Definitivamente, el Deportivo no está teniendo suerte. Ni en el campo, ni en los despachos. Ni con sus futbolistas, ni con sus entrenadores, ni con sus presidentes. Está enfermo y empeora todos los días. No hay tregua. Solo desgobierno, zozobra y tristeza. Mucha tristeza.
Zas ha decidido abandonar el barco en plena tormenta. En uno de los momentos más delicados de la historia del club, perseguido por una clasificación que pesa como una losa y por un equipo que pasea su indigencia futbolística por los campos de España, abre la puerta y se va. Y ahí queda eso. Lo mismo que en su momento fue valiente hace poco más de medio año para entrar en una entidad en Segunda, con todavía una gran deuda y con numerosos problemas en el horizonte, ahora no ha soportado la presión y ha evidenciado una gran falta de liderazgo: primero aparentando una inacción que ha desesperado al deportivismo y segundo anunciando la marcha del consejo de administración en pleno maremoto deportivo e institucional. La decisión de este lunes parece más una fuga que una dimisión.
La situación no es nueva del todo. Tino Fernández anunció por sorpresa el pasado abril que dejaba el club. En una situación envidiable comparada con la actual, tampoco tuvo la piel dura que necesita un dirigente para encajar las críticas que un sector muy determinado no paraba de dirigirle. Primero se arrugó ante Lendoiro, al decidir retirarse de la causa judicial. Y después ante cierto lendoirismo recalcitrante que le puso todo los palos en las ruedas que pudo y al que dimensionó entonces por encima de sus verdaderas posibilidades.
¿Y ahora qué va a pasar? En los próximos días se sabrá si importantes accionistas como Fernando Vidal dan el paso hacia adelante y si aparecen otros que decidan hacerlo. En cualquier caso, sea quien sea el que coja las riendas de este desastre tiene como primer trabajo el intentar liberar al Deportivo de una vez por todas del veneno que le inoculó en su momento Lendoiro y que se manifiesta de formas muy diversas. Bien como una gigantesca deuda de 160 millones (ahora está más o menos en la mitad); bien como un sector determinado de aficionados que pasaron a ser un grupo de presión más que uno de animación; o bien con importantes activos del deportivismo que, como Fran, en su día no pudieron regresar a su entidad por el odio que hacia su persona se esparció por la ciudad.
Pero mientras tanto solo queda que el que venga esté dispuesto a asumir que esto va a ser duro, que por el camino lloverán las críticas si las cosas siguen mal, que al Dépor se llega para servir y que hay que ser consciente de que una vez que se entra no se le debe dejar tirado por mucho que se sufran los avatares de una crisis descomunal.