Lucas Pérez recuerda, entre lágrimas, a sus abuelos: «Lo cambiaría todo, todo, por más tiempo con ellos»

Xurxo Fernández Fernández
Xurxo Fernández A CORUÑA

TORRE DE MARATHÓN

Cruz Roja

Emotivo homenaje público de Lucas Pérez a Manuela y Manuel, con los que se crio. «Se fueron muy pronto para mí», se sinceró el deportivista, «no les pude demostrar todo lo que los quería»

03 oct 2023 . Actualizado a las 22:53 h.

Para cuando Lucas Pérez agachó la cabeza, confesando que «lo cambiaría todo, todo, por más tiempo con ellos», el muchacho de Monelos ya no lloraba solo. Varios críos soltaban también la lágrima, conmovidos por el ejercicio de sinceridad del ídolo al que habían ido a escuchar.

A calzón quitado, «y sin chuleta», como presumió tras haber recurrido a las suyas las autoridades encargadas de la presentación, el coruñés dedicó una hora a «la conversación pública más difícil» para quien tantas veces se ha expuesto ante las cámaras. Lo hizo como homenaje a Manuela y Manuel, los abuelos que lo criaron en su niñez.

Al jugador lo había citado Cruz Roja en la Fundación Paideia como reclamo de unas jornadas dedicadas a realzar entre jóvenes y adolescentes la contribución de los mayores a la sociedad. «Es algo muy íntimo. Es difícil para alguien como yo. Los añoro», se arrancó Lucas, escondiendo la cara entre sus manos y rompiendo a llorar.

Lucas Pérez rompe a llorar al recordar a sus abuelos
Lucas Pérez rompe a llorar al recordar a sus abuelos ANGEL MANSO

Emociones desatadas a golpe de recuerdos y reflexiones sobre lo que podría haber sido en caso de que las personas más importantes de su vida no hubieran fallecido cuando él aún era un chaval. «¿Qué te habrían dicho cuando te expulsaron el otro día?», le preguntaron. Y él rescató de su memoria palabras antiguas para poner voz a Manuela: «Ay, neniño, que fixeches».

«Se fueron muy pronto para mí —lamentó—. Mi abuelo, por culpa de tres cánceres, cuando yo tenía catorce años. Mi abuela empezó entonces con el alzheimer, y que no se acuerde de ti cuando llegas a casa...». Nudo en la garganta. «Es muy duro».

Entonces, la cabeza del jugador se fue al barrio, al que la alcaldesa le retó a retornar la semana que viene para bailar pasodobles —«El domingo voy a Riazor y el lunes a Monelos», recogió el guante— y compartió con el público «el momento de volver todo sudado de jugar al fútbol y acercarme al centro cívico, donde ella echaba la partida, y decirle: ‘Venga, abueliña, vamos para casa'».

Al edificio con ventana al pasado de Lucas Pérez; por la que se asomaba Manuela, atenta al nieto que rompía a balonazos la paz de unos soportales en los que estaba prohibido jugar: «Con eso me quedo, con mi abuela esperando en la ventana. Me paso cada vez que puedo para mirar hacia allí».

Si el Deportivo buscaba hacer patria, de la charla salió un tropel de críos orgullosos a rabiar del dueño del 7 blanquiazul. A ellos les regaló un consejo: «Es cierto eso que dicen de que no valoras lo que tienes hasta que lo pierdes. Yo no les pude demostrar a mis abuelos todo lo que los quería, y es feo que no lo supieran. Me fastidia. No perdáis la oportunidad».

«Evitaron que fuera a parar a la casa cuna. Ojalá les pudiera devolver un 1 % de lo que me dieron ellos a mí. Lo cambiaría todo, todo, por más tiempo con ellos». Y Lucas que se desmorona. Y ahí va el patio de butacas (esa grada de bolsillo) detrás de él.

Para que su hijo no calque el error del padre, este nieto orgulloso tiene un firme propósito: «Voy a intentar que él pueda demostrar lo que yo no pude. Por desgracia, solo nos quedan Ana y Manolo, por parte de Graciela (su mujer)». «Veo cómo la madre de mi pareja cuida al niño, y eso es amor incondicional», presumió.

De fútbol se habló poco. Al menos, del que se practica lejos de las plazas de barrio o de patios de escuela, durante recreos que Lucas sabía estirar. Lo justo para pedir confianza en el Dépor y refrendar el vínculo con el club: «En los momentos difíciles es cuando más me gusta estar. Ahí se crece y se mejora. Lo más bonito es estar en esta época».

El resto fueron paseos de la mano de su prima Ángela para ir a comprar cromos, con los dedos cruzados para que Manuela hubiera hecho albóndigas o huevos con patatas y salchichas «de esas de sobre». Malcriado como lo tenía, aunque a él, con cinco o seis años, le picara el orgullo no tener papá y mamá: «Si pudiera volver atrás, viviría orgulloso el placer de tener a mis abuelos y mis padres juntos. Ojalá me hubiera dado cuenta de que eso era tener superhéroes en casa».

De ellos aprendió «a jugar a la escoba, viéndolos en el balcón» y heredó «la lealtad y el respeto. Él era marinero trabajador, su vida no fue fácil. Ni la de ella, que luchaba en casa». En su nombre, aquel niño de Monelos conmueve coruñeses en las butacas de Paideia y las gradas de Riazor.