El goleador había dicho en el vestuario que marcaría y Luis César pronosticó que habría un tanto a balón parado
21 dic 2019 . Actualizado a las 00:24 h.«Un final infeliz, como los de siempre». Luis César ya estaba preparado para esta nueva versión gore de la historia del Deportivo, de la que se ha eliminado cualquier desenlace satisfactorio —y los comienzos, y los nudos—. Un borrón que dura meses y entró pegado a un palo, cuando los coruñeses ya subían a Primera. En el cabezazo de Pablo Marí se perdió algo más que un ascenso, y aunque el equipo se renovó casi al completo, para salir de la depresión no basta un lavado de cara.
Era necesario esperar al último instante, en el preciso momento en que todo se fue a la izquierda, para que otra cabeza irrumpiera al primer palo y conjurara ese gafe que cumple medio año y a punto ha estado de llevarse por delante a club, equipo y afición. Todo resucitado, al menos mientras duran las fiestas, por una irrupción llena de ingredientes literarios. Porque rescata el gesto de Marí y porque responde a una profecía múltiple. «Estaba escrita esta victoria», aseguró Nolaskoain nada más concluir el partido. Luego, Dani Giménez contó que su propio compañero llevaba días pronosticando que marcaría. Para completar la serie de buenaventuras, Luis César reveló que había ejercido de visionario antes del duelo: «Les he dicho que hoy marcábamos a balón parado, podéis preguntárselo».
Coincidieron los pronósticos en el momento preciso en que el Dépor se apresuraba a salir por todo lo alto de su horrible 2019, palmando de penalti frente al rival más flojo de cuantos han visitado Riazor este año, con la hinchada harta y diezmada y el club envuelto en unas turbulencias sin precedentes. Hasta el terreno de juego ayudaba a crear el ambiente propicio para otra de miedo, tenía la pinta terrible de una excusa a la que agarrarse en busca de motivos para otra jornada sin victoria. La última de la primera vuelta, que se cerrará como comenzó: ganando con épica. Frente al Oviedo la puso Santos, ante el Tenerife, Peru.
Alivio para un plantel en el que alguno, como Lampropoulos, vivía en tal estado de tensión que desahogó el triunfo en lágrimas. La intimidad de la peor entrada del curso, la más floja desde que los tornos dan datos, fue incluso propicia para el premio a los penitentes. Hubo retorno de los jugadores al césped y regalo de camisetas entre gritos de «sí se puede». Por un rato, el Dépor no pareció a un milagro de salvarse. Resurgió, curiosamente, para la probable despedida de su técnico, que de irse lo hará con buen sabor de boca y una profecía cumplida.