Entusiasmado por el reto de guiar al Dépor, pagó enseguida el pato de un desaguisado con múltiples ingredientes
08 oct 2019 . Actualizado a las 15:12 h.La ilustración era un Anquela rugiente, gafas de pasta, frondosa melena, reloj de pulsera y dedo en alto, señalando al frente. Una exagerada captura del temperamento del míster para acompañar la segunda parte de su entrevista. Un retrato con riesgo, porque pocos soportan ver inflado su histrionismo sin poner (otro) grito en el cielo. Pero cuando el entrenador —tan temeroso de los medios que para acceder al vestuario evitaba la valla tras la que diariamente se agolpan junto a los aficionados en Abegondo— movió hilos a través del jefe prensa, no fue para quejarse, sino para felicitar al autor del dibujo y solicitar amablemente una copia. Qué mejor que una caricatura como recuerdo de su estancia en A Coruña.
De un sueño breve.
Juan Antonio Anquela (de Jaén, del 57), currante del banquillo, se pasó tres meses proclamando que nunca imaginó picar tan alto en una carrera de veinte temporadas y nueve destinos, incluidos cinco duelos en un Granada de Primera. La siesta corta en Riazor, apenas una cabezada antes de pagar el pato de un desaguisado con múltiples ingredientes, quedó bien resumida en las forzosas comparecencias del técnico ante unas cámaras por las que nunca sintió aprecio. Con un «que no estoy cabizbajo, cojones» abrió el fuego de la que sería su última rueda de prensa, justo después del mejor encuentro de los diez que dirigió en el Dépor. Siempre con la sensación de soportar la carga mayúscula de un histórico a la deriva. Tan empeñado estaba en «no poner excusas» (su frase más repetida) que pasó por alto los motivos para ampararse en ellas.
El día de su presentación (2 de julio, martes) dejó un mensaje en el contestador de un plantel en desbandada: «A los que dudan de quedarse les diría que esto va a ser muy bonito, que se lo van a perder». Solo tres de los protagonistas del última playoff de ascenso (Dani Giménez, Bergantiños y Bóveda) quisieron quedarse a comprobar la veracidad de las palabras del técnico. Los demás pesos pesados en aquel equipo que se desintegró a un cabezazo de Primera optaron por emigrar; la mayoría, para subir de categoría por su cuenta, vistiendo otra camiseta.
La fuga en masa trituró la soflama que en la misma puesta de largo había lanzado el presidente. «Tener una plantilla conformada nos da estabilidad», sostuvo Paco Zas, quien con el paso del tiempo cambió sus palabras por otras en las que se comprometía a dejar definido el nuevo elenco con antelación suficiente al arranque oficial del curso. Urgía actuar, porque como recordó Anquela poco antes de empezar la serie de amistosos veraniegos, el Dépor acarreaba «una semana de retraso», producto de haber tenido que disputar la promoción hasta el descuento. Nunca llegó a recuperar el tiempo perdido.
Los fabrilistas fueron abriéndose hueco por necesidad en las citas de fogueo, en una estampa que remitía a aquel verano en el que se rozó la liquidación, con Fernando Vázquez en el banquillo y los futbolistas profesionales en huelga. Entonces, el filial, que venía de una campaña exitosa, sirvió de granero, y abundaron los canteranos en el retorno inmediato a Primera; en esta ocasión solo habían actuado de relleno. Mujaid es el único jugador del B que ha formado de inicio una vez inaugurado el campeonato. Su actuación en Vallecas no le dio mayor crédito para el míster, quien a cambio concedió todo el margen posible a Lampropoulos, autor de varias pifias en las que se concentran muchos de los males de la nueva propuesta. Casi indescifrable.
Propuesta indefinida
«Quiero un equipo que sea fiel a su estilo. El estilo todavía no lo sabemos», dijo Anquela la segunda vez que en A Coruña se le puso un micro por delante. Una más de esas frases para el recuerdo que despistaron la atención del público sobre la versión correcta. «Yo no soy un vividor de esto», declaró el domingo después del empate condenatorio ante el Almería. Un encuentro sin goles que tuvo el valor de un 0-6 para la directiva. En esa comparecencia, la más sensata en tres meses, lamentó el desequilibrio entre la labor y los frutos. «Me gustaría que el trabajo se plasmara en puntos». Se va con ocho sobre treinta y el equipo en plaza de descenso. Sin dar sentido a su obra, pese a las muchas horas dedicadas y el respaldo del vestuario.
Los futbolistas verbalizaron varias veces, en público y en privado, la sintonía con un técnico mucho más actualizado de lo que vendía su planta. «Vamos a muerte con Anquela hasta el final», proclamó Mollejo el domingo. Ayer, el benjamín del grupo se despedía en redes sociales: «Solo tengo palabras de agradecimiento para ti. Te deseo lo mejor, míster». El extremo devolvía en letras la confianza recibida desde el mismo día en que se cerró su cesión desde el Atlético. Con solo unos pocos entrenamientos encima, el entrenador lo envió al campo de partida. Junto a él formaron tres de los cinco fichados en el último día de mercado.
Más de un cuarto del once aterrizó en A Coruña con el curso empezado por culpa del atasco en la operación salida. El Deportivo ya había perdido dos duelos. «Siempre seremos el rival a batir», se había comprometido su técnico. 17 goles ha encajado Dani Giménez hasta la fecha, defendiendo la segunda portería más batida de la categoría. A la sangría se llegó sobre todo a través de centros laterales, acciones a balón parado y pérdidas en el inicio de jugada. Lagunas propias de un grupo joven, inexperto y todavía por cohesionar, que tampoco encontró mejor recurso que la estrategia para transitar hacia el área ajena.
No habrá sello Anquela que estampar en la memoria blanquiazul. Se va, eso sí, un buen tipo; recién despertado del sueño.