

17 abr 2019 . Actualizado a las 08:38 h.

«Fue una aventura desde el principio. Era la primera vez que salía de Galicia con mi coche y tuve que hacer la Ruta de la Plata sin autovía hasta Almendralejo. Llegué con cuarenta y pico grados y me di cuenta de que esto era otro mundo». Del R5 blanco se bajó un delantero oleirense al que el Dépor había dejado salir tras ascender -«Fue el año del Murcia (1991). Yo terminaba contrato y con los atacantes que ya había no contemplaban una renovación»-. Hoy el coche sigue circulando por las calles de esta localidad de 35.000 habitantes, luciendo en la matrícula la C que reivindica su pasado coruñés. «Me lo crucé el otro día y está de lujo», asegura Manuel Mosquera que hasta guarda una foto de la reliquia: el vehículo que llevó al conjunto azulgrana al máximo goleador de su historia. De la del club que fue, porque el Extremadura era entonces CF y ahora es UD. «Pero no ha cambiado la pasión. Tanto tiempo después vuelvo a sentir lo mismo que sentí», asegura el protagonista de esta historia de dos viajes; uno para calzarse las botas y otro para liderar la resurrección.

Mosquera ha regresado a Almendralejo como entrenador, con un cometido a la altura del que asumió de futbolista y tras un proceso similar: «Igual que hace 27 años. El presidente, Manuel Franganillo [entonces fue Pedro Nieto], me puso en un mensaje: “¿Manu, quieres venirte?”. Debí de tardar cinco minutos en responder. La propuesta me llegó a las tres de la tarde, a las ocho estaba todo resuelto, y al día siguiente a las seis estaba aquí. Casi clavado a lo que había hecho como jugador, pero esta vez, salí de A Coruña en avión».

Calor extremo

Le costó menos llegar y también acostumbrarse, porque en el primer encuentro hubo que superar una fase de aclimatación. «Las pasé canutas durante dos pretemporadas. Por mucho que me daban todo tipo de cosas yo seguía vomitando por el calor. Los andaluces que había en la plantilla lo llevaban mucho mejor -recuerda-. Pasado el tiempo ya me adapté por completo y hasta disfrutaba de la temperatura. Ahora me gusta el clima, la pasión por el fútbol, la gente…». Y a los hinchas almendralejenses parece gustarles el regreso de aquel a quien jalearon durante la niñez. En el supermercado, entre llamadas para hacer memoria en La Voz, un hombre interrumpe para contarle que le idolatró a los catorce años y pedir un autógrafo para su hijo. «La pasión de la gente cruza años y épocas», reflexiona el entrenador.

Animaron a un punta que destapó en el Francisco de la Hera su olfato goleador (109 dianas en 483 partidos). «Junto a mí llegaron jugadores del Castilla, de los filiales del Sevilla y el Betis, futbolistas extremeños y andaluces de buen nivel… Se montó un equipo que parecía llamado a cosas grandes, pero no tanto como lo que se acabó consiguiendo». «Creamos un grupo ambicioso, competitivo y ganador, con Josu Ortuondo al frente, que fue muy importante para nosotros por la mentalidad que teníamos -abunda-. Y así seguimos escalando hasta el milagro de alcanzar Primera. Josu me descubrió que yo podía ser mejor en la faceta anotadora».

Las enseñanzas de Ortuondo dejaron poso. «Era un adelantado a su época en el trabajo con el grupo -sostiene el hombre al frente del próximo rival del Dépor-. Trabajábamos la presión y la zona. Lo tuve por siete años en varias etapas y es el que más me ha marcado. Mi referente». Hay al menos otro: «Luego tuve a Benítez, claro, que en la parte táctica y de entrenamiento te deja muchas cosas de las que aprender. Nos hizo un equipo serio, compacto y ganador».

El oleirense ascendió a Primera una vez con cada técnico, pero la que quedó en la memoria colectiva fue la gesta del 96: «Teníamos un campo de chapa y piedra para tres mil espectadores que estaba lleno siempre [la versión del Francisco de la Hera conocida como El Paquito]. Quedamos quintos en Segunda. El Castilla no podía ascender y nos enfrentamos al Albacete en la promoción. Les ganamos en casa y fuera [Manuel hizo el gol de la ida]. Íbamos al Belmonte con el 1-0 y en el autobús cantábamos la de Ketama: “No estamos locos, sabemos lo que queremos”. Eso éramos. Unos chalados que no veíamos miedo en ningún sitio. Y al final nos salió bien, porque el Albacete nos dio un baño, fue mucho mejor que nosotros, nos metió debajo del larguero, pero salvamos goles sobre la línea, marcamos, ganamos y ascendimos. Éramos un equipo tocado para hacer grandes cosas».

«Aquel era CF y este es UD», aclara el técnico, pero algo no cambia: «Fue la afición la que hizo que se quisiese a este equipo y así sigue. Porque aquí hay mucha pasión, pero siempre de buena fe. Al rival se le respeta. Almendralejo se ha ganado a pulso el título de ciudad de la cordialidad». Donde vive su R5. Donde lo idolatraron cuando marcaba como Manuel y lo idolatran ahora que manda como Mosquera.