Regreso al pasado de Lucas Pérez: repaso colectivo a su intensa vida desde la última fila de Tercero B

TORRE DE MARATHÓN

Álex López-Benito

El 7 del Dépor se sienta de nuevo en su pupitre del instituto de A Sardiñeira, donde unió su destino al de Marcos e Iván

11 jun 2024 . Actualizado a las 18:55 h.

—(Manu) Te imaginas adelantar diez años seguidos. O treinta, y tener cuarenta de golpe.

—(Javi) Estaría de puta madre.

—(Manu) Ya casado, con curro, viendo la tele en tu casa...

—(Rai) O tirado en un albergue, no te jode...

Cuando se estrenó Barrio, en 1998, Lucas, Marcos e Iván habían compartido alguna pachanga en Monelos y Os Mallos. Lo de hacerse amigos, amigos de verdad, vino cuatro años después; en la última fila de pupitres de Tercero B.

«El primer día, pensé: a ver si por lo menos nos toca a dos juntos. Y cuando empiezan a enumerar y dicen: Lucas, Marcos, Iván, Zeus, Eloy, el Cristian, el Pelusa... Todos en la misma clase. Ya entendimos qué clase era. Y además, la ponen a ras, para que podamos marcharnos por la ventana... Lo hicieron a posta, las cosas son como son; y se dice y no pasa nada». Lucas Pérez vuelve al instituto de A Sardiñeira para completar el álbum de fotos familiar. No ha visto la peli de Fernando León de Aranoa, ni sabe quiénes son Javi, Manu y Rai. Él tiene su propia historia y pretende llenarla de imágenes censuradas: «Lo que he dicho ahora no lo saques, que van a pensar que doy mal ejemplo a los niños». Pero esta no va de estudiantes modelo; va de orgullo de clase y (sobre todo) de amistad.

«A mí me pueden decir que ahora tengo mucho. Y contestaré: efectivamente, tengo mucho. Porque puedo traer aquí personas que darían la vida por mí». No hay prueba de que Iván y Marcos llegarían al extremo del que Lucas presumía en aquella entrevista a principios de año. Este regreso al punto de partida sirve para saber a dónde llegaron ya.

En el aparcamiento del instituto espera la directora, con su manojo de llaves para desbloquear localizaciones. Aunque, como señala Álex, el cámara, las transiciones y sus diálogos improvisados tienen mayor interés.

Lucas a Iván, en las escaleras de entrada: «Qué recuerdos. Cómo te duchabas tres veces al día. Qué pesao eras con ducharte». Lucas a Begoña, que busca la llave adecuada: «Nos echaron del colegio y ahora nos abren las puertas. Es un momento histórico». Marcos, cuando la puerta se resiste: «Cuidao, que igual es el colegio el que no nos quiere».

En el pasillo, un carro con fregona. Asoma una mujer: «¿Qué? ¿Venís a ver cómo limpio?».

—(Lucas) No, venimos a ver si ahora aprobamos alguna.

—(Iván) Yo aún tengo Geografía de Primero.

Y al fondo, a la izquierda, el aula. Tres grandes ventanales dan al patio, a una altura (es cierto) propicia para la fuga escolar.

— (Iván) ¿Te acuerdas de cuando el Pelusa tiró un papel, le mandaron ir a buscarlo y salió a por él por la ventana?

Lucas a Marcos: «Rial, junta otra mesa».

César, el fotógrafo, quiere colocarlas en el centro de la clase.

Lucas al fotógrafo: «Si queremos que esto sea de verdad, tienen que ser las del final».

Listo el set.

Zeus, Eloy y Cristian de pie, junto a Lucas Pérez e Iván, en una foto tomada por Marcos cuando iban juntos al instituto
Zeus, Eloy y Cristian de pie, junto a Lucas Pérez e Iván, en una foto tomada por Marcos cuando iban juntos al instituto

—¿Qué significado tiene este lugar?

— (Lucas) Aquí empezamos a ser amigos de verdad. Estuvimos solo un año, y aquí al lado estaba el centro cívico (ahí sigue), que tenía futbolín y billar. Allí pasábamos los días.

—¿Habíais repetido algún curso antes de llegar?

—(Risas antes de que Marcos responda) Cuando salimos, de nuestra edad solo quedaba el conserje.

—¿Jugabais al fútbol?

—(Marcos) Yo al baloncesto. Pero en los recreos... Aquí no había VAR y si tenías que levantar a alguien uno o dos metros en un partido... ¿Cómo se llamaba aquel chaval?

—(Lucas) No me acuerdo, pero tuvo la dignidad de no quejarse ni nada. Se fue sin protestar, directo a la profesora, que vino y te sacó del patio por una oreja. ¡Ojo! Nosotros no hacíamos bullying; ni tratábamos mal a nadie, ni nada de eso, eh. Que en clase no nos querían, pero fuera nos quería todo el mundo.

—¿Y por las tardes?

—(Iván) Pues nos sentábamos a comer pipas en un banco, a discutir. Más de una vez han salido a la ventana por la noche a decirnos que nos callásemos porque volvíamos a casa discutiendo.

—(Lucas) Es que este llegó a decir que si Henrick Larsson era leyenda en el Celtic ya era leyenda cualquiera. O me soltaba que Messi no iba a ser mejor que Ronaldinho (...) Nunca fuimos de bar. Ni de cartas, ni de cerveza.

—(Marcos) Éramos más de saltar muros, para ir a jugar pachangas contra otros colegios

—(Lucas) Los míticos rey de pista. Hasta que se fuera la luz. Luego, cuando conseguimos la Play, pues ya nos tirábamos doce horas jugando al Pro. Estos dos inventaron la línea de seis. Tú podías elegir con las flechas hacia dónde se podían mover tus jugadores y ellos ponían todas las flechas apuntando para atrás. Ahí, los fines de semana íbamos a casa de mi abuela, que ella no estaba, y nos daban las siete de la mañana jugando.

—(Iván) El día que llegó antes de tiempo y no paraba de timbrar...

—(Lucas) Y yo no abría, porque si nos ve a todos juntos le da un infarto. Una hora timbrando (...). Mi abuela, al principio, no dejaba a Iván pasar a su casa. Luego fue al revés, me preguntaba por él. Yo creo que es algo muy gallego; que somos duros de entrada, pero cuando superas esa raya, ya eres de la familia.

—Viviste siempre con tus abuelos. En aquella época, él había fallecido y ella empezaba con el alzhéimer ¿Cómo fueron las vidas de Marcos e Iván?

—(Marcos) Mucho más fáciles. A años luz. Tampoco te voy a decir que teníamos mucho; a ver... Con 14 años me puse a arbitrar para sacar dinero, porque no nos sobraba, pero en mi casa siempre tuvieron trabajo. Ahí siguen ellos, en Los Mallos. Mi padre trabajaba en Regueira, y mi madre, cocinera. Bueno, es que mi madre era una trabajadora. De pequeña la abandonaron y le tocó hasta comer de la basura. Luego trabajó en cocina, cuidando niños... Acabó en la casa de una directiva de Zara. Ahora mucho jiji jaja, pero no habernos formado de niños nos impidió tener mejores opciones de trabajo.

—(Iván) Yo también vengo de familia humilde. Mi madre limpiaba casas y ahora está en una tienda de ropa. Mi padre fue siempre camarero y yo empecé pronto con él, a hacer extras y así. Luego volví a estudiar. Acabé la ESO, hice el grado medio y un par de cursos a nivel de scouting.

—Y en esas casas, Lucas era uno más.

—(Lucas) Claro. Por ejemplo: ellos se fueron a esquiar en fin de curso. Yo no pude, porque había que pagar, y me quedé esos días en casa de Iván. No hablo de amigos. Es algo más. Si mañana nos quedamos con una mano delante y otra detrás, nos vamos los tres palante.

—(Marcos) Es que, a lo mejor no está Iván y vamos Lucas y yo a comer a casa de sus padres.

—(Lucas) Cuando volví del juvenil del Alavés, estuve seis meses en el Órdenes. Ahí fue donde ya nos juntamos. Dormíamos en casa de Iván o de Marcos. Yo aquí ya no tenía casa. Me venía a buscar Cambón, el entrenador, cada vez a casa de uno de ellos

—(Iván) Siempre fue así, si yo estaba mal en casa, me iba a dormir a la de Marcos.

—(Lucas) Nosotros no somos amigos, somos hermanos. Nos hemos acogido. Igual a la gente le sorprende. Cuando yo hablo de mi familia, me refiero a ellos.

—¿Y el dinero?

—(Marcos) Se gastaba entre todos. Hubo un día, cuando Lucas estaba en Vitoria, que a Iván se le acabó el trabajo. Le dieron el finiquito el viernes, y el banco cerraba a las dos de la tarde.

—(Iván) Vaya carrera, macho. Del barrio de las Flores a la plaza de Lugo en 15 minutos.

—(Lucas) Su familia (la de Iván) tenía lo de repartir La Voz de Galicia. Yo he repartido La Voz. De madrugada, a las cuatro.

—(Marcos) Ahí nos enteramos cuando el Dépor estuvo tan mal de pasta, porque se dio de baja de La Voz. Nosotros la repartíamos en la plaza de Pontevedra y hubo una época en la que no se le entregaba al Dépor.

Y la charla se traslada al patio, junto a la cancha de futbito, donde antes de sentarse recrean aquel día en el que Marcos («yendo a disputar un balón») levantó dos metros a otro chaval.

—Aquí pasabais más tiempo que en clase.

—(Lucas) Yo a mi abuela le decía que entraba a las diez, en vez de a las ocho, y llegaba en el recreo.

—(Iván) Para la palmerita de chocolate.

—(Marcos) Nosotros... Yo vivía al principio de Los Mallos; Iván hacia el final. Y de allí a aquí... Claro, ya no. Porque además, quedaba el centro cívico al lado, y coincidía bien; a primera hora estaban los profesores que te trataban como un adulto. Te decían: si vas a molestar, no vengas. Bueno, pues ni molesto, ni vengo.

A salto de ventana del instituto de A Sardiñeira empezaba a vivirse una vida entre tres.

Del burro al bajar del avión en Ucrania a la tienda de zapatillas

La relación entre Lucas, Marcos e Iván se ha curtido en 20 años cargados de anécdotas e incluye un negocio compartido

Todavía en un banco del patio, los tres amigos nutren el anecdotario de su vida en común.

— (Lucas) Cuando nos escapábamos del colegio, Iván vivía ahí al lado. Y cómo nos descubría el perro que tenían.

—(Iván) Nos agachábamos detrás de un seto y el perro venía a junto nuestra.

— (Marcos) ¡Con su padre! Porque si aún viniera solo el perro...

— (Lucas) Por lo menos era un perro independiente, que iba a una distancia larga del padre. Y nosotros le dábamos en el culo: «Vete para allá».

— (Iván) Al final mi padre no nos veía, no nos cachó nunca.

— (Lucas) Más bien, no nos quería cachar. Ojos que no ven...

Días de campos de futbito y centro cívico.

— (Iván) Había más gente allí que en los institutos.

—(Lucas) Es que tenían futbolín y billar. ¡Gratis!

— (Marcos) ¡Y el Marca! Éramos unos señores mayores de 15 años.

— (Lucas) Yo era muy malo al futbolín. Y al billar... Pues si metía la bola, bien; y si no, a seguir jugando. Eso sí, le daba mucha tiza al palo.

El de Monelos tenía otras destrezas que empezaban a llamar la atención. Primero al Alavés y después al Atlético, que se lo llevó a Madrid. El trío ampliaba fronteras.

—(Marcos) Nuestro primer viaje fue a Madrid; él vivía con Mantovani, el del Leganés, y llevaba meses sin marcar. Ese día, recuerdo que estábamos pasando un frío increíble, metió un gol, y se vino a la grada... Eso ya...

—(Lucas) Los momentos, buenos o malos, merecen la pena si los compartes con la gente que ha pasado la vida contigo. El problema es estar solo (...). En una de las visitas de Iván acabamos cambiando el billete de vuelta cinco veces. Venía por diez días y se quedó tres meses. La chica de la taquilla ya nos conocía.

El gran cambio estaba al caer.

—Del Atleti, al Rayo y luego, a Ucrania, donde peor lo pasaste en tu carrera ¿Por qué fuiste?

—(Lucas) Llevaba tanto tiempo sin cobrar... Coincidió con lo de la nueva Rumasa. Los ucranianos pagaban traspaso y me daban una cantidad de dinero por firmar. Con eso me compré mi primer piso, donde el parque de Santa Margarita.

—(Iván) Antes tuviste que vender la Play.

—(Lucas) Tuve que vender el teléfono móvil y el iPad. Para irme allí necesitaba dinero y llevaba nueve meses sin cobrar.

—Allí sí que te hizo falta que te fuesen a ver.

—(Lucas) Es que era otra cultura, también había impagos y los compañeros del equipo no nos aceptaban bien a los de fuera.

—(Marcos) Y que nadie hablaba inglés. Ni en el McDonald's.

—(Lucas) Bueno, ni nosotros.

—(Marcos) Hombre, al menos para pedir comida nos daba.

—Porque lo de cocinar, regular, claro. ¿Alguno se salva?

—(Iván) ¿Ahí puedo levantar la mano yo?

—(Lucas) ¿Pero tú sabes lo que hacía este? Compraba bolsas de esas que metes el pollo dentro y lo condimenta, y va al horno. Eso era todo.

—(Iván, ya entre risas) Es que cogíamos trescientas pechugas de pollo, y al congelador.

—(Lucas) Bueno, teníamos veinte años y tampoco hay que ser ingeniero para hacer una pasta y meterle tomate y atún.

—(Iván) Sí. Vamos, que lentejas no hacíamos.

Sobre la magnitud del cambio, esta primera impresión:

—(Iván) Cuando llegamos fue en un avión de hélice.

—(Marcos) Con el burro llevando las maletas. ¡Un burro sacaba las maletas y tiraba de ellas! No la cinta eléctrica, ¡un burro! Que el día en que este y yo fuimos, Lucas jugaba fuera. Y aparecimos como Paco Martínez Soria, de pailanes, con la boina en la cabeza. Y los tanques, y todo lleno de militares en uniforme... Y yo: «¿Dónde cojones estamos?».

«Lo bueno ha sido ser siempre los mismos. Nuestro núcleo de amistad siempre ha sido este, no ha habido más. Nuestra familia a ese nivel somos nosotros tres. Cuando ha habido un problema de verdad, siempre hemos sido nosotros», reflexiona el 7, aunque en aquella etapa delicada se añadió un extra temporal: «Tuve la suerte de conocer a un ecuatoriano, Daniel, que le decíamos el Poeta. Había ido a estudiar allí. Él sabía el idioma y nos ayudó mucho. Vivió con nosotros, lo acogimos en casa. Si no llegamos a tener al Poeta... Incluso para ir al club, a hablar de contratos, porque allí te querían cambiar las cláusulas cada día. Ahí era clave la confianza; yo firmaba documentos que me leía él, y nunca me engaño. Y se podía haber vendido, eh, porque le ofrecieron dinero para que me convenciese».

Aquello pasó, y dejó otra ristra de anécdotas, camino del PAOK y de idas y vueltas entre Londres, distintos lugares de España y A Coruña, origen y destino final del grupo y sede también de la última localización.

«Siempre nos han gustado las zapatillas. Yo las colecciono y hace un par de años surgió la aventura de meternos aquí. Es algo familiar. No buscamos un pelotazo. Es para nosotros, para tener algo más que nos vincule», detalla Lucas, sentado (y el resto con él) en el sofá de Kickstricker Sneakershop; el negocio común que ocupa un local de Alfredo Vicenti que se han esmerado en decorar.

— (Iván) Íbamos acumulando pares y nos dijimos: ¿Y si empezamos a venderlos?

— (Lucas) En Estados Unidos esto tiene mucho tirón y a nivel nacional está creciendo bastante. Y aquí en A Coruña, que la moda es algo principal...

—De lo vivido hasta ahora, ¿con qué os quedáis?

—(Lucas) Nuestra mejor época ha sido esa jugando a la Play, los tres juntos todo el tiempo. ¿Éramos conscientes en ese momento? Pues no. De las cosas eres consciente con el paso del tiempo. ¿Daríamos algo por volver cinco días a los 16 años? Sí. Fuimos muy felices. ¿Para quedarnos para siempre? ¡Qué va! Todo tiene su etapa en la vida. Ahora lo que hacemos es disfrutar del camino. (...). Desde el colegio aquí, lo más bonito ha sido el camino. Lo hemos disfrutado. El camino, sea bueno o malo, siempre te lleva a algún lado.

—(Marcos) Tres chavales coruñeses en Ucrania. Por muy raro que sea el camino, quién nos lo iba a decir a nosotros. ¿Quién nos iba a decir que veríamos la NBA a pie de pista o viajaríamos en jet privado? Yo sabía que Lucas iba a ser futbolista, pero no que iba a llegar a este nivel. Sabíamos que iba a poder vivir del fútbol, pero otra cosa es lo que ha sido.

—Lo que soy. No me retiro, aún.

Lucas, Iván y Marcos (de izquierda a derecha), en el patio de la tienda de zapatillas de la que son dueños
Lucas, Iván y Marcos (de izquierda a derecha), en el patio de la tienda de zapatillas de la que son dueños CESAR QUIAN

«En casa se ha discutido mucho lo que hizo por el Dépor; yo no lo habría hecho»

«Somos del Dépor, de A Coruña, y sabemos lo que es este club. En casa siempre se comentó la posibilidad de venir». La casa; ese hogar de localización imprecisa que Lucas Pérez comparte con Marcos y con Iván.

«Cuando estaba en las categorías inferiores del Victoria, nunca hubo opción —subraya el de Monelos—. Y no pasa nada, las cosas suceden cuando tienen que suceder. Venir siempre ha sido una meta y un objetivo. Para mí, muy real, porque siempre he confiado en mis posibilidades. Cuando me fui a Ucrania sabía que mi objetivo era jugar aquí. Y ya van tres etapas». No todas en consenso con este original núcleo familiar.

—(Marcos) Lo importante es que sea feliz. Se ha discutido este tema. Con esto del Dépor he dado opiniones contrarias a la suya. De él querer venir y yo decirle: «Que el Dépor está jodido ahora». Él ha luchado mucho por el Deportivo, y no solo hoy. En casa se ha discutido mucho. De yo decirle: «Tío, estás en el Arsenal». Y no hubo manera. Él quería venir, y los beneficios aquí están.

Marcos no esconde que pidió darle una vuelta en frío a la idea de regresar: «Soy lo más sincero que puedo. Lo que hizo él por el Dépor, yo no lo habría hecho. Quiere más al Dépor de lo que quiero yo a mi equipo. Estaba en uno de los diez mejores clubes del mundo, y dejar eso para ir al Dépor... Es difícil de entender».

Instinto protector de amigo fiel que ahora ha bajado la guardia, a golpe de realidad: «Siempre fue un poco el ojito derecho de la gente. Y luego ya cuando hizo lo que hizo por volver... Es normal; un club con la necesidad de regresar a donde estuvo y la afición ve que Lucas es un jugador de los de antes, de los de los 90... Cuando el Dépor descendió contra el Valencia estábamos en Ucrania. Y este señor estaba llorando. A mí me da igual el fútbol y lo pasaba mal por la ciudad, pero este señor estaba jodido realmente. Eso también hay que pagarlo de alguna manera».

¿Y qué opina Iván? «Si estás con él siempre, lo de ahora no te impacta tanto. Lo vemos como algo natural. No nos hemos parado a pensar lo que pueda significar a día de hoy para el Dépor o para A Coruña. Simplemente, lo vivimos. El ascenso, la fiesta, las alegrías que te puedas llevar...».

Lucas, de nuevo en la pista del instituto, para la escena final. «Yo, cuando pregunto: la amistad, ¿qué es? Para mí es que si las cosas van mal y tengo que venderlo todo y meternos otra vez los tres en Monelos, pues ahí vamos. Y no pasa nada. La vida va de personas». Esta, va de tres.