Yeremay Hernández: «He ido cambiando cosas; pero ojo, me sigo equivocando, tengo 21 años»
TORRE DE MARATHÓN
Renovado hasta el 2030, repasa su evolución e identifica momentos clave, como quedarse sin jugar la Copa de Campeones juvenil: «Me vino muy bien»
26 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.La silla de la sala de prensa no es el lugar favorito de Yeremay Hernández (Las Palmas, 2002). Quizá por eso le toma unos minutos cogerle el pulso a la entrevista; pero enseguida se suelta a hablar de todo, a borbotones. A veces se queda pensando en si habrá dicho algo fuera de lugar, y de repente, se encoge de hombros: «Bueno, si la verdad fuera otra, yo la diría». Cuando habla del barrio, abre un montón los ojos y si se da cuenta de que a la historia le falta orden, para, sonríe enseñando el aparato en los dientes, y busca el hilo en su despiste. Dice que hablar no es su fuerte, pero se defiende fenomenal.
—¿Qué significa renovar hasta el 2030?
—Una recompensa a mi trabajo. Pero aún falta lo más importante, que es ascender a final de temporada. Y eso es lo que va a pasar.
—Habla mucho de cuánto ha cambiado para llegar aquí. ¿Cómo consiguió centrarse en el fútbol?
—Hay gente que se centra cuando ve que no puede más, o cuando se ve fuera, o porque algo le sucede y lo cambia todo. En mi caso, fue mi cabeza la que hizo clic y me dije: «Al menos tengo que hacer todo lo que pueda para estar bien». Cambié varias cosas de mi vida. Hábitos. Sobre todo, entrenar más. Trabajar, trabajar, trabajar... Los resultados no son de hoy para mañana, porque no es así; hay que trabajar mucho para que sucedan cosas buenas. Y yo fui cambiando cosas de mi vida; también cosas de aquí, de Abegondo, y entrenando también por fuera. Luego, cambió la ambición. Antes no me jodía perder, pero cuando te implicas más y trabajas más, te jode más que las cosas no salgan. Al final esperas ese premio. Es como cuando era niño y si me portaba bien mi madre me daba un paquete de papas, o me llevaba a comer al McDonald's. Pues esto, igual. He ido cambiando cosas; pero ojo, que cuando digo cambiar cosas... Yo como mal muchas veces y me sigo equivocando. Tengo 21 años. Lo importante ha sido también centrarme en mí mismo, dejar de preocuparme por lo de fuera.
—El clic en la cabeza... ¿Es capaz de identificar el momento?
—Es que me han pasado muchas cosas. Por ejemplo, yo en la Copa de Campeones juvenil no juego nada. Nada de nada.
—Dicen que eso le vino bien.
—Muy, pero que muy bien. De lo mejor que me ha pasado en mi carrera. Sé que podría haber jugado, que estaba al nivel, que habría sido capaz. Y no jugué. Lo hablo con Óscar [Gilsanz, entrenador de aquel equipo y ahora al frente del Fabril] y sé que no fue que él no quisiera ponerme, que pensase que no iba a rendir, sino que yo no estaba, que no merecía jugar. Habría sido injusto conmigo y con el equipo. La cabeza no estaba ahí, y aquello me vino bien. Me demostró que sin mí el equipo también ganaba. Y esto es así: aquí el que no corre vuela. Pero eso es solo un ejemplo, podría quedarme aquí día y medio hablando de otras situaciones que me han hecho cambiar. Ahora ya no volvería para atrás, a volver a pasar por ellas, pero están ahí. Eso, y la gente de mi alrededor, que me ha hecho ver que hay otra forma de hacer las cosas. Gente que me quiere. Pongo siempre el ejemplo de Albert Gil, alguien en quien confío mucho, muy importante para mí, que me ha ayudado cuando era muy joven. Ahora me recuerda que aquello que entonces me decía se fue cumpliendo. Cada vez que le veo, lo abrazo y le digo: «Me salvaste el culo». Es probable que sin él yo no siguiera en el Deportivo, y soy una persona agradecida.
«Ponerte una marca es muy fácil; quitártela... A mí me ha costado tres años»
Sostiene Yeremay que ahora le pesa poco el qué dirán. No siempre fue así.
—El fútbol exige concentrar en hora y media el producto de una semana de trabajo. La percepción desde fuera a veces engaña.
—Si le cuesta verlo a quienes están cerca... La verdad de cada cosa que nos afecta la sabe cada uno y los suyos. De mí he escuchado tanto... Y luego, es que es muy difícil que quienes no siguen el día a día entiendan lo que le pasa al equipo y a cada jugador. Idiakez hablaba hace poco de Berto Cayarga, y yo digo que es el ejemplo perfecto de cómo tiene que actuar un futbolista que no juega. Llevo muy pocos años en el fútbol, es cierto, pero hasta ahora no había visto algo así. Cómo entrena cada día. Es una pasada. Si no te dan partidos, quieras o no, te vas a sentir un poco fuera del equipo. Lo sé porque lo he vivido. No te sientes bien, por mucho que en tu cabeza quieras animarte. Y él... Cómo trata a los compañeros, especialmente a los más jóvenes. Está muy encima de mí. Con el golpeo, por ejemplo. Me insiste en todo para mejorar. Me pica. Tengo un caso muy bueno: cuando jugamos en Cornellá, yo me compré un perfume, y como soy un desastre, elegí el que no era, y me pasé la concentración súper rallado. A mí esas equivocaciones me matan. Él me vio y me dijo que me daba tres partidos para marcar un gol y que si cumplía, me buscaba el perfume. Y marqué en Teruel, así que ahí está, buscándolo. Es un tío increíble. Gana el equipo sin que él juegue y se vuelve loco... Y luego, es que es muy bueno. Me encanta cómo juega.
—Habla de sus despistes. Sus problemas de atención son conocidos. ¿Le ha pasado que los confundan con mala fe?
—¡Totalmente! Esa pregunta es tal cual. Yo soy un empanado. Me cuesta muchísimo concentrarme. La gente puede tener la idea de que soy un vivo, pero en realidad no me entero de casi nada. Lo que pasa es que por lo menos estoy aprendiendo a no despistarme con lo importante. Porque no puedo llegar tarde a entrenar, o perder un autobús, porque quedo mal con mis compañeros. Y luego, además, la gente de fuera se va a quedar con la idea de que no soy profesional. Esa imagen me ha preocupado; el que la gente pueda llegar a pensar que no valoro esto lo suficiente. Y no, yo quiero estar aquí, quiero ganar y soy profesional. Ponerte una marca es muy fácil; quitártela... A mí me ha costado tres años. Que de repente se piensen que andas todo el día de fiesta y tú estés en tu casa comiendo lechuga y entrenando dos veces al día...
—Curiosamente, quienes le conocen aseguran que le gusta muy poco salir.
—¡Si es que de toda mi vida, el año que más he salido por la noche es este! Y si la verdad fuera la otra, yo la diría. Nunca he tenido nada que esconder. Es más, ahora te estoy diciendo una verdad y alguien pensará que estoy saliendo mucho. Y, para nada. Bueno, lo importante es que ya pasé por todo eso, eché fuera todo lo malo de mi vida y ahora soy mejor jugador y mejor persona.
—Si buscamos una muestra del cambio, solo hay que mirar aquellos primeros entrenamientos con el Deportivo, en verano. Descolgado en las pruebas de resistencia y con todos doblándole. Entonces lo pasó mal. ¿Pensó en tirar la toalla?
—Uff... Es que yo llegué al primer equipo sin darle importancia a muchas cosas que eran importantes. Y la gente volaba, porque era profesional y vivía del fútbol. Se lo tomaba de una manera distinta a la mía. Recuerdo esos primeros entrenamientos que dices, con Borja Jiménez, que luego llegaba a casa y no tenía fuerzas ni para comer. Solo quería meterme en la cama a dormir. Ahora aún me cuesta comer después de los partidos, pero lo de ese año... Tenía que tomar suplementación y todo. Aquello también me vino bien para darme cuenta de la realidad.
«Quiero que lo que hago guste, que la gente sea feliz viéndome»
A Yeremay le gustaría que la gente conociera bien el sitio donde se crio: «Allí hay mucho fútbol».
—Tiene ese orgullo de barrio. El Polvorín. Difícil encontrar un referente así en A Coruña.
—No lo hay. Uno de mis amigos de aquí, que estuvo en la firma de mi contrato, piensa que vive en un barrio difícil. Y me pregunta cómo dejo el coche así... A mí me da la risa; entonces me dice que a saber de dónde vengo. Pues de un barrio complicado, que tiene muchas cosas malas, pero que tiene muchísimas cosas buenas, y de donde estoy muy orgulloso de ser.
—¿Siente que tiene un don?
—El otro día, le preguntaron a Lucas por su gol y dijo que llevaba practicando desde los cuatro años. Pues yo también. Yo me he pegado muchísimas horas jugando al fútbol. Aquí, a los siete años los niños se acuestan a las nueve de la noche. Yo estaba debajo de casa hasta las once jugando al fútbol. Y conmigo, mis amigos, los que íbamos a clase al Ramírez. Allí todo funciona diferente. Ahora mi madre quiere que mi hermana pequeña se acueste a las nueve y yo le digo que la deje, como me dejaba a mí. Que yo rompía macetas y cristales jugando al fútbol. Lo que pasa es que todo ha cambiado tanto...
—¿Le salvó un poco el fútbol?
—Completamente. ¡Si yo voy a empezar a estudiar ahora! Voy a sacarme la ESO. Y ojo, en mi equipo, en el Almenara, yo no era el mejor. Teníamos otros dos que jugaban mucho más. Federico, uno morenito, muy amigo mío, que luego tuvo un soplo en el corazón, y Naym. Esos eran un escándalo. Si lo que yo hago gusta... Con ellos flipabas. Entonces yo solo era el que metía los goles; fíjate, y ahora no marco ni uno.
—Se va a poner a estudiar.
—Es que al final te acabas dando cuenta de las cosas, de lo importante. Y de que te puedes lesionar mañana y es mejor tener algo. Y Elkin [Flores, director de la residencia del Dépor, y clave en la progresión del jugador] me ha estado encima hasta que me lo ha metido en la cabeza. Ya le he dado mi palabra; y si la doy, lo cumplo. Ya veremos cómo lo hago.
—¿Cuánto pesa el 10?
—Es un número que me gusta mucho y llevarlo en el Dépor, donde lo ha llevado gente tan importante como Fran, me llena de felicidad y de ambición. Ahora que lo tengo, quiero aprovecharlo. En realidad, lo que quiero es que lo que hago le guste a la gente, que sea feliz viéndome jugar.
«Mi sueño es ser un futbolista grande»
Su contrato es ahora el último en expirar en la plantilla del Deportivo. Si nada se tuerce, pasará otras seis temporadas en el conjunto blanquiazul.
—¿Pretende trascender aquí? ¿Por eso firmó hasta el 2030?
—Todo es por algo. Yo he firmado hasta ahí porque creo que lo mejor es ir de la mano con el club. Confío mucho en mí, sé de lo que soy capaz y trabajaré como he hecho en estos último tres años. Lo que tenga que venir, vendrá.
—Ese trabajo incluye cambios de hábitos. ¿Come mucho mejor?
—Voy a decir algo: yo como muchas veces mal. Obviamente, no tomo comida basura antes de un partido; pero si juego un domingo, esa noche y el lunes puede que coma mal. A partir de ahí, la idea es cuidarme. No tengo un nutricionista, pero sé distinguir. Aunque a mí lo que más me ha ayudado ha sido cambiar el descanso, el dormir bien. De nuevo: habrá algún día en que a la una esté despierto. Ojo, que no me voy a la cama a las diez cada día, que la gente no se piense tampoco... Ni como bien todos los días ni descanso bien todos los días.
—Su situación es muy distinta, también en lo económico. ¿Cuesta un poco asimilarlo?
—Yo no soy millonario, eh. Pero sé de dónde vengo. El dinero va y viene. Y cuando he ganado menos, también he invertido en ser profesional. En pagarme entrenamientos, porque quería llegar.
—Hace nada entró en una preconvocatoria de la sub-21.
—No me lo creía. Sí que creo que soy capaz de acabar llegando ahí, pero en ese momento... La verdad es que me hizo ilusión.
—¿Dónde ve su techo?
—Llegaré hasta donde pueda, escalando hasta el día en que no valga más. Quiero ser un futbolista grande. Sé que es jodido, pero ese es mi sueño y haré lo posible.