El hijo de Fina apaga la luz

TORRE DE MARATHÓN

Futbolista de un solo club, tan unido al Dépor que solo salió con billete de vuelta, Álex Bergantiños cierra una carrera iniciada con ocho mil pesetas, un viejo Clio y un traje de fin de año que no iba a juego con el oficial

12 ago 2024 . Actualizado a las 17:34 h.

Nunca corrió tanto como aquella vez. Con el sobre apretado en la mano, los euros y el cobre bailando dentro, para que Fina viera que sí. Que su hijo cumplía y llevaba a casa el primer jornal. De niño había prometido ganar dinero con el fútbol, pensando que el Imperator o algún otro equipo de Preferente le pagaría algún día el combustible invertido en ir a entrenar. Así que cuando recibió las ocho mil pesetas del contrato, transformadas ya en 48 euros y ocho céntimos, entró zumbando en casa, alterando a gritos la paz del hogar familiar. Con la alegría propia de un juvenil. Del Deportivo, concretamente; recién estrenado, además, con una victoria en Elviña sobre el Valladolid.

A Álex Bergantiños le emocionó entonces (2002) que el rival, aunque fuera equipo de cantera, llevase bordado un escudo de Primera División. Hoy vienen a despedirlo desde Brasil. A él, que nunca se alejó de La Sagrada sin billete de vuelta al barrio donde nació y sigue viviendo a los 38, veinte temporadas después. Ese tiempo le ha alcanzado para mudarse a un piso propio, sin abandonar la manzana; lo comparte con Lorena, la vecina que conoció estudiando en el Masculino y con la que nunca se ha llegado a casar. Ni falta que hace, porque hay dos críos y mucha vida bailada, siguiendo juntos el vaivén de la profesión.

Y es que el último portador del brazalete en esta época de futbolistas itinerantes ha militado en varios conjuntos, pero siempre podrá presumir de ser hombre de un solo club. Cada salida tuvo la fecha de caducidad de un préstamo, por la condición de coruñés recalcitrante y por el empeño en no forzar los nervios de Fina, alterados solo con la idea de que el niño, ya un tiarrón, se fuera a jugar a Jerez.

Se marchó sin haber llegado a debutar con el Dépor, aunque rozó el estreno un 3 de abril del 2005; la segunda vez que subió a un avión. Fran le hizo de chófer al aeropuerto. Allí le había citado Jabo Irureta y, como la Bergman de Casablanca, los demás vestían de gris. Él, no. Solo había un traje en el armario del Álex de 19 años. El que se había puesto para salir en Nochevieja, a los 16. Convocado a toda prisa, el paño negro y la camisa morada rompían llamativamente la uniformidad dictada por el club. No saltó al césped del Ciutat de Valencia y si guarda algún recuerdo de aquel partido es gracias a Valerón. El Flaco se apiadó del tímido fabrilista y ejerció de alcahuete para que otro rubio (Rivera, formado en el Real Madrid), cediera su camiseta para inaugurar una vasta colección.

En ella hay alguna propia, que se resistió a cambiar. La del 24 a la espalda señala el día en que por fin vistió de blanquiazul en Riazor. Con medio Vilasantar (su otro lugar en el mundo) esperando a las puertas, para festejar el triunfo del equipo (1-0 al Recre, gol de Colotto) y el de su chaval. 27 de agosto del 2011. De por medio, una mili de tres campañas y otros tantos destinos, empezando por el más feliz.

En el Xerez vivió un ascenso celebrado durante toda la temporada en fiestas flamencas que fortalecían un vestuario y una historia de dos. Nunca antes había compartido con Lorena cocina y sala de estar. Pusieron el ritmo Los Delinqüentes, que han colado varios temas en el recopilatorio vital. Andalucía marcó el salto al fútbol de varios ceros. Salarios que no caben en sobres, coches en propiedad. Adiós al Clio de quinta mano que le había regalado su padre, Emilio; de profesión, albañil. Medio de transporte óptimo para llegar a Abegondo repleto de muchachos del filial; justito para viajar a Asturias en pareja; inviable para una mudanza cruzando la península, sin aire acondicionado que aliviara el calor del sur. El suegro no solo despidió a su hija, también prestó su Mazda 6.

En el Municipal de Chapín pisó por fin la máxima categoría. Sobran prendas que lo demuestren. La más preciada, una de Andrés Iniesta recibida a pocos meses de que España se llevara un Mundial. No le iban a faltar a Álex ocasiones de acumular ropa del Barcelona. Habitualmente, tras hacerle gol. Tres de sus cuatro tantos en Primera cayeron en la red azulgrana, para deleite de la bancada madridista tolerada por el mediocentro en su entorno familiar.

Las dianas engrosan los momentos más felices de esta carrera que tocó techo al poco de reiniciar. Si se le pide señalar una época especialmente luminosa, él apunta enseguida a la del ascenso que coronó su retorno como hijo pródigo; intocable jornada tras jornada, en comunión absoluta con la afición. El contrapeso lo ponen dos play off no consumados por centímetros, un descenso aliñado con visita a comisaría, y una extenuante campaña de salvación apretada, con el Dépor en concurso y tocado por la fractura social.

Divorcio entre el equipo y parte de su hinchada del que no se ha terminado de reponer quien mejor habría abanderado el manido concepto de identidad. Chico del barrio para todo, capaz de calzarse incluso los guantes para servir mejor al club (la camiseta que le cedió entonces Aranzubia sigue, claro, en su poder). Que cuando creyó haber disipado las sospechas, tras descartar una tentadora aventura americana que le habría llenado el bolsillo mientras los Bergantiños García aprendían inglés, se vio desterrado a Gijón; agobiado por la duda de cómo encajaría en territorio tan hostil al equipo de su ciudad. Encajó bien. Con discreción. Así se va.

Comparte fastos con héroes de la época dorada que siguió como espectador. Mauro portaba el brazalete frente al Levante, cuando Álex rozó el debut. Álex, que retornó fiel a un barco que empezaba a naufragar. Que ya el pasado verano barajó la retirada, conmocionado por el revés. La prórroga emparentó las noticias de su despedida con otro momento especial. El comunicado del Dépor le pilló a pie de pista en San Siro, escuchando a Coldplay. Lorena al lado (siempre). La compañía y el lugar.

Teo y Daniela, en casa, sabían hace días que papá no iba a jugar más. Como desagravio: Disneyland. De Asturias en el Clio a Orlando en avión. Un traje de fiesta y ocho mil pesetas para Fina en el sobre de la memoria. Desde la pista de La Sagrada al césped de Riazor. Menudo viaje, capitán.