Huapaya: «Sigo estando muy exigido»

TORRE DE MARATHÓN

Abraldes

Una frase suya a Arsenio en 1983 tras un partido dejó huella en la hinchada blanquiazul

25 jun 2023 . Actualizado a las 23:28 h.

«Estoy muy exigido, míster». No hay aficionado al fútbol en A Coruña de más de cuarenta años al que esta frase no le traiga a la cabeza la figura de William Huapaya (Lima, diciembre de 1955). Cuatro décadas después de militar en el Deportivo, y ya jubilado como profesor de educación física —tarea a la que se dedicó tras abandonar el fútbol—, el delantero recuerda la anécdota con Arsenio Iglesias, su estancia en el Dépor y cuenta su actual etapa de vida.

—Con el fallecimiento de O Bruxo de Arteixo, mucha gente se acordó de usted y de su frase. ¿Cómo fue aquella anécdota?

—Era un partido contra el Tenerife. Me había cambiado antes de la hora. Recuerdo que me había marcado un futbolista que se llamaba Gilberto. Hice un gran juego, pero estaba muerto. Por eso me sacó el entrenador. Había sido un encuentro de mucha exigencia física. Me senté en la grada y a la conclusión, Arsenio me vino y me dijo: «¿Cómo está, pibe?» y yo le respondí: «Estoy muy exigido, míster». No le di más importancia, porque es una frase que se dice mucho aquí. Para mí fue algo normal. Pero se ve que a él le hizo gracia. Luego me lo recordaba en los entrenamientos y sé que lo dijo también en público. Pero yo no me lo tomé a mal. Era una gran persona y un enorme entrenador. Me quedé muy apenado cuando me enteré de su fallecimiento. Aprendí mucho con él. Tomábamos café y me explicaba. Era muy serio. Un triunfador.

—¿Mantiene contacto con A Coruña?

—Sí, hice algunos buenos amigos, como Luisito Ucha. Tremendo entrenador de menores. Y, luego, algún amigo más fuera del fútbol. Pero guardo un gran cariño a la gente. Como esa afición, no hay muchas en el mundo. En aquel momento no era lo de ahora, con el equipo en la tercera categoría y tanta gente en el campo. Sin embargo, ya se veía que había hambre de fútbol.

—¿Se sintió bien tratado?

—Fenomenalmente. Yo creo que la hinchada me quería mucho. Notaba cada vez que salía a calentar que la gente me aplaudía. Siempre me sentí muy querido. Estuve poco tiempo allí, pero me encontré muy a gusto.

—Le tocó vivir la «longa noite de pedra» del Deportivo, con veinte años en Segunda División.

—Teníamos muy buen equipo. Pero no sé qué pasó que acabamos en mitad de la tabla. Había extraordinarios futbolistas. Recuerdo a Jorge, Ballesta, José Luis, Traba, Vicente, Brizzola, Peralta, Silvi... Mucha calidad. Y el vestuario era muy bueno. Mucho bromista. Recuerdo que Silvi, en vez de Huapaya, me llamaba Huaperas (se ríe sonoramente).

—Acabó contrato y regresó a su país.

—Sí. El clima de ahí tampoco me iba mucho... Cuando fiché por el Deportivo, tenía oportunidad de irme al Toulouse. Pero pensé que mejor España, que hacía mejor tiempo. Y resulta que llegué a A Coruña y no paraba de llover. Luego, al acabar contrato, el agente que me iba a llevar a Francia había muerto, así que nada. Me ofrecieron ir al Recreativo, pero decidí volver. Y, bueno, no me fue nada mal. Logré algunos ascensos y un título. Acabé retirándome en el Defensor de Lima, tras subir a Primera. Al regresar, me inscribí en la universidad y estudié Educación Física. Cuando me retiré, comencé a dar clase hasta que me jubilé.

—Pero llegó a vivir algún tiempo en Madrid, ¿no?

—Coincidiendo con el centenario del Deportivo, que me invitaron a ir a A Coruña, fui a Madrid. Yo tenía el título de entrenador juvenil y quise sacar el B. Pero, al no disponer de la documentación, se me hizo imposible. Así que estuve algún tiempo trabajando con un amigo en su agencia de viajes. En la vida hay que hacer de todo. No hay que tener vergüenza del trabajo. Pero pronto regresé a casa.

—¿Vivió desde la distancia los éxitos del Deportivo?

—Por supuesto. Aún lo hablaba estos días con mi padre, que tiene 97 años, después de que usted me dijera que me iba a entrevistar. ¡Qué alegría que se acuerden de uno con todo lo que se ha vivido ahí! Mi padre recuerda siempre el penalti que falló Djukic. Pero luego, justamente, llegaron los éxitos.

—Ya jubilado, estará menos exigido.

—(Se ríe antes de responder). No se crea. Sigo estando muy exigido, porque tengo una escuela de fútbol que lleva mi nombre, que por cierto, viste de blanco y azul en honor al Deportivo. Aprovecho esta entrevista, que ojalá lean los rectores del club y tengan a bien mandarnos algunas equipaciones nuevas, porque nos haría mucha ilusión. Además, estoy de un lado para otro con mis nietos. Tengo dos, Jordani (12 años) y Luciana (8). El niño está en la escuela de fútbol y tiene muy buenas condiciones. Aún es pequeño y usted ya sabe que esto es complicado. Pero creo que puede llegar. Por encima de esto, pues sigo jugando al fútbol, ahora siete contra siete. Echo mis pachangas con los amigos. Aunque tengo artrosis, no puedo dejarlo. Así que ya ve que me exijo mucho cada día.

—¿Qué coche tiene?

—Ahora ninguno, pues ya no conduzco.

—¿Usa reloj?

—Sí, de vez en cuando me lo pongo. Sin embargo, he de decirle que no me gusta mucho, porque, con lo rápido que corre el tiempo, mirar la hora te hace más viejo.

—Una comida.

—En Galicia, la tortilla y las lentejas que me hacía Purita, la de la pensión. Con las lentejas siempre repetía. Ella me decía que tenía que guardar el peso, pero no me aguantaba (se ríe).

—Una bebida.

—Inca Kola. Es un refresco típico aquí, en Perú.

—¿La última tarea que ha hecho en casa?

—¿Quién yo? (Se ríe). Hago todo en casa: limpio, lavo la ropa...

—¿Cocina?

—Me gusta mucho. Hago de todo. Tenemos una gastronomía muy variada y le pego a todo.

—Un libro.

—El último que he leído es de Capa, el entrenador argentino. Me gustó mucho.

—Una película.

—No podría quedarme con una sola. Tengo muchos años, así que permítame la licencia de elegir, por lo menos, tres: Casablanca, Un hombre llamado caballo y Grease.

—Un personaje histórico.

—Dos. Francisco Bolognesi y Miguel Grau, dos de nuestros héroes peruanos.

—Para informarse, ¿prensa, radio o televisión?

—Principalmente, prensa y televisión.

—¿Es creyente?

—Sí, escucho a diario mi evangelio.