Los caminos del Deportivo siempre han serpenteando. Recorre lo que en el argot ciclista se llama terreno rompepiernas, ese que tan pronto te da una alegría como una tristeza, pero que no permite casi nunca la contemplación del llano. En blanquiazul se pintó una de las mayores caídas. La del penalti de Djukic. Con aquel lanzamiento llegó el vacío de la oportunidad perdida, del Nunca máis de la tristeza (porque el de la ira llegaría después). El fatalismo tan propio de esta esquina del mundo. Pero no fue así. Es cierto que no habrá otra Liga como aquella, con aquella frescura, pero sí hubo otras grandes victorias. En los momentos en los que le ha tocado lanzar los dados al aire el Dépor se ha encontrado gradas en llamas, penaltis malditos, diluvios universales, Mourinhos encendidos, centenariazos blindados, cuentas de la lechera y labios rotos. Ha sido un gran vencedor y un glorioso derrotado. Casi siempre increíble en su viaje, pocas veces previsible. Pero nada cura del espanto de dejarse ir a unos metros de la orilla, de ver pasar el encuentro dirigiéndose hacia el desastre, de dejar que el ascenso se escape casi mansamente.
Los jugadores podrían dejar un hueco en el brazo para tatuarse alguna de las frases que nos regaló Arsenio Iglesias desde el banquillo, aquellas palabras que te rebajaban la euforia en un momento como quien no quiere la cosa, con su particular realismo mágico, con momentos para soñar y para despertar. Tienen un surtido variado para elegir gracias a aquellas memorables ruedas de prensas. Acertarán con cualquiera de ellas. Y seguramente les servirá para la previa del partido, para los noventa minutos de juego y para la resaca de la fiesta o del funeral.
A pesar de todo, los deportivistas lo tuvieron al final, en el último suspiro del partido, con un remate que rozó el palo. Por una cabeza. Ya lo dice el tango. Por una cabeza, de un noble potrillo, que justo en la raya, afloja al llegar; y que al regresar, parece decir: «No olvides, hermano, vos sabés, no hay que jugar». Aunque, si se quiere aplicar la letra al Deportivo, Carlos Gardel y Alfredo Le Pera se equivocaban en un pequeño detalle. «Hermano, vos sabés, hay que jugar».