Cada año pasa lo mismo. En cada estación, tiramos de tarjeta de crédito para llenar el armario con lo último del mercado. Da igual si va a sentar mejor o peor. Es lo que se lleva y allá vamos todos a enfundarnos esa camiseta que por mucho que metamos para dentro la barriguita cervecera es imposible ocultarla.
Pasan las semanas y siempre hay alguien que nos advierte de que no tenemos ese cuerpo de anuncio que nos permite lucir la ropa adquirida y que quizá hubiera sido mejor otra que se adapte más a nuestra fisionomía. Pero nos resistimos a verlo. Pensamos que son los demás, que nos ven con malos ojos. Nos miramos al espejo cuando todavía está empañado del vaho de la ducha y la ropa no nos queda tan mal.
Pero llega un momento en el que ya hasta los compañeros del trabajo echan una sonrisita al vernos y el puteo comienza a ser generalizado. Y ahí es cuando empezamos a recular, miramos al armario, rebuscamos y nos encontramos con esa camiseta vieja, con más lavados que yo que sé, pero que la ponemos y es la que mejor nos sienta. Pasan los años y siempre nos sucede lo mismo. No es la más fashion, pero parece hecha a medida. Y lo mejor es que nunca pasa de moda.
En el Deportivo, esa casaca lleva el número 4 a la espalda, un brazalete en la manga y vuelve a aparecer en el fondo del armario. El capitán no es, ni de lejos, el mejor mediocentro que tiene el Deportivo, pero es el que mejor le sienta a este equipo. Da igual a qué quiera jugar el entrenador, el sistema que emplee o la categoría en la que milite. En los últimos años, han pasado por Riazor entrenadores para aburrir pero todos, sin excepción, han tenido que recurrir a Álex Bergantiños. Y nunca ha desentonado.
Ante el Pontevedra destacó en un partido en el que un gol del mejor futbolista de la plantilla, Keko, deja a cinco puntos el fantasma del grupo C y permite a los coruñeses seguir soñando con el milagro de meterse en el de ascenso. O, por lo menos, de no descolgarse en la lucha por la permanencia.