
«No vivo para el recuerdo de la gente», asegura el delantero del Deportivo, convencido de que sus abuelos estarían orgullosos: «Mi vida ha servido de algo»
08 jun 2024 . Actualizado a las 23:58 h.Entre el edificio principal de Abegondo y la fuente de limpiar botas hay un pequeño vestuario que lleva el número 7. Como Lucas Pérez (A Coruña, 1988). Enclave perfecto para una cita con el de Monelos. Se presenta en chanclas demasiado grandes para esos pies que le embarcaron en un viaje de ida a todas partes y vuelta al Dépor. Los que el domingo le trasladaron desde la medular de Riazor al gol, antes de que un veinteañero del Fuenlabrada pudiera echarle el guante.
—Menuda carrera.
—Me sorprende que a la gente le sorprenda. Siempre he sido un jugador rápido, explosivo, astuto. Tengo 35 años y la velocidad puede ir a menos, pero no es el caso. Alguno me decía que si me llega a ver el Arsenal me volvería a firmar. A mí me hace feliz el gol porque siempre he confiado en mis posibilidades y he seguido trabajando. Si pierdes el hambre, abandona. Estoy contento de que salgan las cosas y el equipo gane.
—El gol es un buen muestrario de todas esas virtudes que menciona.
—Intento aprovechar mi experiencia. Haber jugado contra defensas de talla mundial también te enseña a interpretar lo que va a suceder ante de un balón dividido, a recuperar la ventaja cuerpeando, a colocarte para romper el fuera de juego... De crío solo quería jugar con los mayores. Es con los que aprendes. Con los que te tiran al suelo, te rascan las rodillas y los hombros en el cemento. Para mejorar hay que rodearse de los mejores, que te obliguen, que te lo pongan difícil. Hay que mantener la confianza siempre, aunque la situación indique lo contrario.
—No ha empezado mal su 2024, y eso que el 2023 acabó torcido.
—La clave es no perder la tranquilidad, tener siempre presente a dónde he llegado a través de mi talento, de mi trabajo y de mi esfuerzo. Porque el talento, sin el resto, no da nada. Así se ha regido mi vida y así se va a seguir rigiendo. Los valores inculcados por mis abuelos. No entiendo vivir de otra manera, más allá de lo profesional. La estabilidad es fundamental y el empeño en lo que haces te deja tranquilo. El saber que vives por y para el fútbol. Yo lo hago desde que tengo conciencia y entendí qué era lo que realmente me gustaba. Trabajo para él, para ser el mejor.
—¿Tiene miedo a que se acabe?
—Ninguno. No pienso en ello porque a nivel físico y anímico me encuentro como si tuviera 25 años otra vez. Igual, dentro de seis meses mi cabeza me pide parar, pero ahora mismo en ella veo el año que viene y los siguientes. Si me siento pleno, como ahora, ahí voy.
—Y cuando llegue el día, ¿qué vendrá?
—Aún no lo sé. Yo soy un valiente. Los retos me gustan; afrontar la vida, vivirla. Cuando baje el telón del campo, se levantará otro que me exigirá demostrar capacidades. Será bonito. Pero no me pasa por la cabeza; estoy en el hoy, disfrutando venir aquí cada día.
—Esa vida que afronta ha sido peculiar, como mínimo. Educado por sus abuelos y huérfano en la adolescencia.
—Yo he ido recibiendo mensajes por todos lados a lo largo de mi vida, y he ido tomando mis decisiones. A mis mejores amigos, que son tres, también les gustaba el fútbol, pero en un determinado momento eligieron otro camino. Eso no me influyó, y no han dejado de ser un apoyo incondicional. Es cierto que no tuve lo que algunos llamarían una familia ideal, pero tampoco creo que eso exista. Me parece que todas atraviesan sus momentos. Mis padres fueron mis abuelos y eso no lo cambiaría de ninguna manera. Me lo dieron todo y solo les estoy agradecido. A ellos, y a Dios por habérmelos puesto en el camino.
—Solo los tuvo hasta los 16. Una edad crítica.
—Ahí me ayudó el fútbol. Me enseñó a asumir obligaciones, a mantener una disciplina, unas rutinas. Guió mi vida. Eso, y toda la buena gente con la que me he cruzado, me ha hecho como soy. En Vitoria, era el padre de un compañero quien me llevaba todos los días a entrenar con el Alavés. O el de Óscar de Marcos, otras veces. Conmigo se han portado muy bien, supongo que algo habré hecho para merecerlo. En cualquier caso, estoy orgulloso. Siempre he tenido carácter, he sabido lo que quería y he luchado por ello. Yo veía el bus del Dépor y me decía que un día me llevaría a mí. Pero supongo que eso se lo dicen cientos de niños en A Coruña. La diferencia es que yo, además de desearlo, lo he luchado y he tenido la suerte de conseguirlo.
—Dice que es el fútbol el que le educa.
—Sí. El fútbol y también el barrio. El barrio te enseña a ser leal, la fidelidad, a defender tus raíces, te da identidad... La calle te enseña mucho y cada uno lo absorbe a su manera. A mí el fútbol me obsesionó y no esperé por nadie. Porque el fútbol, cuando lo vives así, te pide ser egoísta; en el sentido de ponerlo en el centro y echar a un lado el resto de tu vida. A los 16, mis amigos estaban aquí, saliendo de fiesta. Yo estaba en Vitoria y me llamaban para contármelo. No podía estar aquí con ellos y allí disfrutando los domingos de partido. Y elegí.
—Para llegar al Alavés superó una dura criba. Quedaron dos. El otro no llegó a ser profesional.
—Y eso es lo normal. Pero a la gente le cuesta reparar en ello, porque no mira más allá. Se centra solo en dónde estás, en lo inmediato, no en de dónde vienes. No sé, fíjate en Joselu, por ejemplo, que ahora está teniendo éxito. Es un gran amigo mío y sé cómo se ha currado todo lo que ahora tiene, pero habrá quien se quede con su día de hoy en el Real Madrid. Los minutos de gloria del fútbol. O del deporte. El reconocimiento suele ser breve, pero merece la pena.
—Su auténtica mili llegó en Ucrania.
—Ese es mi punto y aparte. Lo que aprendí yo allí... Cambió mi vida, mi forma de ver el mundo. Tenía 20 años y el día a día era surrealista. Si alguna vez me animo a escribir mi biografía lo pondré todo, pero no me arrepiento de aquello. Eso sí, me dicen de volver a pasarlo ahora, y preferiría retirarme. Ahora estoy en el fútbol para disfrutar, divertirme y sentirme útil. Ya no me toca sufrir.
—Está entonces en el momento de recoger los frutos.
—Ya están recogidos. Y me los estoy comiendo uno a uno, viendo a Lucas, sentado en mi sofá. Disfrutando y hablando con él, interiormente. Comentando cómo hemos logrado cosas que nunca imaginamos lograr. Estoy orgulloso de ese Lucas. Mucho.
—¿Realmente habla consigo mismo?
—Uff... Muchísimo. Es que yo puedo estar ahora mintiéndote, y eso a ti te va a dar igual, tendrás una entrevista. Pero, ¿cómo se engaña uno a sí mismo? Por eso yo tengo mis charlas; sobre todo, en los momentos malos, cuando la pelota no entra, por ejemplo. Entonces me hago mis preguntas y me doy mis respuestas. Y creo que es algo sano, que todo el mundo debería hacer. Porque, oye, no todos tienen a mano a alguien que les entienda al cien por cien. Soy muy psicólogo de mí mismo. Claro que yo he pasado tanto tiempo solo por el mundo que quizá de ahí venga esto, y el resto no lo entienda o no le funcione.
—Hace unos meses compartió en una charla lo duro que fue el alzhéimer de su abuela.
—Creo que eso es lo más feo que te puede pasar. Lo más jodido. Olvidar a los tuyos, tus experiencias.... No tiene sentido.
—¿Le preocupa que lo olviden?
—No vivo para el recuerdo de la gente. No le doy cuentas a nadie ni pido que me las den. Si acaso, a mis abuelos, que no están. De verdad que es en quienes pienso cuando me levanto para seguir cumpliendo mis objetivos. Es que si mi abuela pudiera ver a dónde he llegado, todo el dinero que se ha llegado a pagar por mí, toda la gente que me aprecia o me admira... Estaría orgullosa, seguro. Mi vida ha servido de algo.
—Ahora vuelve a tener familia.
—Sí, ahora ya tengo que preocuparme por más gente. Antes era yo y ya. Esta es una etapa muy bonita, porque la vida cuando estás solo vale un poco menos. Creo que es mejor si los logros, los éxitos, lo material también, los puedo compartir. Eso me lo han dado mucho mis amigos; que me los llevé a Ucrania, a Inglaterra, a Grecia... Que nos sentábamos en el Partenón y decíamos: «Quién se lo iba a imaginar, cuando estábamos sentados en un banco comiendo pipas siendo unos críos. Hostia, a dónde hemos llegado tú y yo, dos del barrio de Monelos de A Coruña». Eso me lo ha regalado el fútbol y también quiero compartirlo.
—¿Qué le espera a su hijo?
—Supongo que lo tendrá más fácil. En cualquier caso, a mí me va a tener para acompañarle. No para que no se caiga, porque se tiene que caer; sino para decirle cómo tiene que poner la mano cuando eso suceda. Luego ya decidirá él si lo hace o se va de morros. Mi hijo no va a estar nunca en una burbuja, porque eso es malo. Y lo mismo pienso cuando veo a los futbolistas jóvenes. Podré aconsejarles, si quieren, pero tomarán su camino.
—¿Se lo imagina futbolista?
—Pues lo que me imagino es que nos sentamos juntos a ver un partido en el sofá, comiendo un bocadillo. Si luego quiere jugarlo, pues que no se preocupe, que yo lo voy a llevar a la Torre a las 8 de la mañana del sábado, como me llevaron a mí, a chupar frío; y después nos comeremos un bollycao, como hacía yo, si eso es lo que le apetece.
—¿Cree que será un buen ejemplo?
—Si quiero ser ejemplo de algo será de luchar, de esforzarse, pero sabiendo que eso tampoco te garantiza nada. Que también hay muchos que se esfuerzan al máximo y no llegan.
—En su caso, ha tenido éxito.
—Mucho. Pero no en términos materiales, ojo. No me gusta la gente que mide las cosas en torno al dinero. A mí me pueden decir que yo ahora tengo mucho. Y yo contestaré: efectivamente, tengo mucho. Porque ahora mismo te puedo traer aquí personas que me defienden a muerte, que darían la vida por mí. Así que tengo éxito. Y me dirán que no le doy más valor al dinero porque lo tengo. Y entonces, contestaré: claro que lo tengo, pero sé muy bien qué es no tenerlo y a lo que te obliga a renunciar. Y aún así, insisto: lo más importante es lo otro.
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«No necesito llenar el equipo de coruñeses, necesito que quienes vengan sientan este club»
Lucas se resiste a invertir en reivindicaciones identitarias la condición de referente de la que goza en el terreno deportivo: «No quiero ser modelo en nada que no domine. El gallego, por ejemplo: no es la lengua que uso habitualmente, pero la defiendo. Aún así, no creo que deba decidir por el resto. Me parece que a la gente le gusta demasiado opinar. No debemos meternos en todo. Intento evitar dar lecciones. Voy a proteger mi lengua, mi cultura, mis raíces... Pero llevarlo a un terreno político, por ejemplo, no me llama».
—Se acabó subiendo a ese bus del Dépor, pero para hacer un fútbol muy distinto a aquel del barrio.
—Hombre, que yo jugaba a la serpiente con un Nokia y ahora veo que hay ya gente por la calle con gafas de realidad virtual. Que todo cambia. El fútbol ha crecido hacia el negocio y tienes que adaptarte. Yo me quedo con lo de la pasión, pero el resto también es parte de esto.
—¿Este es el Dépor al que quería llegar de pequeño?
—Este es el Dépor. Yo quería llegar a una idea. Al equipo de mi ciudad. Y llevarlo a todas partes conmigo. Y aquí estoy, ¿no?
—Rodeado de chavales de aquí. ¿Eso refuerza el sentimiento de identidad?
—Ahí nos confundimos un poco. No necesito llenar el equipo de coruñeses, necesito que quienes vengan sientan este club. ¿Le vas a negar a Pablo Martínez, por ejemplo, el sentimiento de pertenencia? Se trata de que quien venga respete y ame el club. Que yo he pasado poco más de un año en el Cádiz, no soy de allí, y me siento del Cádiz; es mi equipo, de alguna manera. Yo me fui de allí y mañana, quizá, Pablo Martínez se marche de aquí, y lo hará sintiéndose parte del Deportivo para siempre. Los coruñeses a veces nos pasamos de pasionales y entendemos que solo vale el Dépor y nuestra ciudad. Pues no somos el ombligo del mundo.
—Bueno, no hay muchos ejemplos de respuesta similar en una situación como la que atraviesa el equipo.
—Es que esta es la situación en la que hay que responder. Tú quieres algo, un club, una persona, lo que sea... Pues estate cuando vaya mal. A mí me gusta estar justo ahora, en el peor momento. Que me podría haber quedado tranquilamente en Primera División. Es más, estoy convencido de que hoy podría jugar en Primera. ¿No te lo crees? Bueno, tú ponme en una plantilla de Primera y luego dime si puedo o no puedo. Pero no es donde quiero estar. Quiero estar en esta ciudad, en este club, en el momento en el que se está haciendo más fuerte.
—¿Va a ascender el Dépor?
—Sí.
—¿De primero?
—Vamos a ascender.
—De lo contrario, ¿intentará seguir aunque su contrato termine si no se sube?
—¿Quién te ha contado eso? Ni yo sé si se acaba o no.
—Hombre... Y ahora que se están negociando varias renovaciones, ¿le parecería justo recibir una oferta?
—Ahí no decido. Si se han ofrecido varias renovaciones es porque hay gente a la que es importantísimo retener aquí. Si hubo un Dépor después de Mauro Silva o de Fran, cómo no va a haber Dépor después de Lucas Pérez. Estarán Yeremay, Mellita, Barcia... Y yo animando. Si quieren ampliar mi contrato, nos sentaremos a hablarlo, pero de verdad no era consciente de que acababa si no hay ascenso. Sé qué hay unas condiciones y que también se fija si sigo o no en el club, pero todo lo valoraremos cuando toque. De momento, lo que quiero es seguir jugando al fútbol; ni pensar en retirarme.