
El Deportivo cumplió con la tradición de ganar en Riazor y lo hizo pese a transmitir cierta sensación de nerviosismo que, sin embargo, no dio la oportunidad al Ceuta de llevarse el duelo. El primer tiempo de los visitantes, que llegaban en racha, fue nulo en ataque, y en el segundo solo se estiraron tras encajar el 1-0. Ahí, el conjunto coruñés volvió a demostrar que el mayor salto desde la llegada de Óscar Cano se ha producido en la confianza defensiva que transmite. El pichichi de la categoría se vio completamente anulado por Jaime y Pablo Martínez y no llegó siquiera a rematar.
Por delante, a Diego Villares le tocó de nuevo enfocarse en labores de contención, respaldando a Isi Gómez y a Rubén Díez. Algo que lo aleja de campo rival, donde el Dépor recuperó la presión alta que tanta falta le hace. En el inicio de la fase ofensiva, se sumó casi siempre a la zaga, aunque cayendo sobre todo a la derecha para dar cobertura a las incursiones de Antoñito.
En su condición de chico para todo, no extrañaría que el de Samarugo acabase reemplazando a Lucas como referente en punta frente al Córdoba. La baja del 7 será significativa, pero conociéndole parecía imposible que fuera a aguantar sin cumplir ciclo hasta el final y todas las citas que faltan son muy importantes. El plantel blanquiazul tiene al menos reemplazos de garantías. Entre otros, un Kuki Zalazar que dio un necesario paso al frente.
Suya fue la mejor ocasión en esa fase en la que el Ceuta buscaba igualar el choque, tras la maravilla de gol que lograron entre Rubén Díez, Lucas y Quiles, en tres toques para cruzar todo el campo y llegar a la red. A partir de ahí, hubo algo de ansiedad, producto claro de la presión a la que está sometida el Deportivo y que en ocasiones se traduce en aspavientos y protestas al colegiado.
No hubo quién alterara el 1-0 y vuelve la carga de ilusión. Ojalá esta vez se extienda más allá de los encuentros en Riazor.